Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Billy el Niño sube a escena y la Transición vuelve a tambalearse

Una escena de 'Homenaje a Billy el Niño'

Pablo Caruana Húder

12

El madrileño Teatro del Barrio ha estrenado su producción propia Homenaje a Billy el Niño. Teatro político que pone de nuevo en la palestra la Transición política española de la dictadura franquista a la democracia. Entre el público del estreno, también se encontraban presentes Luis Suárez-Carreño —primera víctima de la dictadura que presentó en 2017 una querella individual en España contra tres miembros de la Brigada Político Social, entre ellos Billy el Niño— y la mujer del fallecido Chato Galante, la referente del movimiento feminista Justa Montero. Tanto Galante como Suárez-Carreño fueron torturados por Antonio González Pacheco, conocido por su apodo Billy el Niño. No es habitual ver en un escenario una obra de teatro documental sobre la represión en el tardofranquismo y los primeros años de democracia, que además cuenta con los testimonios de las propias víctimas.

Se apagan las luces, comienza la función y se proyecta un texto: “Este es el relato de un homenaje. Un relato significativo de convivencia democrática. Un relato de condecoraciones y reconocimiento a una vida dedicada por y para el orden. Mi orden. Nuestro orden. 1977”. Desde el comienzo, queda claro el posicionamiento ideológico de esta obra escrita por Ruth Sánchez y Jessica Belda. Ironía que es rabia mascada y voluntad de denuncia y reparación. En frente, Billy el Niño, policía y torturador desde la Brigada Político-Social en los últimos años del franquismo y también torturador ya como inspector del nuevo y, ya en democracia, Cuerpo Superior de la Policía en la oscura Brigada Central de Información. Una carrera policial que acabó con medallas y una buena pensión.

Billy el Niño falleció en el año 2020 con todos los reconocimientos impolutos. De ese homenaje del Estado español a este torturador va la obra. De ese homenaje y de una sociedad que, al mismo tiempo que se ilusionaba con nuevas libertades, que ansiaba poder cambiar las cosas a mejor, decidió no ver, no escuchar y dejar que las cloacas del Estado “enderezaran” las cosas.

“Me están rompiendo las vértebras”

“Primer piso de la Dirección General de Seguridad. Conesa mira, Billy el Niño me interroga, un policía al que no logro identificar escribe a máquina. Mis datos. Me preguntan por mi vinculación con Eva Forest. Me grita. Intento contestar (…) Siento su aliento en mi cara. Puedo olerlo. Me agarran por los brazos. Me están sacudiendo. Golpes, primero en la espalda. El dolor es terrible. Me están rompiendo las vértebras. Me cuelgan. Ahora en el abdomen, estómago e hígado. ‘Ahora ya no parirás más. Puta. Bruja’”. Estas palabras, que ahora se oyen en escena no son otras que parte del testimonio de la abogada Lidia Falcón en la causa de la jueza argentina María Servini contra los crímenes del franquismo, causa que le llevó a pedir la extradición de Billy el Niño en 2013, y que el Estado Español negó. Los delitos habían prescrito. España se rige por la Ley de Amnistía de 1977 y no se aceptó la figura de crímenes de lesa humanidad que Servini reclamaba.

El proceso abierto por Servini y los testimonios que éste contiene son la base documental de la obra. Así, a lo largo de ella iremos escuchando las palabras pronunciadas por Chato Galante, Felisa Echegoyen o Willie Meyer. Así, conoceremos las técnicas de tortura, la humillación, la bañera, las guías telefónicas, el ensañamiento en genitales y las plantas del pie, las quemaduras de los cigarros, la pistola que apunta y dispara sin bala pero acierta en el cerebro… Lamentablemente no escuchamos el de Enrique Ruano, estudiante de 22 años que no sobrevivió para contarlo y lo tiraron por una ventana para maquillar su asesinato. Todas esas detenciones y torturas tienen lugar en la Dirección General de Seguridad, ese edificio de la Puerta del Sol —hoy flamante sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid— que a muchos todavía aterroriza cuando miran sus bajos, esos tragaluces enrejados donde Billy el Niño y la policía torturaron a tantos. La obra aprovecha esa figura, presente todavía hoy en el imaginario madrileño, y la convierte en símbolo a través de un efecto lumínico: en el suelo podemos ver la sombra de los barrotes de los tragaluces. El edificio se convierte en protagonista central de la obra y llega, incluso, a generar un personaje inesperado, un radiador de un pasillo testigo de los ires y venires de los presos entre los calabozos y las salas de interrogatorio. El radiador nos cuenta como él no puede ser, como los españoles, un mero espectador que no sabe bien lo que ocurre.

Ironía cimentada en la rabia

La obra tiene muchos aciertos tanto desde la dirección, a cargo de Eva Redondo, como desde la dramaturgia y la actuación. En escena, tres actores en gracia: Jesús Barranco, Jessica Belda (también autora) y Antonio Gómez, capaces de pasar del duro testimonio de la víctima a la farsa, la parodia o el puro cabaret. Y es que el montaje decide plasmar este oscuro cuarto de nuestra historia con una ironía cimentada en rabia que la directora sabe ir intercalando con dinamismo, humor y al mismo tiempo crudeza. Hace más de una década, en 2009, la compañía Animalario dirigida por Andrés Lima revolucionó la escena patria con Urtain, un montaje sobre el boxeador español; con influencias del biopic argentino, supo unir la biografía y la revisión de la historia reciente de España en un teatro que unía documento, situaciones ficcionadas y parodia cabaretera. De algún modo, Homenaje a Billy el Niño sigue esa estela y se convierte en el hijo militante y putativo de aquella obra.

