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Médicos de familia en Madrid: “Estamos achicando agua de un sistema que naufraga”

La doctora Patricia Martínez, médica de familia en el centro de salud Isabel II en Parla, con los médicos de familia Sara Yago y Javier Ceballo, de Villaverde y Rivas respectivamente

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Son médicos de familia que enfrentan situaciones difíciles. Ellas, las doctoras Patricia Martínez y Sara Yago, trabajan en centros de salud saturados, con menos de la mitad de la plantilla médica, en áreas con un elevado porcentaje de infectados, sin recursos, y ahora confinadas por el Gobierno regional de Díaz Ayuso. Él, Javier Ceballo, ha acumulado 71 contratos en 28 meses, 26 de ellos en el mismo centro de salud.

Llegan a la cita para la entrevista con signos de cansancio en el rostro y con tantas ganas de hablar que apenas hace falta formular preguntas. La doctora Patricia Martínez es médica de familia con contrato de suplente en el área Isabel II del municipio de Parla, un centro de salud grande que cubre la atención de 35.000 personas con menos de la mitad del equipo médico en activo. “Unos están de vacaciones que tenían acumuladas, otros están de baja y hay una plaza que no coge nadie”, explica.

Las medidas establecen cuatro puestos inamovibles en su centro: uno se encarga de las urgencias no respiratorias, otro de los pacientes sospechosos de COVID, otro de los avisos a domicilio y el cuarto, del triaje, la clasificación de los pacientes para evitar que las citas por cuestiones administrativas suban a consulta. “Si a los pacientes les dan cita telefónica para que les llame un médico, pero no hay ningún médico llamando porque están en esos cuatro puestos esenciales, ¿quién llama a esos pacientes?”, pregunta Martínez.

“Así el sistema colapsa, porque tienes una media de doscientas citas diarias que no atiendes; algunas pueden ser graves, otras no, pero todas, si no son atendidas, van a presentarse en el centro de salud y las colas crecerán”, añade. La demora también se extiende a los resultados de las pruebas de PCR: “Están tardando unos siete días en darlos”.

El estrés ha hecho mella en ella. Tanto, que ha decidido cambiar de aires. “Voy a renunciar a mi puesto antes del uno de octubre, necesito más tranquilidad, de momento seguiré en otro lugar en atención primaria pero con intención de dedicarme a urgencias en ambulancias, para lo que empiezo a formarme ahora. La falta de recursos y el papeleo, que roba el 90% de mi tiempo laboral, me han quemado. La situación en primaria está completamente desbordada”. Su área es una de las afectadas por el confinamiento anunciado por el Gobierno regional de Díaz Ayuso.

Un vídeo en el que Martínez muestra su agenda de citas se hizo viral hace unos días en las redes sociales: Ciento catorce personas atendidas una mañana en lo que llaman triaje (proceso de clasificación de las personas que aguardan en las colas) o unos sesenta pacientes al día para consulta, cuando la recomendación de la Plataforma Atención Primaria se Mueve es un máximo de veintiocho por jornada.

El caso de Patricia Martínez no es el único. En los últimos meses se han registrado varias renuncias en una especialidad ya de por sí con muchas carencias, con un importante porcentaje de médicos mayores, algunos con patologías que les han obligado a quedarse en casa para no exponerse a riesgos, y con solo el 13,5% de los médicos menores de 40 años a nivel estatal, frente al 26% que se jubilará en los próximos cinco años, según datos aportados en el Congreso de Valencia de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria.

“Tenemos ansiedad, dormimos mal, algunos no pueden más”

La doctora Sara Yago es médica con contrato indefinido en el centro de salud de San Cristóbal, situado en el barrio de Villaverde en Madrid, otra zona también ahora confinada. Un 32,2 por ciento de la población de su área son personas inmigrantes, “está entre los barrios con renta per cápita más baja y con mayor desempleo de la capital”.

“Mucha gente vive en casas muy pequeñas, a veces varias familias bajo el mismo techo. En algunos casos llegan a dormir en el suelo para poder realizar el aislamiento. La derivación a los hoteles medicalizados tarda varios días por problemas burocráticos, cuando justo son esos primeros momentos los más importantes para aislar correctamente y evitar que se contagie el resto de los convivientes. En muchos casos se les acaba derivando cuando ya llevan una semana con síntomas y el contagio de los contactos ya se ha producido de forma inevitable”, denuncia. 

A ello se añade que solo hay una trabajadora social para un porcentaje de pacientes que tienen una gran demanda. “Es una población que está sufriendo graves problemas socioeconómicos. Una mujer vino llorando porque llevaba días sin poder dar de comer a sus hijos y ya no sabía dónde más ir”, relata. 

