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La degradación de la condición del profesor universitario en España

Profesora Titular de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid
El ministro de Universidades, Manuel Castells. EFE/ Fernando Alvarado/Archivo

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El oficio de profesor y profesora, tan necesario para una sociedad, está bien y mal visto, pero en general no tiene muy buena prensa. Como historiadora de la España del siglo XX que soy, especializada en historia cultural, conozco perfectamente las reticencias, recelos y rechazos que los maestros y profesores han generado en un amplio sector social desde tiempos remotos. Eran los envenenadores del alma de los jóvenes para muchos desde el siglo XIX, cuando el liberalismo despuntaba con timidez y dificultades en una España atrasada, feudal y clerical.

Además, sé bien que los prejuicios sociales son difíciles de desterrar. Ahora, aquellos que no nos desprecian por enseñar cuestiones científicas, consideran que somos una especie de privilegiados que tenemos muchas vacaciones. Y entre el profesorado, los universitarios somos los peores, porque damos menos clases presenciales que nuestros colegas de primaria y secundaria y, encima, nuestro alumnado es mayor de edad, y ya sabe comportarse más o menos en el aula, y no se levanta, grita o juega. Pero esto de las vacaciones es un mito, ya que nuestras condiciones laborales no han hecho nada más que empeorar. Por otro lado, desde la implantación del plan Bolonia nos han reducido el descanso estival a un mes, que a veces sacrificamos en parte o en su totalidad para poder investigar, en mi caso sumergirme en archivos y bibliotecas, o bien escribir algún trabajo académico. 

A continuación, voy a comentar con veracidad y dosis de humor e ironía mis últimas peripecias académicas para dar a conocer a las autoridades pertinentes en materia universitaria, de las que dependo, y a la sociedad española nuestra situación profesional. El objetivo, más allá del desahogo, pretende desterrar mitos sobre la condición de los profesores e investigadores universitarios. Y, por último, sería de desear que los responsables y políticos tomaran cartas en el asunto, más allá de pasar la mano por la espalda y la resignación cristiana. Algunos compañeros, incluidos cargos académicos, cuando les contaba estas circunstancias me decían: efectivamente esto es así, no está ni agradecido ni pagado. Pero esta filosofía de vida no va conmigo.

En este primer trimestre del curso académico 2020-2021, he sido secretaria académica de tres Tribunales de Tesis Doctorales, dos semipresenciales y una presencial, en el Departamento de Historia Moderna e Historia Contemporánea de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Hasta aquí todo lógico y normal, ya que forma parte de las actividades de un docente e investigador universitario. A partir de aquí viene mi calvario burocrático, que en demasiadas ocasiones ha tenido tintes entre kafkianos y berlanguianos. Cuando yo inicio los trámites ya imaginaba que se habrían complicado con motivo de la pandemia, como todo en nuestras vidas, y hasta cierto punto lo consideraba lógico. Pero mi pesadilla en la madeja de la burocracia complutense iba más allá de la situación generada por la Covid-19. Estaba mucho más relacionada con la degradación de las condiciones laborales de los profesores universitarios desde hace años, que venimos asumiendo tareas que se extralimitan con mucho de nuestras funciones investigadoras y docentes. Los recortes auspiciados por políticas neoliberales salvajes no sólo matan. La falta de medios y personal es angustiosa y la descapitalización de todo lo público y, en especial en la Comunidad de Madrid, alarmante. Yo coloquialmente digo que sólo me falta limpiar los baños y pasar la mopa, y eso que a mí no se me caen los anillos ni soy una estirada, como saben todos los que me conocen, pero eso está fuera de mis obligaciones, y más que nada porque, si me dedico a esas funciones propias del personal de administración y servicios (PAS), estoy abandonando mi verdadero cometido. 

Durante casi dos meses todo mi tiempo y energías se han dedicado a gestionar la defensa de las Tesis, sobre todo de dos, dar clases de Máster y participar en una comisión de una plaza de ayudante doctor. Por tanto, no he investigado, no he avanzado en las publicaciones que tengo entre manos, tampoco he preparado clases, ni he mejorado el campus virtual para mis clases de Grado del segundo cuatrimestre, que se supone serán mayoritariamente online. Mi experiencia se resume en aquello tan gráfico que llevan años denunciando los científicos de laboratorio porque tardan mucho, mucho más tiempo en comprar la probeta que en investigar con ella. 

