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Artistas de la fe

Lorenzo Silva

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La obra en alemán más influyente del siglo XX se escribió desde el extrarradio de la cultura alemana: Praga, ciudad subalterna del Imperio Austrohúngaro. Su autor: Franz Kafka, miembro a su vez de una minoría que sería marginada tras la independencia de Checoslovaquia. Para rematar la pirueta, Kafka era un outsider del mundo literario: hijo de comerciante, y abogado, despertaba la condescendencia de los que realmente estaban “en la pomada”, como Franz Werfel, que tras leer sus primeros escritos sentenció, profético él, que aquello “no pasaría de Bodenbach” (malévola alusión a la estación férrea, última de Bohemia antes de entrar en el territorio del Imperio Alemán).

Pero Kafka, armado sólo con sus cuadernos y su estilográfica, se sobrepuso a todas estas desventajas y se convirtió, contra pronóstico, en el astro alrededor del que orbitaría el resto.

Es un buen ejemplo, al que podrían sumarse unos cuantos más, de que a los tipos de extrarradio hay que tenerles un respeto, y acredita las bondades de la visión periférica, tan desdeñada como poco usual entre los círculos intelectuales, siempre poseídos por esa fiebre centrípeta que empuja a sus miembros a buscar acomodo en la corte, incluso cuando van de malditos.

Pongan que hago de la necesidad virtud. Nacido en Carabanchel, empadronado en Getafe y con segunda casa en Viladecans, me he acostumbrado a mirar hacia la capital desde fuera y a sentirme bien así. Madrid se ve de maravilla desde el getafense cerro de los Ángeles; como los madrileños nunca la ven. Otrosí Barcelona desde la montaña de Sant Ramon, a cuyo pie está mi casa barcelonesa. La periferia, a menudo, es atalaya para mejor ponderar el siempre ensimismado centro de las cosas.

Desde hace cinco años, esta actitud la hemos convertido en Getafe en un festival, Getafe Negro, con el que una ciudad de menos de 200.000 habitantes reclamó para sí, y obtuvo, la capitalidad negrocriminal de la Comunidad de Madrid. ¿Por qué? Porque nos atrevimos primero. Al principio costaba que la gente, comenzando por los propios autores, entendiera la necesidad de tomar el tren de cercanías para acudir a una actividad cultural. Ahora se nos postulan más participantes de los que, por nuestra irrenunciable austeridad de artilleros que en tiempos de recortes disparan con pólvora del contribuyente, podemos acoger.

Es verdad que uno no está tan a tiro de las redacciones como en el eje Prado-Recoletos, y que a algunos, los más señoritingos, hay que traerlos a rastras y a veces ni así. Poco importa eso cuando en Getafe han estado, en sólo cinco años, John Banville, Maj Sjöwall, Philip Kerr, Pavel Kohout o Gianrico Carofiglio. Parafraseando a Kafka, es cuestión de ser artistas de la fe.

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