A principios del pasado mes de agosto la doctora Yago envió varios e-mails a la Dirección Asistencial y a Riesgos Laborales alertando de que los profesionales estaban “al borde de necesitar la baja por ansiedad”, advirtiendo del colapso en su centro, de la falta de recursos y de la ausencia de información que sufrían los pacientes a los que se les realizaban pruebas PCR en el marco del programa de cribado de asintomáticos. 

También avisaba de que la cifra de contagios, en un área “en la que casi ninguna familia ha podido irse de vacaciones”, quintuplicaba ya la media nacional. Pero no pasó nada. No se reforzaron ni recursos ni plantilla, a pesar de que en el turno de tarde “solo hay tres médicos para atender siete cupos”, es decir para atender lo que correspondería a siete médicos: menos de la mitad de la plantilla. 

La falta de reacción de las autoridades ha provocado lo inevitable. Ahora en su zona ya hay 1.500 infectados por cada 100.000 habitantes y el Gobierno regional la ha incluido como área confinada. “Cuando alertamos de la incidencia a principios de agosto todavía podía haberse hecho algo. Pero no se ha reforzado Salud Pública y no ha habido -ni hay- rastreadores suficientes, la mayoría de los pacientes no reciben más llamada que la del centro de salud”, explica la doctora Yago.

“Solo consigue cita quien puede desplazarse”

“El sentimiento compartido es que estamos achicando agua de un sistema que naufraga por falta de voluntad política”, añade. Como médica en un centro afectado por el confinamiento decretado, cree que dicha medida “es probablemente poco eficaz e injusta. Culpabilizan a la gente y la realidad es que no han llegado los refuerzos prometidos a primaria ni a salud pública”. 

Buena parte de sus pacientes trabajan en el sector de servicios en el centro de Madrid “o como cuidadoras en barrios ricos, nadie puede teletrabajar, así que seguirán moviéndose, porque para dar servicio, para trabajar, sí está permitido”. 

La doctora Martínez lo expresa de este modo: “Necesitamos recursos, buenos contratos y medidas necesarias, no anuncios ineficaces de cara a la galería. Dicen que la población se ha relajado. ¿Y tú, que eres la que tenía que gestionar y organizar esto?”.

“En mi centro la gente tiene que hacer cola de más de una hora para conseguir cita, que además se demorará varios días. Es preciso reforzar también el área administrativa para poder canalizar esta demanda y que la gente pueda contactar telefónicamente. Porque si no, solo consigue citarse quien puede desplazarse, y esto puede dejar fuera especialmente a las personas más vulnerables”, denuncia Yago.

“No es que no haya médicos, es que no fomentan que los haya”

La historia de Javier Ceballo ilustra bien otro de los problemas que enfrenta la medicina de familia y comunitaria en Madrid. Ha tenido setenta y un contratos en veintiocho meses, veintiséis de ellos en el mismo centro de salud. Es decir, tiene la voluntad de ser médico de familia, está ejerciendo como tal y ofrece una labor necesaria en su centro, a la vista del tiempo que lleva trabajando en él. “Pero no logro una plaza con más continuación, voy empalmando contratos de sustitución por bajas y vacaciones”. 

Al principio le rescindían los contratos los viernes y se los renovaban los lunes, no le pagaban los fines de semana: “En dos años solo he tenido nueve días de vacaciones pagadas. Cada vez que terminas un contrato te liquidan las vacaciones y parte de la paga extra. Claramente hago falta en mi centro, sería más lógico que me hicieran un contrato todo el año”. 

Ceballo está a gusto con su jefe y sus compañeros, cree que su centro está bien coordinado a pesar de la falta de recursos y quiere seguir allí: “Por eso aguanto”. 

La falta de recursos, la precariedad de los contratos y el enorme papeleo que enfrentan los médicos de familia ahuyentan a muchos. “Yo aguanto porque soy de aquí, de Rivas de toda la vida, mi familia es de aquí, mi novia es de aquí, y estoy encariñado con muchos pacientes. Pero si no hay esos vínculos te vas, como hace mucha gente, que ve que en otras comunidades autónomas hay mejores condiciones”, explica. 

“No es que no haya médicos, es que no fomentan que los haya”, indica la doctora Yago. “De los dieciocho que éramos en nuestra residencia, solo nueve permanecen en medicina familiar en Madrid. Los demás se han ido a otras comunidades o han renunciado a la especialidad”, señala el doctor Ceballo. 

“Tengo alrededor de diez compañeras que no están trabajando porque han renunciado a seguir en estas condiciones de estrés y precariedad”, indica Yago, quien señala que el colectivo Yo Renuncio, surgido recientemente, se plantea coordinar “una renuncia colectiva ante la incapacidad de asegurar el derecho a la salud de la población dadas las condiciones actuales”.

“La conclusión es que somos la orquesta del Titanic y estamos tocando hasta que se hunda el barco. Vamos a seguir trabajando, pero se está hundiendo. No hay bote salvavidas ni cabemos todos en la tabla, ni nada” reflexiona Martínez.

