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La Lozana Andaluza o las putas también merecen un fondo de pensiones

Antonio Orejudo

En el Renacimiento, al lado de los delicados sonetos de Garcilaso de la Vega y de las idealizadas novelas pastoriles, hubo también literatura erótica, o pornográfica, que circuló de mano en mano generalmente en forma de poesía y casi siempre sin firma. Sonetos como este:

—¿Qué hacéis, hermosa? —Mírome a este espejo.—¿Qué hacéis, hermosa? —Mírome a este espejo.

—¿Por qué desnuda? —Por mejor mirarme.

—¿Qué veis en vos? -Que quiero acá gozarme.

—Pues ¿por qué no os gozáis? —No hallo aparejo.

—¿Qué os falta? —Uno que sea en amor viejo.

—Pues, ¿qué sabrá ese hacer? —Sabrá forzarme.

—¿Y cómo os forzará? —Con abrazarme, sin esperar licencia ni consejo.

—¿Y no os resistiréis? -Muy poca cosa.

—¿Y qué tanto? —Menos que aquí lo digo, que él me sabrá vencer si es avisado.

—¿Y si os deja por veros rigurosa?

—Tenerle he yo a este tal por enemigo, vil, necio, flojo, lacio y apocado.

También hubo libros en prosa que contenían escenas de sexo explícito, pero estas obras no son pornografía, sino más bien naturalismo, libros que mostraban el mundo tal y como era. Con lo bueno y con lo malo, pero haciendo hincapié en lo malo. La Celestina y la novela picaresca son buenos ejemplos de ello.

De estas obras naturalistas la más cruda que yo he leído es la que Francisco Delicado publicó en 1530 con un largo título que decía: Retrato de la Lozana andaluza en lengua española muy clarísima. Compuesto en Roma. El cual Retrato demuestra lo que en Roma pasaba y contiene munchas más cosas que La Celestina.

El libro ha pasado a la historia de la literatura con el título abreviado, La Lozana andaluza, y tiene incluso una infame versión cinematográfica, dirigida en 1976 por Vicente Escrivá, que protagonizó Maria Rosaria Omaggio, pionera del destape, y que contó con la colaboración especial de Junior.

La historia que narra esta novela dialogada a la manera de La Celestina es la vida de una prostituta española que emigra a Roma, donde ejerce su oficio con éxito hasta su retiro —o retrato— en 1527, el año en que Roma fue saqueada brutalmente por las enloquecidas tropas del emperador Carlos V.

Roma era entonces una mezcla de Las Vegas y el Barrio Rojo de Amsterdam; algo así como Benidorm o Torremolinos para los chicos de la low class británica o alemana, un paraíso de alcohol, putas y obispos, en el que estos eran los principales consumidores de lo primero y los más conspicuos clientes de las segundas.

¿Y de qué trata el Retrato de la Lozana andaluza?

Es difícil resumir su argumento porque como en otras obras literarias de contenido sensible el sexo explícito se enmascara tras palabras y expresiones de doble sentido.

En realidad, casi cualquier palabra puede tener, si se coloca en el contexto adecuado, doble sentido sexual. Y en esto Francisco Delicado era un maestro. Un maestro en español y en italiano, idiomas que dominaba perfectamente además del latín.

Voy a poner un ejemplo.

La palabra retrato no existía en español cuando la Lozana se publicó. Delicado estaba españolizando el sustantivo italiano ritratto, procedente del verbo ritrarre, que significaba retratar. Pero ritrarre también significaba retraher, que a su vez tenía dos significados: retirarse y censurar.

Por lo tanto, el Retrato de la Lozana andaluza se estaba ofreciendo simultáneamente como un retrato de la Lozana andaluza, como una censura de la Lozana andaluza y como la historia del retiro, o jubilación, de la Lozana andaluza.

Por eso es tan difícil resumir esta obra, porque cada episodio puede esconder dos y hasta tres significados distintos, uno de los cuales casi siempre es de carácter sexual. Pero vamos a intentarlo:

El libro comienza con la infancia de Lozana, que de niña se llamaba Aldonza. Su familia gozaba de cierta holgura económica hasta la muerte primero de su padre y después de su madre.

Pero en realidad lo que parece suceder es que la pequeña Aldonza es prostituida por su propia familia desde niña hasta la muerte del padre, que a causa de su afición al juego deja pendientes varios pleitos que han de solucionar madre e hija.

En el nivel literal, los pleitos se ganan gracias a la astucia de la joven Aldonza.

