Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El ataque limitado de Israel a Irán rebaja el temor a una guerra total en Oriente Medio
El voto en Euskadi, municipio a municipio, desde 1980
Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

La universalización de la enseñanza y sus sombras. Algunos datos.

por M. F. E.

Hace ya una década y media, Emmanuel Todd escribió: “La feliz sorpresa de los años 1500-1900 es constatar que la escritura, instrumento mágico de los sacerdotes en su origen, fue, de hecho, accesible a todos. La revelación dolorosa de los años 1950-1990 es constatar que la educación secundaria o superior no puede ser extendida de forma igualitaria al conjunto de la población”.[1] Pero comparar cinco siglos (en realidad más de cinco milenios) con cinco decenios puede llevar a un juicio precipitado, aunque sea por una comprensible impaciencia: a finales de la última década, siete países de la OCDE superaban ya el 90% de titulados en secundaria superior, doce más el 80%, otros cuatro el 70%...[2] Y, por supuesto, todos los países desarrollados han logrado que la práctica totalidad de sus adolescentes superen la secundaria inferior, es decir, que terminen con (diversas formas de) éxito la enseñanza obligatoria. Bueno, todos no... En el último curso del que hay datos fehacientes, 2009-2010, sólo tres de cada cuatro alumnos (74.1%) españoles terminaron con éxito la ESO.[3] Además, es sabido que España presenta la tasa de abandono escolar prematuro más alta de Europa: uno de cada cuatro jóvenes (26%) según la EPA, que mide la proporción de jóvenes de 18-24 años que no han obtenido un título postobligatorio (Bachillerato, Ciclos Formativos de Grado Medio o ulteriores) ni estudian para ello, pero otro indicador es la tasa bruta de graduación en estos mínimos, bachillerato y CFGM, que en 2009-2010, último año con cifras oficiales, ascendió al 63%, un abandono de casi dos de cada cinco alumnos.[4]

En 1960 la escolaridad obligatoria terminaba a los 12 años (anulada en 1945 la extensión a los 14 promovida por la II República, que sólo se restablecería en 1964), de manera que sólo cubría la enseñanza primaria y aun eso distaba mucho de ser universal. La UNESCO daba para la España de 1965 una tasa de escolarización, entre 6 y 13, del 73% (no muy distinta de la de preguerra) y, para 1970, del 82% (los países del centro y del norte de Europa alcanzaban ya el cien por cien a los 14).

De hecho, la obligatoriedad escolar sólo se hizo efectiva en los ochenta. Hoy se alcanzan porcentajes del cien por cien para el periodo obligatorio (aunque siempre quede algún residuo de desescolarización, como en cualquier otro país, tanto al inicio, sobre todo alumnos inmigrantes tardíamente escolarizados, como al final, por abandono escolar en grupos marginales) y muy cercanos para edades anteriores, con una tasa de escolarización infantil del 98% a los 3 años, y no tanto, pero notables, para las inmediatamente posteriores, con una tasa del 57,4% a los 16.

Conviene recordar que hace medio siglo, a los 16 años, edad a la que puede y debe terminar hoy la escolarización obligatoria toda la población, solamente permanecía en las aulas una minoría. Podemos hacer un cálculo aproximado (no necesitamos ser exactos) a partir de las cifras no siempre precisas de la época. En el curso 1960-61 se graduaron 53.751 estudiantes en Bachillerato Elemental, 22.526 en el Superior 11.793 en el curso Preuniversitario (es decir, aprobaron las respectivas reválidas y la prueba de madurez).[5] Puesto que las edades a las que esto debía suceder eran los 14, 16 y 17 años, y conociendo la población de esas cohortes (según el censo de 1960), encontramos que se graduaron aproximadamente[6] 10.2, 4.7 y 2.5% del grupo de edad, las tasas de graduación brutas. Los 14 años no son hoy ya edad de culminar nada, sino de estar en segundo curso de la ESO, y, dadas las posibilidades de repetición de curso en primaria y secundaria obligatoria, cabe concluir que casi la totalidad de la población acaba ese curso. En términos ya no de edad sino de homología estructural, lo correspondiente al Bachillerato Elemental de entonces sería hoy la ESO (secundaria inferior), en la que la tasa bruta de graduación alcanza, hemos dicho, el 74.1%, al que cabría añadir un 1.9% más que se gradúa vía los Programas de Iniciación Profesional (PCPI) y un 11.2% que lo hace tras retornar a la escuela como adulto (cifras de 2009-2010); y lo correspondiente al Bachillerato Superior o al Curso Preuniversitario sería el actual Bachillerato (secundaria superior), donde la tasa bruta de graduación es del 48.6%, a lo que se debe añadir un 18.9% en los Ciclos Formativos de Grado Medio (CFGM).[7] De entre todos éstos, un 18.9% se graduará además en los CF de Grado Superior (datos de 2009-2010).[8]

Entre los jóvenes de 20-24 años de hoy, el 60.0% ha terminado al menos algún tipo de secundaria postobligatoria (Bachillerato o CFGM); en el censo de 2001, de los nacidos entre 1936 y 1940 (los que en 1960 tenían entre 20 y 24 años), sólo tenían estudios de segundo grado (bachiller elemental o superior o formación profesional reglada post-primaria) el 24.5 %, más un 5.8% con estudios terciarios, pero el 37.1% apenas tenía estudios primarios, por no hablar del 4.8% de analfabetos y el 27.8% de nominalmente alfabetizados pero sin estudios primarios.

