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El infierno

Erupción volcánica en La Palma. / FOTO: Abián San Gil Hernández

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Todavía nos faltaba una erupción volcánica en este año y medio ya largo de impactos. Un enjambre sísmico –que no canaliza en una sola boca la salida del magma- provoca el parto de un nuevo volcán en La Palma, tras medio siglo del anterior en otro punto de la isla. La impactante fotografía de Abian San Gil nos hizo a muchos mirarnos en un espejo. La figura humana diminuta ante el estallido de lava y fuego: paralizada, estupefacta, fascinada probablemente. Hemos vuelto a constatar nuestra pequeñez, la impotencia ante fenómenos que nos sobrepasan. La lava corre como el agua de una inundación, se traga las casas como un terremoto, y arde con más densidad que un incendio.

Las imágenes, el sonido inquietante del crepitar de roca fundida, todos los colores del rojo en la noche negra: parecía la imagen del infierno que nos contaron. Aquél que el ser humano precisa inventarse para protegerse de sus miedos, tanto o más que el cielo.

Canarias demuestra estar preparada para estas eventualidades, los mecanismos del Estado funcionan, los seguros responderán en parte a los daños y no hay pérdidas humanas sobre todo. Pero la devastación conforme pasan los días resulta inabarcable. Muchas personas en la Palma han tenido que irse de sus casas y un centenar han visto desaparecer en un momento sus hogares y su medio de vida. Recuerdos irremplazables. Quienes contemplamos el desastre, a poca sensibilidad que se tenga, nos hemos puesto en su piel imaginando cómo nos sentiríamos en esa situación.

La lava hirviendo en rojo que parece quemar hasta la mirada concreta ese marco de inmensidad ante el que somos mínimos. La foto. El humano con los brazos desmayados, quieto.

La erupción, la pandemia vírica, la epidemia de la virulenta derecha política, sus ramas jurídica, mediática, empresarial. La idiotez, la agresividad social. El magma neonazi que salta en gritos a la calle y puebla los medios que lo alimentan. El infierno. Sin cauces de alivio.

La idiotez. Todo el mundo opina y sabe ahora de volcanes. Las autoridades han de advertir a los ciudadanos, por si acaso, que no se acerquen a la lava. En los medios preguntan cuánto durará la erupción, casi a qué hora parará. E informan a la audiencia sobre “lo que se sabe” en punto y hora. Surgen los habituales bulos. Las explicaciones inexpertas que crean más confusión. La competición del sensacionalismo mediático por el más cerca todavía. La búsqueda de la certeza absoluta, la quimera de la (imposible) seguridad total. Un tufo de inmadurez nos lleva a la guardería del infierno para dejar inerme la respuesta. Los jóvenes del botellón se lanzan a la barra libre de horario en varias comunidades. Disipada su preocupación de tener que volver a las tres de la madrugada a casa, “tan pronto”.

¿Y si no hubieran vivido en una isla volcánica? ¿Y si no conviene hacerlo al lado del mar o de la montaña o de la riera o de la ciudad con tejados y cornisas? La educación judeo-cristiana aflora para dar su merecido a quien se equivoca, aunque no suele hacerlo con quien daña a los otros de verdad y no paga ningún peaje. Ahí tienen a depredadores sociales sin castigo alguno. La teoría falla; la doctrina, no.

El infierno. Nazis, ultras, mentirosos viscerales, radicalmente simples para enturbiar mentes simples y dañar a toda la sociedad. Esta semana amanecía con todos los nombres del diablo, tan dañinos como un fuego constante. Los 11 principios de la propaganda nazi están hoy vigentes en las fake news difundidas principalmente por políticos de mentalidad ultraderechista. Sobre todo, el principio de la vulgarización:  “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida”. El infierno de la banalidad.

Alemania celebra elecciones históricas con el fin de la era Merkel. Todos los partidos –de la derecha e izquierda- se unen en cordón sanitario contra los neofascistas de AfD que reescriben la historia nazi.  Su llegada al Parlamento ha destruido la convivencia, como en todas partes. La derecha alemana es antifascista; la española no y ése es un problema clave. La libertad de expresión de los fascistas está exquisitamente garantizada, se les autoriza a manifestarse gritando sus insultantes lemas como hemos visto en Madrid y, ante las protestas demócratas, la Delegación del Gobierno les impone una multa de 600 euros.

El infierno corona otro hito concreto de estos Años 20  que parecen convocar todos los desastres. Con sombras negras ciertas. Una vez sofocados los daños más urgentes del Volcán de la Cumbre Vieja de la Palma, habrá que fortalecerse para cuanto haya de venir. La propia tierra nos enseña que toda erupción arroja una fuerza que permanecía latente y que libera energía. La energía está en nosotros como seres vivos. Ojalá consiguiéramos cerrar las puertas de los infiernos y aprender de esa capacidad de la Naturaleza de soltar lastre, asimilar los cambios -traumáticos incluso- y terminar por reconvertir el daño en fuerza y voluntad.

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