En el nivel connotativo Aldonza da desde pequeña muestras de talento, pero de talento sexual, y aprende de su madre el oficio de la prostitución.

Cuando su madre muere, Aldonza se va a vivir con una tía a Carmona, donde conoce a Diomedes, un mercader mayor que ella con quien huye, con quien tiene varios hijos y con quien vive varios años, hasta que esbirros de su suegro le roban cuanto tienen, se quedan con los niños y la abandonan a su suerte, a la caridad de un barquero, que la salva.

Todo esto en el nivel literal de la acción.

En el nivel connotativo, lo que sucede es que la tía trata de prostituir a su sobrina Aldonza, quien sin embargo la deja burlada huyendo con el mercader, que se convierte en su proxeneta. Aldonza contagia la sífilis a Diomedes, y éste, a causa de ello, la abandona sin dejarle nada. Empobrecida y con una sífilis que le ha destruido la nariz, es socorrida por un barquero a cambio de favores sexuales. Así entra en Roma, donde se convierte, ayudada por su criado Rampín, que será más tarde su marido, en la prostituta más apreciada de la ciudad santa: la Lozana andaluza. ¡Y eso que no tiene nariz! Allí envejece, allí se cambia por tercera vez el nombre a Vellida, allí se jubila —o se retrata—, y allí le sorprende el saqueo de Roma, del que afortunadamente logra escapar.

Hasta aquí el argumento. Ahora las preguntas y la interpretación de su valor.

¿Es el Retrato de la Lozana andaluza una obra realista? ¿Es ese su valor, haberse anticipado a lo que luego sería el naturalismo más descarnado?

El realismo de la Lozana es innegable. A través de sus diálogos vivos, que parecen estar oyéndose más que leyéndose, podemos ver la bulliciosa vida de Roma.

Pero el libro no es solo un retrato realista; recordemos el triple significado del título. Es también una firme defensa de la prostitución, y una exigencia de sus derechos como trabajadoras.

Hay una conmovedora intervención de la vieja Lozana jubilada en la que se pregunta de qué vivirán las prostitutas que sirven en Roma una vez que se jubilen. Todas, dice, “unas, rotos los brazos, otras, gastadas sus personas y bienes, otras, señaladas y con dolores, otras, paridas y desamparadas, otras que siendo señoras son ahora siervas”, todas esperan que el senado “las provea a cada una según el tiempo que sirvió”.

Y a quien se ría de esta reivindicación, la vieja Lozana le hace una advertencia: si las putas jóvenes ven que la sociedad no se hace cargo de las jubiladas, dejarán de ir a Roma “a relevar a las naturales las fatigas y cansancios y combates”.

¿Y que pasará si eso sucede? Pues que los jovencitos se liarán con las casadas y con las niñas vírgenes, quienes darán su casa, su dinero y sus joyas a quien prometa encubrirlas. Y los maridos quedarán “ligeros como ciervos asentados a la sombra del alcornoque”. El oficio de alcahueta, termina diciendo Lozana, sólo debe ejercerlo una profesional.

La idea de que la prostitución cumple una imprescindible función social viene de lejos, nada menos que de San Agustín, que en su tratado De Ordine sostiene que si se suprime la prostitución “todo se perturbará con la lascivia”. ¿Que la prostitución tiene algo de repugnante? Sí, pero también hay animales, dice, que tienen partes desagradables e inútiles, pero que no han sido suprimidas por la naturaleza. Lo deforme, dice San Agustín, sirve para enaltecer la nobleza.

Y unos cuantos siglos después Don Quijote preguntará a un grupo de presos que van a remar a galeras los motivos de sus condenas. Cuando le dicen que el de aspecto más venerable ha sido condenado por alcahuete, Don Quijote se pone serio y dice que nadie merece ir a galeras por alcahuete. Todo lo contrario: “merece ser el general que las mande, porque el de alcahuete «es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada”.

Francisco Delicado, como San Agustín y como Don Quijote, considera que el orden natural debe incluir también ese aparente desorden que es la alcahuetería y la prostitución. Y la pornografía, añadiríamos nosotros. Delicado creía en la vieja idea de un orden natural armónico e integrador que contiene lo positivo y lo negativo. Bajo el Retrato de la Lozana andaluza subyace una idea integradora del universo. El inverosímil rostro de Lozana “una mujer extremadamente atractiva, pese a tener la nariz destruida por la sífilis” es una metáfora de este orden natural, necesariamente ambiguo, que integra la fealdad y la belleza, la enfermedad y la salud, y en última instancia el bien y el mal.

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