La defensa de una Tesis Doctoral es uno de los actos académicos más bellos y que más me siguen gustando, pero ahí, amigo y amiga, si eres secretario/a académico tendrás hasta pesadillas por las noches, sentirás rabia e impotencia durante el proceso burocrático, porque, a pesar de tu interés, entusiasmo y dedicación, no depende de ti. Yo me he pasado el día pegada al móvil y al ordenador, como si tuviera acciones en Bolsa, ya que he tenido que escribir y leer cientos de correos, llamadas y conversaciones de WhatsApp. Yo me he encargado de gestionar la autorización oficial para la defensa, reservar la sala, tratar con los vocales y presidentes para fijar fecha, solicitar preferencias de viaje y noches de hotel con los vocales, rellenar impresos para Asuntos Económicos, relacionarme con la agencia de viajes, ocuparme de las dietas porque los servicios económicos no suelen abrir por las tardes, y menos en pandemia, y las defensas de dos de las Tesis han sido de tarde. Además, he tenido que relacionarme con la secretaría de Tercer Ciclo y Doctorado, y con la vicedecana de Investigación. También he hecho pruebas de conexión y sonido previas con los vocales que se conectaban telemáticamente, crear la sesión de Google Meet, realizar las actas de la defensa y hasta ocuparme de la jarra del agua. Como ustedes comprenderán, esas funciones no las debería hacer ningún secretario docente de ningún tribunal de Tesis. Pero ya que me veo envuelta en la maraña burocrática y asumo que o lo hago bien y eficazmente o estos chicos no defienden la Tesis en la vida, me encuentro falta de coordinación, malas caras, bordes, y poca colaboración. Yo soy muy profesional, como la orquesta del Titanic, y tengo mucho entusiasmo y compromiso con mi oficio y con la universidad pública, pero esto es intolerable. Aparte de las rigideces burocráticas, no siempre me han tratado bien, siempre exigiendo y de malos modales, a veces tenía la sensación de que me regañaban como a una niña pequeña. Y claro eso, no lo consentía porque como le he dicho a más de un miembro del PAS, yo no soy secretaria ni personal de administración y servicios, soy docente e investigadora. 

A mí se me ha reprochado a la cara en asuntos económicos que no me sabía códigos con más de 20 cifras para que la agencia de viajes emitiera la factura correspondiente, a mí se me ha afeado en la agencia que el impreso que me facilitaron en alguna instancia burocrática para gestionar los viajes y alojamientos de los vocales estaba obsoleto desde hacía dos años. Ay, y si los vocales son extranjeros -luego se les llena la boca con la internacionalización- y no tienen firma electrónica estás muerta. Y todo con plazos muy lentos y rígidos porque luego está la mayor o menor profesionalidad del personal, ese sector del PAS, que trabaja mal y poco, para el que la pandemia ha sido la excusa perfecta para no realizar bien su trabajo. También he de decir que hay profesionales en el PAS muy eficientes y comprometidos, que se dejan la piel, a pesar de la falta de personal y medios.

Y para esto hemos quedado, señores y señoras. No hace falta señalar que yo por todo esto no he recibido ni un euro más del que me corresponde en mi salario mensual ni tampoco las autoridades académicas, que saben de estas situaciones y las consienten, me han descargado de un solo crédito de docencia. Incluso resulta sangrante después de enterarme que en algunas universidades pagan un extra por formar parte de un Tribunal de Tesis. Más que nada porque, como no tengo el don de la ubicuidad, he desatendido las verdaderas ocupaciones de la profesora e investigadora que soy. Me pueden decir, señores ministros, consejeros y Rector: ¿de qué parte de mi trabajo habitual como docente e investigadora me liberan por realizar estas tareas burocráticas?

Ningún secretario/a de un tribunal de Tesis debería pasar por lo que yo he pasado, es una labor titánica, ímproba, muy desagradable, nada reconfortante para la que no se me eligió cuando yo adquirí la condición de profesora e investigadora desde mis primeros contratos hasta convertirme en funcionaria. La realización de una tesis es algo muy duro, finalizarla en plena pandemia y en confinamiento domiciliario más, y yo quería que, a pesar de todas las restricciones estos jóvenes y brillantes doctorandos, Ainhoa Campos Posada y Carlos Hernández Quero, ya doctores, tuvieran la mejor defensa de tesis posible porque era su día de gloria. Representa el broche final a años de trabajo duro y el inicio de otra etapa personal y profesional en sus vidas. Al menos me queda la satisfacción de haberlo logrado, y he contado con el agradecimiento de ellos y sus familias, aparte del de sus directores, Gutmaro Gómez Bravo, Rubén Pallol y Luis Enrique Otero Carvajal. Ainhoa, Carlos y yo no vamos a olvidar nunca esta peripecia vital y académica, que ellos han vivido con angustia, impotencia y rabia, porque parecía que iba a costar más defender la tesis que realizarla. También he contado con el apoyo de los colegas y miembros de los tribunales, solidarios siempre porque ellos también pasan por estas increíbles situaciones.

Si el amable lector ha llegado al final de este texto, pensará que hay problemas más graves en el mundo que lo que yo he contado, seguramente lleva razón, pero lo grave no es mi odisea personal, es que así no se puede hacer ciencia en España ni en ningún país del mundo. Así de sencillo y de duro.

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