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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

¡Hasta luego! ¡Da igual!… Paso

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en la Asamblea de Madrid.

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Y al tener más ideas aumentaron sus sufrimientos

Gustave Flaubert

Una frase pueril y fuera de lugar pronunciada por Isabel Díaz Ayuso en la cámara madrileña, como si aún siguiera jugando en El Hormiguero o peor porque allí no hubiera osado, es capaz de resumir el estado de las cosas una década después de la acampada de Sol: no es que no nos representen, es que ni lo intentan. En muchas cosas Ayuso es como un compendio, un resumen universal e indiscutible del punto sin retorno al que han llegado las cosas. Lo espantoso de Ayuso es que lo piensa pero lo revelador es que aún lo dice con una especie de malvado candor. Otros representantes electos actúan de la misma forma aunque tengan la precaución de no verbalizarlo: “Da igual, paso, hasta luego”. ¿O qué es lo que pasó en el Congreso el jueves?

No vengo, ya comprenderán, a hablarles de Ayuso sino a contarles cómo la democracia se hace arenisca entre los dedos de esta generación de políticos y cómo se aventa al aire entre soplos y sorbos de una degeneración de periodistas y vuela en el aire cualquier contrapeso, cualquier control formal o informal, cual resto de lo que identifica a un sistema basado en la soberanía del pueblo y en la decencia. 

La presidenta de Madrid comparecía ante la Asamblea en función de control parlamentario de su acción de gobierno. Base democrática. Le preguntaban por algo tan doloroso como las muertes de ancianos en las residencias de Madrid sin ser llevados a un hospital para intentar salvarlos. Un asunto de gravedad que ella se despachó en un programa de entretenimiento afirmando: “se trató a cada cadáver con cariño y con respeto”. ¡Faltaría más, señora! Cualquiera podría haberle dicho que el respeto que se le exigía era con los aún vivos, con los que tenían el mismo derecho que los demás a ser tratados en un centro sanitario, que a los muertos, ¡solo faltaría! ¿Qué iban a hacer? ¿Profanarlos? ¿Clavarles encima una estaca? Pero todo ese intento de control de una gestión brumosa y culposa se la quitó de encima con una frase de malcriada, “Hasta luego.. da igual… paso”, y un movimiento chulo bajando el micrófono que en otros tiempos se hubiera merecido una guantada de cualquier progenitor con dos dedos. Huir la responsabilidad nunca mereció aplausos, hasta ahora. El control democrático de una cámara ya no existe. Delenda est democracia.  

Tampoco existe ya el control formal del Congreso prefigurado en la Constitución Española y lo vimos en el extraño caso de las pinzas en el refrendo del candidato Arnaldo. No solo porque el control parlamentario decayó ante la obligación formal de votar lo moralmente inadmisible sino porque el control informal de la prensa, que fue la encargada de airear las miserias de un factotum del PP que todos en el mundo jurídico sabían ya, no tuvo ninguna consecuencia. Denunciar anomalías de un candidato antes de una votación del Congreso no sirvió para nada. Denunciar con todo tipo de pruebas y documentación corrupción dentro del CGPJ, como hice en La zanahoria del juez Gadea o en La hija de Marchena no consigue nada que no sea la agitación interna del sector y las felicitaciones por lo bajinis. Hace más de una década por lo menos cayó Dívar. Denuncian que hay políticos que han recibido como regalo másteres sin que hayan temblado los pulsos a la hora de crear documentos para taparlo y casi acaban los periodistas emplumados antes que los corruptos. El control del cuarto poder ha muerto incluso cuando intenta seguir ejerciendo su labor de forma rigurosa y documentada. Otras veces se renuncia a ello desde el inicio y acaban poblándose los medios de historias falsas, con apariencia de no ser verdad, que nadie intenta ni siquiera confirmar hasta que algún sufrido las desmonta, de tan patéticas. Eso ha pasado esta semana con el tipo que decía haber estado 35 años en coma aunque entre tanto hasta había tenido hijos. Da igual, todo da igual. Y si da igual, ¿por qué no pasar, eh? En 2004 escribía Bernardino Hernando: “Nadie habla peor de la profesión periodística que los propios periodistas, pero la inmensa mayoría volverían a ser periodistas si volvieran a nacer. Porque nos gusta escribir y nos gusta influir en la sociedad”. Han pasado demasiados años para que seamos demasiados los que estamos dispuestos a seguir suscribiéndola. Si todo da igual solo queda el ¡hasta luego!, colegas.

Todo ha cambiado tanto en los últimos diez años que hoy podemos decir con certeza que ni de la pandemia salimos mejores ni del 15-M tampoco. No sé si nos representaban los de entonces pero es obvio que no lo hacen mejor los de ahora. Casado no es Calígula ni los que le han reído la gracia tampoco. Hay quien considera que el César no quiso nombrar cónsul a su caballo Incitatus por pura locura sino como una broma cruel y sarcástica llena de desprecio hacia el servilismo y la vileza en la que habían caído los senadores de su tiempo. No es probable ni que Enrique Arnaldo esté para carreras ni que la fineza de la sátira del jefe de la oposición vaya a pasar a la historia. Tampoco parece propio de gentes de izquierdas apuntarse al cum finis est licitus, etiam media sunt licita del teólogo Busenbaum que tanto les ha costado a los jesuitas lavar de sus anales pero cuando votaron pinzados también estaban diciendo: “Hasta luego… da igual… paso”, a su manera. 

La democracia está asentada en un sistema de contrapesos y controles formales e informales y en la tal vez loca idea de que los votantes van a elegir al más apto, al más honesto, al más honrado, al más entregado al servicio del bien común. Visto que tales premisas se han hundido no queda en realidad sino la representación. La renovación constitucional de los magistrados del Tribunal Constitucional en el Congreso es “un teatrillo”, según los grupos que salieron del hemiciclo para no participar y la política es un juego de hormiguero y las denuncias sobre la falta de honradez se pierden entre la lava y los extraños ditirambos que nos sirven. Los papeles de Panamá del premio Nobel no existen aunque lleven su firma o las cuentas en Vaduz o Belice o el siguiente paraíso del monarca en nada acaban y ni la Justicia se pringa para poner orden. Ayuso es la única que en su descuido, en su gedeonada, nos muestra que van desnudos, pero no está sola en el destape. Otros lo visten con un relato que al final sigue siendo un “hasta luego, Lucas” revestido de engaño. 

Estoy por decirles que estoy harta, que hasta luego, que da igual, que paso, pero para mi desgracia no es cierto. Por eso escribo, porque me gusta y porque deseo influir en la sociedad. Por eso volvería a ser periodista aunque a días lo llore. 

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