Los tres coinciden en señalar que los fallos no vienen de ahora. “El COVID simplemente ha empeorado una situación que ya existía, con problemas estructurales graves”, indican.  

Los problemas son graves pero las soluciones son posibles, opinan. Sara Yago recuerda que en otras comunidades autónomas las pruebas PCR se están tomando fuera de los centros de salud para evitar su saturación, e indica que buena parte del trabajo burocrático, en concreto la gestión de las bajas, “colapsan nuestras consultas. Necesitamos refuerzos y soluciones desde la Administración”.

También subraya que hay personal sanitario en situación de riesgo debido a enfermedades como obesidad, hipertensión o diabetes que podrían teletrabajar haciendo llamadas. “Cuando te has gastado cincuenta millones en un hospital no puedes alegar que no hay dinero. Lo que no hay es voluntad”, señala.  

“Es frustrante dar citas a pacientes sabiendo que no les van a llamar”

En lo vivido por estos médicos de familia hay un proceso de lucha seguido de un cierto cansancio mental. La doctora Martínez reconoce que “es muy frustrante dar citas de revisión a pacientes sabiendo que no les va a llamar nadie”. “Llega un momento en el que estás hasta arriba, te preguntas qué más puedes hacer, ves que enviar escritos a los responsables no vale de nada, y al final corres el riesgo de asumir la situación, tirar como puedes y de alguna manera dejar de luchar”.

“Hay un instante en el que esa frustración se tiene que convertir en algo con lo que puedas convivir, porque si no te engulle, no descansas, no tienes vida personal, estás al cien por cien pensando en ello y es muy traumático. Al final acabas desarrollando un mecanismo de defensa con el que corres el riesgo de resignarte”, apunta Sara Yago. 

Desde hace años diversos colectivos denuncian la falta de dotación tanto económica como humana en atención primaria, lo que ha deteriorado de forma progresiva el nivel asistencial. “La atención primaria es medicina de familia y comunitaria, pero la comunitaria no se cubre, agravando problemas sociales; y la de familia, tampoco. Somos más bien una especie de urgencias en un centro de salud”, lamenta el doctor Ceballo, quien intenta paliar la falta de tiempo y de recursos desayunando con “algunos pacientes mayores o acompañándolos al fisioterapeuta cuando puedo”. 

“Las urgencias son una foto, atiendes en un momento puntual. Por el contrario, la atención primaria debería ser una película: es decir, haces seguimiento, conoces el contexto, las causas, la analítica, el entorno familiar. Eso a día de hoy no podemos hacerlo. No podemos dedicar diez minutos para asuntos que son de salud y a veces también algo más, porque lo que el alma calla el cuerpo lo grita. Por todo ello necesitamos dedicar más tiempo a los pacientes”, explica Martínez. 

“La medicina familiar y comunitaria no es solo recetar, es explorar, escuchar, hacer seguimiento, hacer las cosas con cariño”, remata Ceballo. 

“Cuando vi a Paco en aquel banco, hice crack”

La conversación se prolonga. Comparten recuerdos de los momentos más complicados. Martínez no puede olvidar una visita domiciliaria que realizó al inicio de la pandemia:

“En las situaciones en las que veíamos que la persona no podía salir adelante, buscábamos medidas paliativas para evitar la sensación de ahogo que provoca la insuficiencia respiratoria causada por el virus. Eso tiene un nombre: morfina. Pues bien, yo estaba ante esta mujer de edad avanzada a la que quería evitarle el sufrimiento pero no podía, porque no disponíamos de morfina. Había desabastecimiento. Muy duro”.

El doctor Ceballo también recuerda “el día que hice crack”:

“Los cuatro primeros pacientes que envié al hospital murieron. Y me acuerdo un día bajar la escalera del centro de salud y ver sentado en el banco de COVID a Paco, un paciente mío que me cae muy bien, y decirle: '¿Qué haces, Paco?'. Y me dice: 'Espero la ambulancia, me llevan al hospital porque estoy mal del pecho'. Y yo ahí me rompí. Fue el día que me rompí y me costó mucho salir de eso”, relata.

“¿Y qué pasó con Paco?”, preguntan sus compañeras.

“Salió, Paco salió, le costó, pero volvió”, contesta.

“Yo los primeros días de los aplausos lloraba mucho, me emocionaba con el apoyo de la gente. Ahora me preocupa que ya no sientan esas ganas de apoyo”, confiesa Martínez.

También hablan de política. Sara Yago confiesa que lloró con los resultados de las últimas elecciones regionales y la doctora Martínez dice que “no volvería a votar a los mismos. Ahora cambiaría mi voto”. 

El doctor Ceballo, compañero de Martínez en su época de residentes, comenta: “Patricia, esto que cuentas es nuevo”. 

“Ya ves”, contesta ella. 

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