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La mujer que solo sabía que no sabía nada

Jenn Díaz/DK

“Sobre mí se han publicado tantas mentiras desvergonzadas y tantas invenciones infundadas que si tuviera que preocuparme por eso hace tiempo que estaría bajo tierra. Hay que consolarse pensando que con el paso del tiempo la mayor parte de las insignificancias caen en el olvido”. Con esta cita de Albert Einstein abre Leni Riefenstahl sus Memorias. La mujer que parecía estar del lado del nazismo, de Hitler y los suyos, la mujer que parecía rodar para el régimen, solo sabía que no sabía nada. Una manera de hacer aspavientos ante todas las acusaciones y todos los juicios por los que tuvo que pasar es empezar con una cita de estas características. Hace diez años, a los 101, murió con todos los misterios que fue arrastrando Leni Riefenstahl en vida: ¿fue una representante más, con sus películas, del nazismo, o realmente no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo?, ¿era Leni Riefenstahl una idiota o una ingenua? Dijo, siempre, que no entendía de política, que solo la filmaba, y lo mantuvo toda su vida hasta hacernos dudar de si realmente Leni era o no era, sabía o no sabía, hacía apología o arte, filmaba horror o belleza. No lo sabemos. Lo que sí se sabe es que fue una mujer fascinante, capaz de albergar todas las contradicciones del mundo y salir airosa, y también sabemos que, en cuanto al arte, tenía una mente admirablemente creativa.

Ahora bien, ¿importan sus ideas? ¿Importa si Günter Grass formaba parte del Partido Nazi? ¿Importa si Nietzsche escribió la biblia del nazismo o si el nazismo la reinterpretó? Leni Riefenstahl gozó de la simpatía del régimen nazi y pudo filmar y disponer de toda la financiación que necesitara para sus películas, pero nunca sabremos si era consciente o no de las atrocidades que se estaban cometiendo; nunca sabremos si de veras lo sabía o no, con qué se jugaba más la vida, siendo del Partido Nazi o reconociéndolo después. Diez años después de su muerte se publican las memorias de una de las personalidades más controvertidas del siglo XX, como reza la contraportada, en las que se reconoce abiertamente la admiración que sentía por Hitler y cómo la posguerra acabó con sus sueños y con su carrera (aunque después la retomara para filmar corales; nada que ver). Leni Riefenstahl se lleva consigo a la tumba la verdad, y nos deja en sus Memorias a la mujer inteligente que fue, la admirada y odiada, una niña, una señora: una, sobre todo, artista.

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