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Un polvorín de tristeza y rabia

El ex comisario José Manuel Villarejo atiende a los medios a su salida este jueves de la Audiencia Nacional. EFE/Emilio Naranjo

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Los españoles hemos llorado, hemos tenido miedo, cansancio exagerado y problemas de sueño en alto grado, según un estudio científico sobre Salud Mental durante la pandemia, elaborado por el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicos). Me atrevería a decir que son estados emocionales -con motivos definidos- más que patologías. La sorpresa, la incertidumbre, el dolor de las pérdidas reales, las alteraciones en el modo de vivir, son razones de peso para que crujan los sentimientos. España, como insisto en repetir por demostrable, ha añadido a la pandemia de Covid-19, las prácticas de una brutal oposición política amplificada en medios afines, que son la mayoría. Y visto, el momento actual, la pasividad del gobierno ante unas embestidas que deterioran la convivencia, quizás porque no aúna objetivos comunes, como sí los tienen sus adversarios y sus enemigos declarados. Enemigos es la palabra. Del gobierno y de la sociedad.

Podía empezar otra vez el artículo. Como hacemos cuando nos levantamos muchas personas, yo misma, cada mañana con ganas de emprender el día y casi reírse de los esperpentos que arroja cotidianamente esta España de las excelencias democráticas, según recalcan por si las dudas. Al escenario valleinclanesco acaba de salir el comisario Villarejo. Al escenario y a la calle, procedente de la cárcel donde cumplía prisión preventiva desde hace más de tres años en los que no se ha tenido tiempo de juzgarle. Da la orden el juez García-Castellón, avanzada la mañana de este miércoles. El policía acumula más de 30 causas penales por dos décadas de, presuntamente, gestionar asuntos muy turbios para diversos pagadores privados y públicos –muy públicos-. La entrada en escena de Villarejo ha sido espectacular, con mascarilla negra y bandera española, un parche en el ojo izquierdo y boina a juego, y declaraciones provocadoras: “Las cloacas no generan mierda, la limpian”. Las cámaras y los micrófonos boquiabiertos se aprestaban a hacerle un hueco en la sociedad mediática del espectáculo. Y las cloacas a seguir trabajando.

A primera hora de la tarde, la Fiscal General del Estado, Dolores Delgado, salía de un edificio en el centro de Madrid, tras dos directivos de una de las afamadas cloacas mediáticas, Eduardo Inda y Manolo Cerdán. Varios periodistas comían cerca y uno de ellos, Willy Veleta de Ctxt.es, les grabó y preguntó. La Fiscal General, visiblemente azorada, no respondió a nada. Luego OKDiario sacó – a las 6 de la madrugada- una entrevista de siete preguntas que habrían motivado la necesidad de tan largo periodo de encuentro presencial –casi dos horas-. La mayoría de los medios no consideró oportuno informar de esta reunión en domicilio privado de tan alto cargo en el organigrama del Estado y con dos profesionales de la publicación de noticias y bulos interesados.

Lejos de nuestras fronteras, en Afganistán, se enterraba a tres jóvenes periodistas asesinadas en plena calle. “Los soldados del califato han hecho blanco en tres mujeres periodistas que trabajan para la televisión leal al gobierno apóstata afgano”, ha reivindicado el grupo terrorista Daesh en un comunicado. Hay que insistir en que en esta profesión nuestra hay periodistas y personas que ejercen otra actividad diferente.

Elena y Cristina de Borbón y Grecia, que ocupan los puestos tres y seis en la cadena de sucesión al trono de España, y por tanto a la Jefatura del Estado, declaran tras haberse vacunado en Abu Dabi aprovechando un viaje para ver a su padre, el huido rey emérito: “Se nos ofreció y accedimos”. Las gentes importantes no hacen, acceden a hacer. Y estas dos señoras adquirieron en la cuna esos privilegios. Mandaba Franco, por cierto, en los tiempos de sus cunas.

En los centros de Atención Primaria de Madrid y de numerosos lugares de España, muchas octogenarias aguardan cola en la calle para vacunarse.

