Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El ataque limitado de Israel a Irán rebaja el temor a una guerra total en Oriente Medio
El voto en Euskadi, municipio a municipio, desde 1980
Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

El ídolo del hip hop en Israel que quiere movilizar a la minoría árabe

El rapero palestino Tamer Nafar durante un concierto.

Ana Garralda

Jerusalén —

“Los palestinos de Israel ni siquiera somos ciudadanos de segunda, estamos al final de la cola”, denuncia Tamer Nafar, poco antes de saltar al escenario improvisado en la terraza al aire libre del bar Border Line, (Jerusalén oriental), situado a un centenar de metros de la Línea Verde que separa la Jerusalén árabe (parte oriental) de la judía (occidental).

El despliegue es poco habitual en esta parte de la ciudad, pero Tamer Nafar no es cualquier músico. Sus letras, siempre con una fuerte carga política, calan desde los inicios del rapero a finales de los 90 en la audiencia palestina (ya sea la que vive en Israel, Cisjordania, Gaza o en la diáspora), pero también en la internacional. Incluso en la de los israelíes judíos del país por el empeño del artista de expresarse en árabe, hebreo o inglés. Un multilingüismo, frecuente entre los residentes árabes del país, como herramienta para transmitir mensajes cargados de reivindicaciones siempre ligadas a la discriminación que sienten los palestinos de Israel en general, y las mujeres en particular. 

“Para mi es uno de los poquísimos hombres palestinos famosos que es feminista, porque en su música habla también de la discriminación que sufrimos las mujeres árabes”, cuenta Nour Helehe, una joven jerosolimitana de 16 años que hoy ha cruzado varios controles fronterizos israelíes en el este de la ciudad para poder ver, junto a sus amigos, a su ídolo.

“Cada una de sus letras representa nuestra lucha, pero también expresa las dificultades a las que a diario se enfrenta el pueblo palestino. Es un referente para toda una generación”, relata la entusiasta fan que, durante horas, intentará sin éxito junto a sus acompañantes entrar en el local para ver en directo a Tamer Nafar. Son menores de edad y las reglas del establecimiento les prohíben la entrada, por muchas súplicas que le imploren durante horas al guardia de seguridad del local.

El arte como válvula de escape

Dificultades que describen los seguidores de Tamer Nafar y que el artista comenzó a denunciar tras sus años de infancia y adolescencia en la deprimida Lod, (Lyd en árabe), una ciudad israelí conocida por ser foco de drogas y criminalidad, y donde residen, junto a los ciudadanos judíos, 30.000 árabes de origen palestino, “que pagan impuestos como ellos, votan, participan en todo este asunto de la democracia, pero a ellos les demolen las casas”, explica Nafar, mientras continúa la charla en el interior del restaurante.

Destrucción a golpe de excavadora que el director israelí Udi Aloni quiso retratar, construyendo al completo una vivienda para después grabar su demolición, en su premiada cinta Junction 48 (2016), protagonizada por el propio rapero junto a otros integrantes del grupo que fundó en el 2000, DAM (acrónimo de “Da Arabs Mcs”). Una película que le valió el premio del público en el Festival Internacional de Berlín, además del de Mejor Película Internacional en de Tribeca, entre otros.

“De hecho, ahora que acabamos de pasar las elecciones, yo sigo sin creer en la democracia israelí, porque es democracia solo para los ciudadanos judíos, para los árabes es sionismo”, asevera mientras le espera en la zona contigua del restaurante el mejor elenco de DJs jerosolimitanos, que esa noche actuará con  él. 

“Tamer es el padre del hip hop en Palestina”, dice el armenio Apo Sahagian, vocalista del popular grupo de folk-rock local, Apo & The Apostles junto a la puerta del local, mientras decenas de jóvenes palestinos y algún que otro internacional cruzan por goteo el umbral. “El hecho de que actúe en Jerusalén es importante porque confronta la política de desvitalización diseñada por las autoridades hebreas para esta parte de la ciudad”, añade el artista. Retumba la música en los bafles de la terraza del restaurante. El ambiente se empieza a calentar para el evento.

Objetivo: movilizar a la minoría árabe

En el recuerdo de todos los asistentes está Tamer debe votar, la popular versión de su single Johnny Mashi, que el rapero interpretó en el videoclip  Tamer vs Tamer, el cual incendió las redes sociales de los palestinos de Israel en la víspera de los últimos comicios parlamentarios, celebrados el pasado 9 de abril.

“Decidí grabarlo cuando sentí lo que podía ocurrir”, cuenta Nafar en los últimos minutos de la conversación con este diario. “Cuando vi que al menos quince diputados israelíes como Avigdor Lieberman, que llaman abiertamente al trasvase de palestinos o a la limpieza étnica, podrían tener representación, saltó una alarma en mí y decidí actuar”, apunta el músico.

