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Fin del experimento sueco contra el coronavirus: “Es una pesadilla que vuelve”

Salas vacías en la biblioteca municipal de Malmö el 16 de noviembre.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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Los suecos ya no están tan confiados con la estrategia de su Gobierno frente al coronavirus. Durante meses, respaldaron en porcentajes superiores al 60% la decisión de no imponer en el país las mismas medidas drásticas habituales en el resto de Europa. Los que apoyan al Gobierno se han reducido ahora al 42%, cuando eran el 55% hace un mes, según una encuesta de Ipsos publicada por el diario DN el 26 de noviembre. Un 82% está muy o bastante preocupado por la evolución de la pandemia (en España son el 91%, según el CIS). Las promesas que escucharon en primavera no se han cumplido. Los responsables científicos de la estrategia gubernamental les dijeron que iban a estar en mejores condiciones que otros para afrontar la segunda ola gracias específicamente a la ausencia de un confinamiento estricto. La realidad está muy lejos de esas previsiones.

Suecia (diez millones de habitantes) continúa sufriendo una incidencia muy superior a la de sus vecinos nórdicos, cuyos gobiernos sí adoptaron prohibiciones sin precedentes. Según el ECDC, Suecia cuenta actualmente con 682 casos por 100.000 habitantes en los últimos 14 días (España tiene 286, Italia 590). La distancia con los países cercanos (los que iban a estar peor en otoño) es evidente. Dinamarca, 310. Noruega, 116. Finlandia, 111.

El primer ministro se rindió a la evidencia el 22 de noviembre. En un discurso de tono tan dramático como los que han pronunciado Merkel, Macron o Sánchez, el socialdemócrata Stefan Löfven advirtió a la población de que las medidas debían endurecerse y les alertó sobre lo que puede pasar en Navidad si bajan la guardia. “Más y más gente está muriendo”, dijo. Lo que hagamos mal ahora, lo pagaremos más tarde. “Quizá suene duro. Quizá suene brutal. Pero así es la realidad, dura y brutal”.

En otras palabras, lo que se llamó el experimento sueco ha tocado a su fin.

Anders Tegnell, principal consejero científico del Gobierno sueco, tenía claro a principios de mayo que el tiempo daría la razón a la respuesta sueca de evitar un confinamiento total. “En otoño, habrá una segunda oleada. Suecia tendrá un alto nivel de inmunidad y el número de casos será probablemente bastante bajo. Pero Finlandia tendrá un muy bajo nivel de inmunidad. ¿Volverá Finlandia a decretar un confinamiento total?”, dijo al Financial Times.

Se refería al concepto de inmunidad de grupo que, si bien no formaba parte de los planes oficiales del Gobierno, era una consecuencia evidente de la estrategia elegida; mantener abiertos bares, restaurantes, gimnasios y colegios de primaria, además de recomendar el teletrabajo. Las mascarillas no eran necesarias. Incluso eran mal vistas en la calle. No se impusieron sanciones económicas, porque no había prohibiciones. Tegnell sostenía en primavera que “encerrar a la gente en casa no funcionaría a largo plazo”, ya que la gente no lo aceptaría.

Suecia se convirtió en un modelo alternativo, especialmente elogiado en Estados Unidos y Reino Unido por personas y grupos de ideas libertarias en la derecha. Aun en septiembre, el ala derecha de los tories británicos pedía a Boris Johnson que estudiara las soluciones aplicadas en Suecia. La vía sueca era defendida con el argumento de que podía ser efectiva y provocaba menores daños en la economía. En las manifestaciones contra el confinamiento en Londres, hubo pancartas en las que se leía “Suecia tenía razón”. En las concentraciones de protesta en Alemania, algunas personas llevaban banderas suecas.

La evolución en meses posteriores ha desmentido a Tegnell. En junio se produjo un pico de muertes hasta que la situación mejoró con claridad en verano. “Hay una relación entre la rápida caída de los casos en las últimas semanas con la creciente inmunidad que se está dando en muchas zonas de Suecia”, comentó Tegnell en agosto para insistir en su posición.

El epidemiólogo sí había lamentado no haber tomado antes medidas más efectivas para proteger a las residencias de ancianos. Por entonces, aún insistía en las ventajas de la inmunidad de grupo con la que respondía a los que comparaban las cifras de Suecia con las de sus vecinos escandinavos. Tegnell sólo preveía “un ligero aumento de casos” en otoño.