 Y te vas a dormir y reponer fuerzas. Las suficientes al menos para levantarte de buen humor. Y compruebas si el mundo sigue estando en su sitio. Y, sí, en España tal cual. En la cadena trófica de la alimentación democrática campa la ultraderecha, el fascismo (por no andar con sucedáneos), y todas las cloacas trabajan a plena actividad. Creando y esparciendo excrementos.

“La Fiscalía del Supremo abre diligencias por el tuit de Echenique sobre los disturbios por Hasél”, leo. Por denuncia de sindicatos policiales y Vox. Y se han producido más nombramientos del CGPJ caducado que Pablo Casado se niega a renovar. Y la Fiscalía ha archivado el chat de militares retirados en el que se pedía fusilar “a 26 millones” de españoles, por ser privado, dice, aunque privadamente llegaran sus peticiones por carta al rey Felipe y al presidente del Parlamento europeo. En Alemania, entre tanto, los servicios secretos han puesto bajo vigilancia formal al partido ultraderechista AfD por atentar contra los valores constitucionales. Se basan en un informe de casi 1.000 páginas que les atribuyen violaciones del orden democrático. Públicas y privadas. Un tribunal ha tirado hoy abajo esta decisión, pero la sentencia es recurrible. La ultraderecha radical preocupa especialmente en Alemania. Merkel desactivó ya hace unos meses un cuerpo de élite del ejército por su extremismo ultra. Y es que una vez más repito: la derecha alemana es inequívocamente antifascista, y se diría que la justicia es más independiente. Como corresponde en un país plenamente democrático.

En Madrid sale por completo del armario Isabel Díaz Ayuso. Acerca posiciones con Vox y se dedica a sus promociones afirmando ante las medidas para controlar la pandemia: “La economía es la base”. No, es la salud, la vida, pero algo muy serio falla en este país, en esta comunidad, cuando todo ello sucede. Tienen tantos compromisos algunos, tantos zascas y repasos y recados que dar los presentadores de espacios mediáticos.

Madrid. La lista más votada en las elecciones fue la del PSOE que encabezaba Ángel Gabilondo, del que nunca más se supo, ni en esta crítica situación que vivimos. En el banquillo calentado, el señor Franco Pardo, hoy delegado del Gobierno en Madrid. Tras haber autorizado la manifestación nazi y prohibir las que pedían reforzar la sanidad pública y otros derechos, ha decidido prohibir la del 8M. Es la única comunidad que pone el veto. El PP pide que sea en todas. Hasta una campaña electoral se ha hecho toda esta gente, todos ellos, sin oponer un pero. El 8M, sí, es un objetivo a abatir por el machismo directamente. Y el polvorín acude a disparar y parece que ni lo uno ni lo otro es sembrar odio y violencia.

Un poema. La criminalización completa, atribución partidista del feminismo y agarrarse al bulo de la expansión del virus el año pasado cuando Vox besaba miasmas, los hinchas gritaban en el fútbol y estaban llenas todas las terrazas y tantas cosas más.

En plena trágica batalla dentro del feminismo sobre la que he evitado pronunciarme por la inmensa pena que produce y la indignación de ver desvirtuada la labor de décadas. Con una agresividad que invalida cualquier argumento. Cuando los problemas y ataques por el hecho de ser mujer, no solo persisten sino que aumentan. No hay derecho. Porque el machismo de todos los colores no admite tregua. Menos mal que la mayor parte de las feministas lo saben y actúan en consecuencia. Pero es agotador.

¿Cómo no vamos a llorar, y cansarnos, y tener insomnio y miedo? La rabia es más positiva, más activa. Sobre todo sustentada en la razón. Aquí hay muchas responsabilidades que asumir y mucho trabajo imprescindible por hacer. Los primeros, quienes tienen el poder legítimo para ello.

 Y, aun así, como cada noche algunos bajaremos la persiana del día pensando -como en aquella canción de Pablo Milanés- que los minutos todavía se llenan de razones para respirar y que a pesar de los graznidos de las pajarracos, el oxígeno seguirá, renovado, al levantar la mañana de sol.

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