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¿De qué me suena?

Jenn Díaz/DK

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Hay una serie de comodines musicales y literarios que le han solucionado la vida a los que deciden bandas sonoras y portadas de libros. Me refiero a esas canciones y esos cuadros universales que se pueden utilizar de tantas formas y para tantas historias, como cuando en los juegos de cartas le das el valor que necesitas al joker. Existen dos listados con los usos y abusos de lo que cuento: las bandas sonoras más socorridas, las cubiertas de libros con el mismo cuadro.

En cuanto a las portadas, a menudo se dan casos de libros completamente distintos, con sinopsis opuestas, con argumentos que no tienen nada que ver, y sin embargo están bajo el mismo diseño. Cuando alguien nos dice que la portada de un libro le ayuda a decidirse a comprarlo o no, o cuando a un librero se le acerca un cliente describiendo cómo es el libro porque no sabe ni el título ni el autor ni la editorial (sí, existen esos clientes), uno no puede hacer otra cosa que llevarse las manos a la cabeza cuando ve repetido en once libros el mismo cuadro de Edward Hopper (y los que están por venir).

Con las bandas sonoras ocurre exactamente lo mismo. Cuando canta Celine Dion, no podemos evitar pensar en Titanic. Sin embargo, I feel good puede sonarnos a varias películas: Buenos días, Vietnam; Los blancos no la saben meter, El profesor chiflado, Transformers, Garfield. Y cuando suena Walking on Sunshine: Mira quién habla, American Psycho, Moon, El secreto de mi éxito, Alta fidelidad, Bean... o incluso anuncios publicitarios.

Precisamente porque estos detalles cada vez se cuidan menos, las editoriales independientes están teniendo tantísimo éxito con las reediciones de libros con diseños exclusivos, aunque sean libros con miles de ediciones en el mercado. No solo en la portada, sino que están ilustrados, son un artefacto literario único, como una pieza de ropa de alta costura.

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