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No es justicia para geeks*

Detalle de la fachada del Tribunal Supremo.

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Tengo una imagen grabada, que me viene a la cabeza cada vez que hablamos de una Justicia para el futuro y es la de una magistrada conocida, de un tribunal importante, poniendo a mano, en una atiborrada mesa de su casa, una complejísima sentencia sobre un delito nacido este siglo. La magistrada sigue en activo y sabe tocar el piano, lo que ya no sé es si habrán conseguido que aprecie el melódico sonido que producen las teclas de un ordenador. Los funcionarios saben que no miento.

Es solo un fotograma recurrente que traigo a colación tras leer detenidamente la exposición de motivos del que se publicita como el Anteproyecto de Ley de Enjuiciamiento Criminal para el siglo XXI y darme cuenta de que no recoge la voluntad y el diseño para dar un salto definitivo y regular un proceso penal que sirva para años y décadas venideras sino que nace lastrado de origen con el pesado fardo de volver a ser una ley ajena al mundo en que vivimos. Llevamos veinte años hablando de “informatizar” la Justicia, ya ven, hasta el término se ha quedado obsoleto y ni ese objetivo se ha logrado. Cierto es que el actual Ministerio está haciendo esfuerzos para ir un paso más allá y hasta ha fichado a un ingeniero informático como director general de Transformación Digital pero por el nombre del negociado ya se ve que estamos aún en un proceso que suena a viejo sin haberse concluido.

Lo cierto es que el anteproyecto de la nueva ley que debe regir el proceso penal español parece un lavado de cara de la redactada hace nueve años y con el periodo que queda de tramitación y la vacatio legis prevista, no puede decirse sino que llega al mundo con la obsolescencia programada. En un estudio inicial de la Unión Progresista de Secretarios Judiciales (UPSJ) ya han detectado las contradicciones con el futuro del nuevo texto que fija un juicio oral basado de nuevo en la presencialidad. “Nada de juicios telemáticos y nada de videoconferencias excepto en dos supuestos”, lo cual nos deja boquiabiertos después de la experiencia en la pandemia en la que cada tribunal ha tirado como ha podido con Zoom o con lo que se les ha ocurrido. También se sigue apostando en la nueva ley por la transcripción de lo grabado por medios audiovisuales. Sí, oyen bien, se trata de poner a copiar a un funcionario lo que se ha grabado en una declaración o en otro acto procesal. Tal retroceso tecnológico tiene que ver, según relatan, con la resistencia de los fiscales a tener que visionar para hacer sus informes lo grabado ya que les resulta más rápido leerlo. La cuestión llega a tal punto que, ahora mismo, en muchas audiencias hay funcionarios haciendo exclusivamente ese trabajo de pasar a papel lo que está informáticamente grabado en imagen. Muy del siglo XXI todo.

El anteproyecto de ley, que no recoge en la exposición de motivos ni un párrafo destinado a mostrar su vocación de dotar de instrumentos tecnológicos a la altura del siglo, ni su flexibilidad para abrirse a nuevos saltos e innovaciones previsibles, configura el expediente judicial como un conjunto de documentos en papel y firmados a mano, yendo incluso más atrás del momento actual en el que ya algunas partes del territorio cuentan con expediente digital y firma electrónica. Y así en otras muchas cuestiones.

Es cierto que la Justicia no puede lanzarse a utilizar novedades tecnológicas sin asegurar que estas van a respetar las necesidades de aseguramiento, privacidad e inamovilidad de los contenidos, pero si todo nuestro dinero –que también es muy decisivo– se mueve en puros apuntes digitales y a través de apps no parece imposible que hacer justicia pueda conseguir los mismos índices de fiabilidad y protección. Hacienda también tiene nuestras vidas en sus manos y no hay recoveco tecnológico que no esté dispuesta a usar.

Yo siempre dije en broma que para hacer una nueva LeCrim hubiera juntado un equipo multidisciplinar formado por juristas y por unos cuantos frikis de la tecnología informática para conseguir así una norma que sirviera como instrumento para la justicia de este siglo al menos. Pretender que un grupo de jueces, fiscales y catedráticos, de letras, sean capaces de imaginar cómo se puede hacer la Justicia del siglo XXII –solo faltan 80 años– es pretender lo imposible. La ley nacerá ya muerta en este terreno, que es como decir que nacerá muerta del todo. El mundo jurídico es un gran paquidermo en el que se junta el profundo desconocimiento de la tecnología, a veces la indiferencia por ella, las resistencias corporativas y la inexistencia de una visión transversal y holística de la cuestión. Solo unos pocos tienen una especialización e interés y la forma de acceso, por oposición memorística, sigue añadiendo al sistema individuos que han estudiado como en el XIX y que, aun siendo jóvenes, han pasado años apartados del mundanal ruido y también de los avatares de la tecnología.

Existe, y no es baladí, el problema del dinero, ese que nunca llega. Sin una Justicia de calidad y ágil todo el proyecto de Europa 2030, con sus nuevas capacidades de innovación y su economía altamente competitiva y sostenible, será imposible. Lo mismo que remontar el país después de la pandemia, con fondos europeos, si no hay posibilidad de que individuos y empresas obtengan una respuesta judicial urgente. Ya doy por sentado que de todos esos fondos de transformación que lleguen, no fluirá ninguno a este olvidado pero imprescindible campo. Ojalá me equivoque.

No sé si será decisivo para nuestro futuro que el anteproyecto de LeCrim recoja, como recoge, el orden de entrada en la sala de vistas para asegurarse de que el fiscal pasa antes que el abogado, pero lo que sí es evidente es que el procedimiento penal que se avista en este flamante anteproyecto sigue siendo tan viejuno como el de Alonso Martínez.

No es Justicia esta nuestra para geeks, no, y puede que a nosotros como sociedad tampoco logre alcanzarnos nunca.

*Nota: Como quiera que esta columna es leída por muchos juristas, es obligado explicar que geek es una palabra del inglés que en español se emplea para designar a una persona apasionada por la tecnología y la informática y con gran conocimiento sobre estos temas.

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