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Ser mal profesor en la Universidad apenas tiene consecuencias y la nueva ley no le ha puesto remedio

La LOSU se ha quedado coja en la parte de la docencia, coinciden profesores y estudiantes.

Daniel Sánchez Caballero

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A finales del año pasado, el catedrático Daniel Aranda, de la Universidad de Granada, montó un buen revuelo con la publicación de una carta abierta en la que, entre otras cosas, lamentaba el “desinterés” estudiantil por las clases. Universitarios de todo el país replicaban los siguientes días al profesor con el argumento de que muchos de sus compañeros de profesión no lo ponen especialmente fácil: “Se dedican a leer transparencias”.

“La Universidad es el único tramo del sistema educativo-formativo en el que a nadie se pide que sepa dar clase”, se sorprende Manuel Fernández, profesor en el departamento de Didáctica y Orientación Escolar de la Universidad de Málaga. Es obvio que con un cuerpo de Personal Docente Investigador (PDI) compuesto por 133.848 personas, según el Ministerio de Universidades, no se puede generalizar ni meter a todos en el mismo saco, pero los estudiantes aseguran que hay muchos casos preocupantes.

“Nos quejamos cada año, hacemos las evaluaciones, pero vemos profesores que dan clase con powerpoints o retroproyectores, que tienen un 80% de suspendidos cada convocatoria”, explica Miguel Herrero, de la Universidad Miguel Hernández y vocal de la comisión permanente del Consejo de Estudiantes Universitarios del Estado (Ceune). Ser un mal docente, por el momento, solo tiene consecuencias económicas. La promoción por el sistema se centra en la investigación.

La reciente aprobación de la nueva Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU) ofrecía la oportunidad perfecta para actualizar la situación docente en la Universidad, históricamente relegada frente a la I+D. Pero el texto tramitado por el parlamento se ha quedado corto en este área, lamentan muchos profesores y las principales asociaciones de estudiantes. “Nosotros es una de las cosas en las que más insistimos durante el trámite parlamentario y algo han incluido”, concede Herrero, “pero de ahí a que la docencia tenga el reconocimiento que debe, queda mucho”.

Fernando Trujillo, profesor de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad de Granada, coincide: “La LOSU no viene a solucionar este problema. No diré tampoco que viene a agravarlo, pero sí lo confirma. El texto liquida la docencia en unos pocos artículos, pero sí define las cuestiones de investigación. Creo que era el momento de construir una Universidad en la que se pueda enseñar de otra manera, como mínimo más diversificada. No creo que ofenda a nadie si digo que la clase magistral es la estrategia mayoritaria en la Universidad”.

Alguna novedad sí incluye la LOSU, introducida sobre todo por el actual ministro, Joan Subirats, tras revisar el proyecto que heredó de Manuel Castells. La principal probablemente sea la obligación de que todos los nuevos profesores realicen algún tipo de formación docente durante su primer año de contrato, pero solo los nuevos. También se establece que “las universidades desarrollarán la formación inicial y continua para el desempeño de las actividades docentes del profesorado y proporcionarán las herramientas y recursos necesarios para lograr una docencia de calidad” y que “la innovación en las formas de enseñar y aprender debe ser un principio fundamental en el desarrollo de las actividades docentes y formativas”. Además, el preámbulo del texto sitúa la docencia como una pata igual de importante que la investigación y se establece que en los concursos oposiciones tiene que contar lo mismo la experiencia docente que los méritos investigadores.

El problema, explican las fuentes consultadas, es que es vago y no hace sino dejar negro sobre blanco que se ofrezca formación docente al profesorado, algo que ya hacen todas las universidades hacen motu propio. Además, el sistema de incentivos de la Universidad tira hacia el otro lado. “Bajo mi punto de vista, las propuestas no son suficientes”, resume los argumentos María José Serván, profesora en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga. “El problema viene por un lado de la forma en la que valoramos la investigación, en función del factor de impacto y la productividad. No se mide nada cualitativamente”, opina.

La investigación pesa más

“La Universidad básicamente está regida y diseñada para la investigación. Entre otras cuestiones, porque está supliendo los déficits presupuestarios”, confirma Trujillo. “Con [los fondos que se obtienen para] la investigación, se está cubriendo de alguna manera la precarización en la Universidad. Pero llega un momento en el que se pierde el equilibrio entre cómo se organiza la investigación y cómo se organiza la docencia, y todo el mundo pasa a prestarle una atención fundamental a la investigación, porque es la manera de progresar”, argumenta mientras recuerda que son los méritos investigadores los que conceden sexenios, por ejemplo, y permiten acreditarse para ascender en el escalafón.

Dar clase sí se traduce en quinquenios, pero estos se otorgan de manera casi automática con solo acumular cinco años de aulas. También suma algo para los sexenios, pero sigue teniendo menos peso que la investigación. En la mayoría de las universidades también significa un complemento económico. Desde hace unos años se habla en el sector de un sexenio docente y el anterior ministro, Castells, trató de impulsarlo, pero de momento no ha salido.