El lado oscuro de este proceso viene dado por las altas tasas de fracaso y abandono. Antes de la Ley General de Educación, la expresión fracaso escolar carecía de sentido, pues el sistema no tenía como objetivo el éxito de todos. Sencillamente se suponía que unos valían para estudiar y otros no, y tal valía tenía que mostrarse en las prueba de ingreso, una manera de decir que antes se había estado fuera, en la vieja tradición que reservaba la enseñanza a las clases cultas y limitaba a las clases populares a la instrucción. Con la LGE de 1970, al prolongarse el tronco común hasta el límite de la obligatoriedad (entonces 14 años), se incorpora el supuesto de que todos los alumnos podrán superarlo si se lo proponen, lo contrario de lo cual es el fracaso. Llama la atención que, de entonces a hoy, y por encima de las reformas del sistema, tanto de estructura (ampliación del tronco común a los 16 años por la LOGSE) como de procesos (énfasis en contenidos, capacidades o competencias, nuevos contenidos de los programas, evaluación continua...), las tasas de fracaso se hayan mantenido siempre entre un veinte y un treinta por ciento. En los cinco primeros años (1975-79) de aplicación plena de la LGE, los egresados de la EGB debieron conformarse con el certificado (la no graduación) en porcentajes del 32, 35, 36.1, 34.9 y 37.3, cifras que en los años siguientes se irían dulcificando un poco. En los cinco primeros años (2000-2004) de vigencia de la ESO los porcentajes de certificados fueron del 26.6, 26.6, 28.9, 28.7 y 28.5; en los cursos 2005-2007 se llegó al 30.8 y 30.7%; recientemente se ha suavizado de nuevo el resultado, que en los cursos 2008-2010 ha descendido al 25.9%.[9] Si esto debe considerarse un fracaso del sistema y la política educativos (vuelta hacia un tercio de certificados al cabo de un cuarto de siglo) o un éxito (igual o menos fracaso hoy a los 16 que antes a los 14, tras dos años más de escolaridad) es algo que djamos a las preferencias del lector.

En cuanto al abandono, se da la llamativa circunstancia de que hemos llegado a los lugares más bajos entre los países desarrollados por la proporción de alumnos que continúan estudios post-obligatorios y, al mismo tiempo, a los más altos por la proporción que accede a la universidad (y que salen titulados de ella). Esto se manifiesta en que nuestro sistema educativo no tiene una figura piramidal, ni ha logrado expandir las enseñanzas profesionales de nivel CINE 3 y 4 (secundaria postobligatoria) antes que las de nivel 5 y 6, como la mayoría, sino que tiene más bien la estructura polarizada de un diábolo, muchos sin título y muchos titulados superiores en los extremos y pocos titulados medios entre ellos. Consecuencia de esto es la combinación de una dificultad creciente para encontrar trabajadores con la formación adecuada para empleos cualificados (falta de titulados intermedios) con un no menos frecuente fenómeno de subempleo (titulados superiores empleados por debajo de su nivel de cualificación, que a su vez ocupan puestos propios de titulados intermedios desplazando a éstos en cascada y empujándolos también al subempleo

[1] TODD, E. (1998): La ilusión económica. Sobre el estancamiento de las sociedades desarrolladas. Madrid: Santillana.

[2] OCDE (2012), Education ad a glance 2012. Indicator A2: How many students finish secondary education?, Chart A21: Upper secondary gratuation, http://bit.ly/Yat1JV.

[3] MEC (2012). Estadística de la Educación. Enseñanzas no universitarias. Alumnado. Resultados académicos. Curso 2009-2010. Resumen General. http://bit.ly/YaxtZl

[4] MECD (2012). Estadística de la Educación. Las cifras de la educación en España. Curso 2009-2010 (Edición 2012). Tabla C. Las transiciones y los resultados eductivos. http://bit.ly/V3AZEf

[5] Anuario Estadístico de España 1961.

[6] No disponiendo de cifras de población para cohortes anuales, sino solamente quinquenales (10 a 14 y 15 a 19 años, para el caso), divido cada una de éstas por cinco para obtener una aproximación a aquéllas y luego las tasas de graduación brutas, aunque las cohortes anuales dentro de cada serie quinquenal no serían iguales, sino probablemente crecientes (comenzaba el baby boom), pero esta aproximación es suficiente para obtener una idea de lo que ha cambiado desde hace 50 años.

[7] Las cifras de la educación en España. Estadísticas e indicadores. Edición 2010.

[8] Estos tres últimos porcentajes no se pueden sumar, pues los graduados de CFGS ya se graduaron prácticamente todos en Bachillerato o en los CFGM, e incluso algunos se cruzan entre esos dos ciclos-rama inmediatamente posteriores a la ESO. Referencia en nota 3.

[9] MEC, Las cifras de la educación en España. Estadísticas e indicadores. Edición 2010. Tabla C2.8.

Etiquetas
stats