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El ecologismo no científico: religión envuelta en verde

Ecologistas en Acción denuncia la contaminación de los ríos por glifosato

Esther Samper

A raíz de la reciente noticia sobre la condena a la multinacional Monsanto, por no advertir correctamente del riesgo para la salud derivado del uso del herbicida glifosato, escribí un artículo que ponía en contexto los supuestos riesgos de dicho producto químico según las evidencias científicas actuales en ¿Qué pasaría si siguiéramos la lógica judicial de la reciente sentencia del glifosato? A su vez, dicho artículo fue leído y replicado por Ecologistas en Acción en la sección Tribuna Abierta de eldiario.es: ¿Qué pasaría si prescindiéramos del principio de precaución?

Cada día que pasa, el ecologismo se vuelve más necesario y prioritario para todos. La salud y la vida de los seres vivos y el futuro de la Tierra dependen de ello. Sin embargo, uno de los grandes lastres del ecologismo actual es que muchas de sus ONGs entienden este movimiento como una religión o un partido político en lugar de una ciencia, aplicando, como consecuencia, multitud de decisiones arbitrarias. De hecho, han existido importantes deserciones de grandes asociaciones ecologistas por su alejamiento de las evidencias científicas y su acercamiento a doctrinas dogmáticas como fue el famoso caso del fundador de Greenpeace, Patrick Moore. Este enfoque es muy peligroso porque lo que realmente necesitamos para atajar los grandes problemas medioambientales no es renunciar a la ciencia, sino todo lo contrario, debemos recurrir a ella de forma racional, lógica y prudente.

El artículo de Ecologistas en Acción resulta muy ilustrativo porque recurre, una vez más, como muchas organizaciones ecologistas con perspectiva no científica, al manido principio de precaución. Por ello, es importante detenerse a explicar las falacias que se esconden tras los que abanderan tal vital principio como si ellos fueran sus únicos defensores. Creo que todos estamos de acuerdo en que el principio de precaución es necesario y vital. Ahora bien, el principio de precaución del ecologismo no científico basado en arbitrariedades e ideología y no en evidencias científicas es totalmente prescindible. Este principio no se trata de un “todo o nada”, el quid de la cuestión en este asunto está en los detalles: en qué nos basamos para marcar el listón del principio de precaución.

Centrémonos, pues, en esta desafortunada y falaz metáfora de dicho artículo para entrar en materia:

“Imaginemos a una persona que va un día recogiendo setas por el monte y se encuentra con una que desconoce. Podría ser comestible e incluso deliciosa, pero dado que hay setas venenosas lo normal es que, ante el desconocimiento, no añada la desconocida a su cesta. Imaginemos ahora que la persona va con un grupo de expertos micólogos, pero que no se ponen de acuerdo sobre la inocuidad de la seta. Probablemente en este caso también decida buscar otras setas y no arriesgarse a poner su vida en peligro. Este ejemplo ilustra el funcionamiento simplificado del principio de precaución, por el cual se incita a no consumir (o comercializar) productos hasta demostrar su inocuidad. Y este es el principio en el que el movimiento ecologista se basa para pedir la prohibición del glifosato.”

Las metáforas suelen ser excelentes recursos para explicar hechos complejos a personas no entendidas en la materia. Sin embargo, también es muy fácil tergiversar la realidad cuando se utilizan de forma no adecuada. Comparar el glifosato con una seta desconocida en el monte con la que un grupo de expertos no se pone de acuerdo y se decide buscar otras setas más seguras difícilmente podría estar más alejado de la realidad. Así, cuando los datos concretos y verificables se ponen sobre la mesa, dicha alegoría se disuelve como un azucarillo en un café, si me disculpan la metáfora.