Los científicos críticos con Tegnell ya habían advertido de que era necesaria un respuesta más firme. Fueron duramente criticados en los medios y en sus círculos profesionales. “Sólo estábamos diciendo lo que los científicos internacionales estaban diciendo. Era como vivir en un universo diferente”, dijo Nele Brusselaers, epidemióloga del Instituto Karolinska.

“Estamos realmente preocupados con el otoño”, explicó la viróloga Lena Einhorn. “No creo que podamos contar con la inmunidad de grupo. Si Suecia no cambia de política, no veremos lo mismo (que en primavera), porque los ancianos están mejor protegidos, pero los números (de casos y muertes) subirán”. Para los expertos como ella, era muy difícil aceptar que el Gobierno no obligara a la gente a llevar mascarillas en el interior de bares o restaurantes.

En realidad, ocurría lo contrario. Se consideraba que las mascarillas sólo causarían miedo y crearían una falsa sensación de seguridad. El Gobierno ha mantenido esa posición durante meses y la idea ha calado en la sociedad. Médicos que insistían en llevarlas recibían reprimendas y amenazas de perder el puesto de trabajo.

Con la llegada del otoño, las cifras volvieron a empeorar en la línea de otros países europeos. Tegnell alegó entonces que no se había buscado conseguir la inmunidad de grupo. “Si se extiende la Covid-19 y un 50% o 60% coge la enfermedad, eso puede desbordar rápidamente el sistema sanitario, posiblemente causar un número constante de muertos y dejar a la gente con secuelas a largo plazo. Si puedes evitar eso, debes hacerlo”, dijo en una entrevista a New Statesman a mediados de octubre. Para entonces, su mensaje empezaba a sonar muy parecido al habitual en otros países de Europa.

La evolución del número de casos se disparó en Suecia en la segunda ola, según los datos de la Universidad Johns Hopkins recopilados por Our World in Data. A pesar del pronóstico de Tegnell en mayo, continúan estando muy por encima de sus vecinos escandinavos. El número de nuevos casos confirmados en las últimas 24 horas fue de 6.485 el jueves. El 1 de octubre eran 475. El 1 de noviembre eran 1.965.

Por primera vez desde la primavera, una mayoría de los enfermos internados en una UCI son enfermos de Covid (237 sobre 464 camas ocupadas para un total de 666 camas UCI equipadas con ventiladores en todo el país).

El incremento alarmó al Gobierno, lo que provocó diferencias con la Agencia Pública de Salud, un organismo independiente que dirige la estrategia contra el coronavirus. Hasta mediados de noviembre, el primer ministro Löfven había dejado que Tegnell y la agencia monopolizaran la comunicación de las medidas y la toma de las principales decisiones. Cuando vio que estaba claro que algunos pronósticos sobre la segunda ola no se habían cumplido –los casos por habitante de Suecia superaban cuatro veces los de Noruega–, ordenó reducir de 50 a ocho el número máximo de personas permitido en lugares públicos, prohibió hasta finales de febrero la venta de bebidas alcohólicas después de las diez de la noche y recomendó evitar el transporte público y las tiendas. Los estudiantes de secundaria volverán a las clases online desde el próximo lunes.

Tegnell dio a entender que las medidas propuestas por él no eran tan duras, pero negó que se hubiera producido un enfrentamiento con el Gobierno, contra lo que afirmaron varios medios suecos. Dijo que cada organismo se mueve en un nivel diferente: los científicos hacen recomendaciones y el Gobierno aprueba restricciones a ciudadanos y empresas. Otros no lo ven tan claro. “Es un serio problema. No está claro quién toma las decisiones”, dijo al FT Nicholas Aylott, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Södertörn.

Una de las claves del experimento sueco es que se basaba en el respeto por la ciencia que sienten sus ciudadanos y una cultura del consenso y la confianza mutua arraigada en sus instituciones. Esa base aparentemente sólida ha empezado a quebrarse y se producen escenas bien conocidas en el resto de Europa. El Gobierno reclama a los ciudadanos que cumplan las recomendaciones y que se dejen de “excusas”. Los ciudadanos se quejan de que las instrucciones de las autoridades cambian y que no siempre les encuentran sentido al estar todos los bares y restaurantes abiertos. El personal sanitario dice estar más cansado que en primavera y teme estar a las puertas de peor.

“Es como una pesadilla que vuelve”, dijo una enfermera a la radio pública sueca.

Suecia ya no es tan diferente.

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