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Mariano Rajoy lee la Constitución en el baño del Congreso

Miguel Roig / Miguel Roig

Alessandro Baricco, quien hace un par de noches presentó su última novela, Mr. Gwyn, en la librería La Central de Madrid, además de escribir está empeñado en enseñar la escritura creativa a través de una escuela que él mismo ha impulsado en Turín y, de tanto en tanto, asume empresas de gran calado popular con una intención pedagógica, como lo han sido las dos lecturas públicas de la Ilíada en Roma y Turín ante un auditorio de más de diez mil personas que pagaron para asistir a cada una de las audiciones. Como la versión original de Homero reclamaba unas cuarenta horas de serena atención al texto Baricco lo intervino convirtiéndolo en una versión de cuatro horas, introduciendo la primera persona y escogiendo a distintos personajes del poema homérico para que asumieran la narración. También borra de su versión algo capital en Homero: los dioses. Para Baricco los dioses intervienen a menudo para encarrilar los acontecimientos y sancionar el resultado de la guerra, algo así, trayendo el relato a este tiempo, como si el aliento divino se pusiera de parte nuestra frente a los temibles mercados que nos someten a su antojo. Sin embargo, los dioses, tanto en la Ilíada como en la Odisea, se pueden entender como un recuerdo permanente de que no somos dioses, justamente, y que nuestro fin último es alcanzar la belleza y la virtud, la areté. Para los griegos la figura de los dioses no es otra cosa que una llamada de atención insistente de que el hombre no es un dios y que su fin último a perseguir es la areté. Aunque alcanzarla, claro, signifique siempre lágrimas y destrucción, es decir, violencia. En este marco se encuadra la obra homérica que alumbra la democracia griega y la primera idea de Europa. Una idea que se ha perdido.

Si la Odisea es un relato de aventuras de un héroe, Ulises, que va sorteando obstáculos para regresar a Ítaca, la Ilíada es un relato épico que se centra en las batallas y las muertes heroicas. Baricco customiza el texto, introduce, por ejemplo, la escena del caballo de Troya que está originalmente en la Odisea y consigue llegar a través de la transmisión radial de, nada menos­, cuatro horas, a miles de italianos a los que entusiasma con el relato.

Aquí, en Madrid, se lee todos los años en abril el Quijote en una operación que si bien es de puertas abiertas, las del Círculo de Bellas Artes, no deja de tener un carácter privado. Durante cuarenta y ocho horas, personalidades del mundo de la cultura junto a ciudadanos que se acercan espontáneamente, se van turnando en la lectura cervantina durante las horas del día y de la noche y sus voces son retrasmitidas a través de Radio Círculo, cuyas ondas apenas cubren la ciudad y son atendidas por una minoría tan culta como ínfima. Tiene su mérito, claro está, pero sin duda no deja de ser un acto simbólico que tiene su principio y fin en el reducido marco del consumo cultural de un segmento que habita las salas de cines en versión original o que hace cola en el Thyssen cuando tocan a rebato Hooper o Gauguin. Una lectura masiva del Quijote, a la manera de la Ilíada de Baricco, en un espacio abierto, para miles de personas y convertido, por qué no, en un debate, puede llevarnos a parodiar los relatos oficiales de la misma manera que Cervantes jugaba con los libros de caballería y anteponer a ellos nuestra propia visión, sin dioses que nos ayuden ni mercados que nos sojuzguen.

Del mismo modo que se lee en circuito cerrado el Quijote, en estas fechas se abre el Congreso para que los ciudadanos lean de primera mano el sitio en donde se escribe la Constitución. Pero esa visita acotada a un par de días al año y a unos miles de personas que de manera penitente, como los fieles del Cristo de Medinaceli, hace horas de cola, ha sido clausurada. Aparentemente ha sido por las obras, aunque las vallas metálicas que ha instalado la empresa constructora alrededor del Congreso suplen a la muralla policial que viene custodiando las Cortes de manera intermitente según se manifiestan las distintas voces contrarias a la política de la Moncloa.

De todos modos, la Constitución sí tiene de un tiempo a esta parte una lectura customizada como la que ha hecho Baricco de la Ilíada, y es la que han puesto en marcha movimientos como el 15M. De repente las puertas abiertas —ahora cerradas—del Congreso se han visto amplificadas en una plaza pública donde la Constitución es leída en un sentido más amplio y su relato tiene tantas lecturas como voces que la reinterpretan. Proyectos como 15M.cc o el documental 15M Libre te quiero, de Basilio Martín Patino, amplían y ponen en circulación masiva un relato que cuestiona y saca a debate la parálisis parcial del Congreso, correa de transmisión del partido mayoritario que impone el silencio institucional, rasgo fundamental de la imagen que proyecta el presidente Mariano Rajoy.

Puede que Rajoy a solas, en pleno viaje inmóvil a la Ítaca del déficit cero, en algún lugar de las Cortes, quizás en el amparo que da la intimidad de los lavabos, como Ulises atado al mástil para no dejarse llevar por las sirenas, evitando el murmullo de la multitud que sube por la Carrera de San Jerónimo mientras hojea un ejemplar de la Constitución, pida amparo a los dioses y acaricie la idea de una nueva reforma. Asimismo puede que no lejos de allí, en la plaza pública, también se esté urdiendo un nuevo relato que resulte de la lectura de las constituciones europeas como antiguos libros de caballería.

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