Para empezar, el glifosato no es una seta desconocida. Se lleva utilizando como herbicida desde el año 1974. Su mecanismo de acción, específico para plantas, se conoce con detalle y su degradación es rápida (22 días de media). Además, su perfil de seguridad, conocido y estudiado, es tal que sustancias como la cafeína o el paracetamol tienen índices de toxicidad mayores. Como es barato y es altamente efectivo en matar plantas de forma selectiva, es el herbicida más usado en todo el mundo (cientos de productos diferentes lo contienen). Fue a partir de 2015, cuando la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC), de la OMS incluyó al glifosato en el grupo 2A como probablemente cancerígeno para humanos con mucha controversia científica. Es necesario tener en cuenta que en dicho grupo se encuentran infinidad de productos de uso cotidiano como el mate o ciertos tintes para el pelo. Muchas otras autoridades sanitarias como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, la Agencia Europea de Sustancias y Preparados Químicos no estuvieron de acuerdo con dicha medida y, en la actualidad, no consideran el glifosato como probable cancerígeno.

Si tuviéramos que seguir la lógica de determinados movimientos ecologistas para prohibir el glifosato por el supuesto principio de precaución, tendríamos que prohibir prácticamente todos los herbicidas presentes en el mercado y una gran parte de los productos químicos usados en la agricultura (incluida la ecológica) para otros fines. Perdón, para que se me entienda: si tuviéramos que dejar de comer la seta del glifosato por el principio de precaución tendríamos que salir del bosque con hambre al tener que rechazar el resto de setas, menos conocidas y con mayor toxicidad. No es un asunto de opinión, es una afirmación basada en datos.

La prohibición del uso del glifosato no saldría gratis. Inmediatamente después, se produciría un incremento sustancial del uso de otros herbicidas comercializados menos efectivos, selectivos y/o seguros. Como la metribuzina, el pronamide, el oxifluorfen... Por cierto, muchos de ellos también sospechosos de producir cáncer además de ser más tóxicos que el glifosato. ¿Saben que tenemos un problema porque las poblaciones de abejas están descendiendo en todo el mundo y no sabemos todavía bien por qué? Prohibir un herbicida selectivo para plantas como el glifosato para dejar que se sigan usando otros no selectivos no va a ayudar, para nada, en este asunto. ¿Prohibimos entonces todos los pesticidas? Pues que el mundo se prepare para un encarecimiento brutal de los alimentos y hambre en ciertas regiones. Así, como pueden ver, un exceso de celo por el principio de precaución puede ser tan dañino como no usarlo en absoluto.

Me gustaría hacer un llamamiento a todas las organizaciones ecologistas para que me respondieran con sinceridad a estas preguntas: ¿Qué argumento racional y científico (y no metáforas) tienen para que quieran prohibir el glifosato y no el resto de herbicidas? Si es por el supuesto principio de precaución (toxicidad y riesgo cancerígeno) deberían prohibir prácticamente todos los herbicidas existentes y eso es algo que no exigen, ¿por qué? ¿Se han parado, en algún momento, a revisar los perfiles de seguridad del resto de herbicidas? Les animo a que lo hagan, así se darían cuenta de su arbitrario principio de precaución.

Desafortunadamente, el glifosato es sólo un ejemplo representativo más de la forma arbitraria de actuar de muchas asociaciones ecologistas en temas que deberían basarse en conocimientos y no en prejuicios. Lo mismo ocurre a la hora de tratar asuntos como los transgénicos o los sistemas de modificación genética como CRISPR/Cas9. Si muchas sociedades ya no toleran que la Iglesia dicte su doctrina para asuntos como el aborto o los métodos anticonceptivos y se deja este asunto a autoridades y personal sanitario, ¿por qué permitimos que religiones vestidas de verde se inmiscuyan para adoctrinar sin un verdadero conocimiento científico sobre la materia cuando deberían ser las autoridades científicas las responsables de ello?

Un 65% de los españoles cree que los tomates no tienen genes y que el efecto invernadero está causado por la energía nuclear. Lo anterior no es lo más grave, lo es cuando, por pertenecer a una asociación ecologista, esos mismos españoles se ven amparados desde el púlpito para adoctrinar sobre ciertos temas e influir en medidas ambientales muy importantes para todos cuando son las evidencias científicas las que deberían hablar por sí mismas. Como dijo Carl Sagan: “La primera gran virtud del hombre fue la duda, y el primer gran defecto la fe”. Así pues, no cometamos el error de enterrar el ecologismo en un asunto de fe, nuestro futuro y el de generaciones futuras depende de ello.

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