“Puedes estar matando alumnos cada mes, que si publicas en revistas de impacto vas a tener méritos”, bromea Fernández con el peso que tiene la investigación en la carrera laboral universitaria. “La plataforma web de la ANECA [la agencia que evalúa y acredita al profesorado] donde metes los méritos ya te da pistas. Para investigación puedes meter cada artículo, el índice de impacto, todo lo que quieras. Para la docencia, hay un campo abierto para que lo rellenes y si acaso adjuntes certificados”, ilustra. Hacer horas de docencia te puede hacer ganar algo más de dinero cada mes, pero poco más.

Y así, coinciden estudiantes y profesores: “Muchos profesores –no todos– lo reconocen, no quieren dar clase, quieren investigar”, sostiene Herrero, de Ceune. “Cuando tienes proyectos de investigación, te puedes quitar horas de docencia”, amplía Fernández. Investigar manda, aunque se da la paradoja de que no es obligatorio y no hacerlo no resta, por lo que también hay mucho docente que prefiere no complicarse –tampoco generará complementos salariales por investigación– y no explora esa vía. Sin embargo, las horas de clase están más pautadas.

Para tratar de controlar mejor lo que pasa con la docencia se creó el programa Docentia, implantado en todas las universidades, y que debía medir la calidad del profesorado. Pero Docentia lleva años en marcha y no acaba de arrancar. “Casi todo el mundo sacaba 'excelentes'”, dice sobre su utilidad Serván. Un estudio de la Universidad de Granada señalaba precisamente este como uno de sus principales debes: tiene escasa capacidad para diferenciar entre categorías de profesores, tiende a otorgar la máxima calificación y, por tanto, no puede orientar hacia dónde debe ir la docencia: “Le han intentado dar una vuelta, ahora se puede hacer una aproximación más cualitativa, pero se sigue midiendo al peso, en base sobre todo a los cuestionarios [de evaluación que rellena el estudiantado], la tasa de aprobados... Son pasitos, pero insuficientes”.

Más allá de las cuestiones medibles objetivamente (como los aprobados, etc.), casi toda la evaluación docente se realiza en base a los cuestionarios que menciona Serván, que hace el alumnado sobre sus profesores. Y esto genera varios problemas: por un lado, quién debe hacerlo. ¿Es lícito y representativo que un alumno que no ha pisado el aula evalúe al profesor? Por otro, si está capacitado para ello. “Hay diversas investigaciones científicas que demuestran que el estudiantado no debería evaluar al profesorado; concretamente, muestran que cuando el estudiantado aprende menos tiende a evaluar más positivamente al profesorado (Carrell and West, 2010; Braga et al., 2014)”, reflexionan los profesores de la Universidad Jaume I Ricardo Chiva Gómez y Jacob Guinot.

¿Qué es un buen profesor?

El profesor Trujillo explica que uno de los principales problemas para recompensar la buena docencia es justamente definir qué es un buen docente universitario. En su opinión, entre las claves está avanzar hacia “propuestas pedagógicas” en las que “los estudiantes son participantes activos en el proceso de aprendizaje”, unas técnicas de las que se habla más en etapas obligatorias de la educación. Pero en ningún sitio está definido.

Pese a sus críticas, los estudiantes también echan un capote a un profesorado que ven sobrecargado. “Cuando tienes 150 estudiantes en clase, hacer una experiencia educativa de calidad es más complicado. Hay que apostar por el aprendizaje central del estudiante (esto viene de Bolonia), hacer grupos más pequeños (de 50 para teoría y de 20 de práctica). Al final si tiene que dar clase a cinco grupos de 90 estudiantes no te puede ofrecer una experiencia de calidad”, concede Miguel Herrero.

Otro síntoma del escaso interés que generan algunas clases entre el alumnado es el elevado absentismo, explican los alumnos. Y la solución que barajan algunas universidades, hacer la asistencia obligatoria, no va a generar mayor interés, sostiene Diego Gibanel, director de comunicación de la asociación de estudiantes Creup. “Es importante también que se apueste por una metodología que sea atractiva para el estudiantado”, opina. “Haz clases atractivas para que vaya a clase, no me obligues. Si voy a que me lean un Power Point no me va a aportar nada esa clase, hacer un kahoot [una herramienta web] no es innovación docente. Hay que reflexionar sobre lo que se ofrece en clase”, reflexiona.

Chiva Gómez y Guinot aseguran que el sistema está mal planteado en su conjunto. “El sistema de enseñanza-aprendizaje puede mejorar, pero no lo hará con las evaluaciones del estudiantado, las recompensas o los castigos en programas como Docentia o los sexenios docentes [si acaban llegando]. Su creciente importancia no implica que la Universidad se preocupa más por la docencia sino al contrario, la menosprecia e infravalora al castigar a los mejores profesores”, cierran.

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