En el videoclip, Tamer se sube a un ring de boxeo y se desdobla, a golpe de rap, en dos. De un lado, el yo que pide el voto a la minoría árabe del país –casi dos millones de personas, que representan el 20% de la población de Israel– como única herramienta para contrarrestar a los obtenidos por los partidos ultranacionalistas de extrema derecha– con creciente presencia en el Parlamento israelí tras la irrupción de la plataforma Unión de Partidos de Derechas, liderada por el polémico diputado Bezalel Smotrich, y que aboga sin complejos por la anexión de gran parte de Cisjordania. “O votamos, o nos echan de nuestra tierra”, clama el Tamer a favor de que acudan a las urnas . 

Del otro, su alter ego, el que se revuelve por lo que argumenta el Tamer pro-voto y responde: “Es nuestra tierra, pero es su Estado, por eso la Knéset (Parlamento) no es para mí (…). Nos usan (en las elecciones) para parecer liberales”. 

Más de tres minutos de videoclip en el que Nafar desgrana con maestría en su faceta como letrista, cada una de las diatribas de los ciudadanos palestinos de Israel, a quienes el Tamer único, que termina abrazando a su alter ego, les pide “dejar la pereza y el pesimismo a un lado y, por una vez, unir fuerzas y votar juntos”.

Baja participación árabe

Pero Nafar esta se vez se encontró con un obstáculo añadido en su propósito de movilizar el voto de sus compatriotas: el enfado del votante árabe-israelí con los representantes de sus partidos tradicionales Hadash-Taal y Balad-Raam, que decidieron separarse y no concurrir como una única lista unida, tal y como hicieran en las elecciones de 2015 cuando consiguieron 13 escaños en el Parlamento. El pasado 9 de abril entre los dos solo lograron 10, y Balad-Raam a punto estuvo de no lograr superar el umbral electoral del 3,25%.

“Hay gente a la que le da igual votar porque creen que, aunque lo hagan, nada cambiará. Otros, como yo, no creemos en el sistema israelí, pero tampoco queremos renunciar a la única herramienta democrática que tenemos. El resto, boicotearon los comicios porque creen que no debemos tener representación en el Parlamento en cuanto que eso legitima como democracia a un Estado que no reconocen”, asevera. 

La apatía generalizada en una sociedad que se siente cada vez más marginada dentro de Israel y su decepción con unos representantes que, a la postre, les han defraudado, provocaba que solo el 50% de la minoría árabe votase el pasado 9 de abril, a diferencia del 65% que sí lo hizo cuatro años atrás. “Hay gente que no les ha votado como forma de castigo, nos deben una explicación de por qué se han separado, porque nuestro futuro, también el mío, depende de ellos”, añade Nafar. 

El palestino explica que para la mayoría de sus conciudadanos árabes no es fácil ver a los políticos árabes en la Knéset con una bandera de Israel detrás, “o sentados junto a personas que podrían ser juzgadas por crímenes de guerra, pero necesitamos usar nuestro voto y construir una estrategia real que nos haga más fuertes”, apunta.

Mientras en el exterior del Border Line Nour Helehe y sus amigos siguen insistiendo al guardia de seguridad del local para que les permita entrar, llegan otros grupos de jóvenes palestinos. “Vengo porque me gusta la música de Tamer Nafar”, apunta Tia Alami, jerosolimitana de 21 años, “pero no creo que por votar consigamos más derechos como dice en su último videoclip”, añade. “La mayoría de la gente que conozco piensa que qué derechos vamos a reclamar, si Israel nos los ha quitado todos”, asevera Alami, quien, a pesar de todo, lamenta no tener si quiera la oportunidad de acudir a las urnas en las elecciones generales. 

Como residente de Jerusalén solo puede hacerlo en las municipales, dado que no ostenta la ciudadana israelí –sino únicamente disfruta del derecho de residencia– por lo que su pasaporte, como el de la mayoría de los jerosolimitanos palestinos, es jordano. Una decisión que fue adoptada después de que Israel ocupase la parte oriental de la ciudad tras la Guerra de los Seis Días en 1967.

Para colmo, en las últimas elecciones los partidos árabes denunciaron el despliegue de 1.350 cámaras ocultas por parte de los apoderados del Likud en los colegios electorales del norte de Israel, con el presunto objetivo de intimidar a los votantes y desincentivar la participación de los árabes. Una sucia estratagema que terminó redundando en una menor participación de la minoría árabe, claramente infra-representada en las instituciones. Ahora, Benjamín Netanyahu está en disposición de formar una coalición de gobierno aún más extremista que la anterior para su quinto mandato.

El Dj Dave Kh hace su entrada en el escenario y calienta el ambiente antes de la actuación de Tamar Nafar. El rapero se prepara. “No hay muchas más alternativas”, afirma. “No vamos a recuperar Palestina, así que usemos lo único que nos queda”, concluye. Nafar sale y el público, entregado, le recibe con una ovación: “Taaaamer, Taaaamer”.

Etiquetas
stats