Otra de las características de la pieza es que nunca se representa la violencia de las torturas. “Poner imágenes a esos testimonios me parecía no ser respetuoso. No puedes representar tanto sufrimiento. Era prioritario que no hubiera ninguna representación de esas torturas y que la palabra en primera persona se impusiera en escena. Y me he permitido ahondar en la ironía que ya contenía el texto, potenciarla en escena, para así hacer teatral esa parte más documental. Buscando también que el espectador tuviera la posibilidad de distanciarse emocionalmente, al más puro estilo brechtiano”, explica la directora Eva Redondo a elDiario.es.

Si bien todos estos distanciamientos de los que habla Redondo no funcionan siempre, la obra tiene algunos maravillosos. Sirva de ejemplo cómo Jessica Belda explica en un número cupletero y castizo la relación entre los distintos grupos fascistas europeos y la connivencia de estos con la policía española. Así, Belda se convierte en Marietta, arma corta de la policía española, viajera y eficaz. Entre gracieta chulapa y levantamiento de pierna, se va desglosando la presencia en nuestro país de la llamada Operación Gladio, orquestada por Estados Unidos y la OTAN ante el miedo de que Europa Occidental fuera invadida por los países del Pacto de Varsovia. Una historia poco conocida y que incide sobre una de las tragedias de la España democrática, la matanza de los abogados de Atocha, sobre la que también sobrevuela la sombra de Billy el Niño y sus relaciones con el neofascismo italiano. Billy el Niño tendría que declarar en el juicio de la matanza de Atocha en 1979 sobre esto mismo.

Destacan así mismo el actor Jesús Barranco, inmejorable Rodolfo Martín Villa, y Antonio Gómez que perfila el personaje de Billy el Niño. Gómez, con ese punto macarra que le es propio, tiene la suficiente dosis de canallismo para sobrellevar el papel e ir acogiéndolo en el cuerpo con chulería deshumanizada. Quizá se resuma esta redonda actuación en su movimiento de mandíbula, leve, casi imperceptible pero bien cocainómano; y en el último texto que cierra la obra, texto de una poética oscura, hiriente, violenta y sexual que deja al respetable sentado, con la rectitud rígida provocada por el asco.

El teatro no es un ministerio

La carga ideológica de la obra, su posición frontal contra aquellos acontecimientos y su visión más que ácida sobre la Transición (la fotografía que se hace de Martín Villa es de lo más corrosiva) hacen dudar si no faltan voces o perspectivas en la obra. Una de sus autoras, Ruth Sánchez, lo tiene claro. “Parece que hay una especie de consenso que cuando una obra trata un hecho o momento político se le puede reclamar al autor que tiene que ofrecer los diferentes puntos de vista en juego, como si el teatro fuera un ministerio. Por supuesto que damos solo una visión y la visión que estamos dando es la de cómo ocurrieron unas torturas que están reflejadas en una querella judicial que ni tan siquiera pudo abrirse en este país y tuvo que abrirse en Argentina. Ya hemos tenido mucho sábado santo y legalización del PCE, ¿no? Esto va de las oscuras cloacas, de las hostias que recibió la militancia de izquierdas”, argumenta.

“Tampoco es complaciente con la izquierda”, complementa Eva Redondo. “La izquierda promovió el silencio y eso es un hecho de gran violencia. A mí, hay caras que aparecen en apoyo de Martín Villa que me duelen mucho. Me duele especialmente la cara de Zapatero o de Cándido Méndez”, explica Redondo refiriéndose a una escena de la obra donde se exponen las caras de Felipe González, Nicolás Redondo, Jose María Aznar, Mariano Rajoy y los citados Zapatero y Méndez, firmas de la carta de apoyo a Martín Villa ante la petición de extradición por parte de la jueza argentina.

La obra termina sin actores en proscenio recibiendo el aplauso. En vez de esto, se instalan las caras de las víctimas de esa represión. “Era importante poner rostro a las personas que lucharon por nuestros derechos y libertades. Queríamos revertir el homenaje. Personalmente, me han dado mucha fuerza en el proceso. Me he sentido muy pequeña cuando veía que aun habiendo sido torturados una vez salían de la cárcel volvían a militar. Me parecía necesario ponerles cara”, concluye la directora.

El posicionamiento de la obra es claro. La directora espera que el posicionamiento político no le cierre puertas para realizar una gira por el circuito de salas: “Ayer justo se cerraron dos bolos. Ojalá que no solo pueda girar por ciertos ayuntamientos, la obra habla de los cimientos de nuestra democracia y creo que puede ser un ejercicio democrático y de desarrollo de pensamiento crítico fuerte, necesario también en un público más joven”.

Etiquetas
stats