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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Los gatos de la calle también son nuestros gatos

Sito fue rescatado en Madrid después de sufrir un brutal golpe en la cabeza. Ahora vive feliz junto a sus hermanos de acogida a la espera de adopción.

Concha López

El sábado pasado fue un día especial. Me pidieron que participara en la entrega de los premios Gatópolis en las fiestas de Moratalaz, uno de los barrios que más me gustan de Madrid por su tejido vecinal asociativo. Son unos premios con los que se pretende reconocer a quienes se han destacado en la defensa de los gatos de la calle en ese barrio, pionero en la gestión de las colonias felinas. Lo hice encantada por quién me lo pedía y por quiénes eran los premiados. Era una oportunidad de premiar un gran trabajo de personas concretas pero también de reivindicar lo que entre todas vamos logrando, de hacerlo visible y de ponerlo en valor.

Llevo toda mi vida viviendo en Madrid, aunque no tengo claro si cumplo los requisitos para ser “gata”. Mi vida siempre ha transcurrido por los barrios más céntricos de la ciudad, pero hace un tiempo nos mudamos a la periferia, al extremo sur, a un barrio obrero, humilde, con mucha población inmigrante y una intensa mezcla cultural. En el cambio salimos ganando, tanto mi pareja y yo como las perras a las que adoptamos hace años, que ahora tienen zonas verdes en las que disfrutar varias veces al día, césped y mucha más tranquilidad. En este barrio, a diferencia de donde vivíamos antes, hay muchos gatos ferales.

Los empezamos a ver nada más mudarnos. Nos cruzábamos con alguno por la noche, los veíamos recorriendo la calle por debajo de los coches, rastreando algunos pequeños comederos que algún vecino había colocado en algún rincón accesible solo para ellos. Mi conocimiento sobre gestión de colonias felinas en aquel momento era indirecto, muy limitado, pero suficiente como para ponerme inmediatamente a indagar si esos gatos estaban controlados, si alguien en la zona estaba haciendo CER (método de gestión de colonias felinas basado en la captura, esterilización y retorno de los gatos ferales) y si podía ayudar de alguna forma. Los que teníamos más cerca estaban bien alimentados por una vecina, pero hacía tiempo que nadie esterilizaba, desde que la persona que lo hacía se había mudado. Así que pedí asesoramiento a Arancha Sanz, la abogada de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Madrid (SPAP) sobre qué hacer. Registré la colonia en el Ayuntamiento de Madrid y me puse a gestionarla. No tenía ni idea de cómo capturarlos, de dónde llevarlos a esterilizar, de dónde tenerlos mientras se recuperaban de la intervención… Y en todo ese aprendizaje, de nuevo, Arancha. Explicándome todo y poniéndome en contacto con quienes podían ayudarme a hacer las primeras capturas y enseñarme a capturar. Vinieron, me explicaron lo esencial para salir de mi ignorancia, y los primeros gatos a los que capturé se llamaron como ellos: Tomi y Javier.

Con ellos empecé a saber más de los gatos ferales. De lo dura que es la calle para ellos, sobre todo en las ciudades, donde apenas tienen espacios seguros y todo son peligros. Comprendí por qué la mayoría de la gente cree que los gatos no viven mal en la calle, porque enferman y mueren escondidos, y lo cruda que es, sin embargo, su realidad. He comprobado cómo la mayoría de los gatos que nacen en la calle no superan los primeros días de vida y mueren escondidos sin haber salido del agujero que su madre encontró para parir creyendo que estaría a salvo. Otros muchos mueren durante las primeras semanas de infecciones horribles, sobre todo en los ojos, o de hambre o de sed porque su madre fue atropellada mientras buscaba comida, o reventados en el motor del coche donde se refugiaron, o atrapados en una alcantarilla a la que se arrojaron aterrados ante cualquier ruido desconocido y de la que no supieron salir, o simplemente a manos de quienes, ignorando sus necesidades y a veces con buena intención pero sin información suficiente los cogen de la calle siendo demasiado pequeños para sobrevivir sin su madre y sin una nodriza. He visto a gatas pariendo siendo casi cachorras, con apenas seis o siete meses de vida, sin saber cómo cuidar de sus pequeños en la selva que es para ellos una ciudad como Madrid. A otras muchas muriendo de un mal parto después de celos y celos cuando apenas tenían dos o tres años y sin que nadie supiera siquiera dónde quedó su prole. A machos jóvenes devorados por infecciones o dolencias que en un gato casero no requieren más que unos días de tratamiento. He visto a cachorros de semanas de vida literalmente rotos después de que un grupo de chavales los reventara a pedradas entre las risas de sus mayores sin que pasara nada, porque maltratar a un animal en España suele salir gratis. Y por supuesto los he visto reventados bajo la rueda de algún coche, agonizando en un sufrimiento inimaginable tras haber ingerido veneno colocado por algún vecino indeseable al que no le gustan los gatos y cree que por eso tiene derecho a eliminarlos a su antojo. Y después de todo lo que he visto, sé que solo he visto una mínima parte, porque la mayoría mueren sin que nos enteremos, sin que sepamos siquiera que estaban ahí, que vivían junto a nosotros.

También he visto cómo el método CER mejora su calidad de vida y también la de los vecinos humanos. La esterilización controla la población al evitar el nacimiento de camadas, reduce las molestias derivadas de los maullidos en época de celo y las peleas. Se controla la comida, evitando residuos y malos olores, reduciendo la necesidad de los gatos de buscar comida por otras vías, y controlando permanentemente su estado de salud para poder actuar ante cualquier contratiempo. Sin duda es la mejor opción, diría que la única, de controlar las colonias felinas de forma ética. Lo saben bien Luis y Fátima, de Gatos de Madrid, sin los cuales sería imposible hacer CER en muchas colonias.

El método CER se refiere a los gatos ferales, es decir, a los que han hecho de la calle su hogar y difícilmente se adaptarían a vivir en un hogar con compañía humana. Pero hacemos mucho más que capturar, esterilizar y retornarlos a su colonia. Les atendemos cuando enferman, cuando tienen algún percance. Muchas veces dejamos de verlos, sin más. Los buscamos pero es como si se hubieran esfumado. Pasado un tiempo asumimos que algo malo les ocurrió y que no volveremos a verlos. Pero otras veces los vemos a tiempo y podemos atenderlos. Capturar a un gato feral no es fácil, sobre todo si está herido, asustado, atrapado, encaramado a un árbol del que no sabe bajar, atorado en una tubería… Y ahí es donde entran en acción rescatadores como Tomi, Javier, Alfonso y Carlos, Los Cuatro de la Empanadilla, que afortunadamente no son solo cuatro, también son Alberto y Teresa, aunque siguen siendo muy escasos. También como Ángel, como David San Martín. Se les acumulan los avisos, dedican horas a complicados rescates, y anteponen esas vidas siempre a los riesgos que corren trepando a los árboles o reptando por alcantarillas, y también a la frustración de a veces no conseguirlo, a la incomprensión de quienes les exigen por encima de lo que ofrecen, al agotamiento de saber que por más que hacen siempre quedan avisos pendientes.

Después del rescate queda atender al gato, responsabilidad de quien da el aviso, de quien es y se siente responsable de ese animal. Queda llevarlo al veterinario, ayudarle a morir sin más sufrimiento si no hay otra opción, luchar si hay una oportunidad de que salga adelante, buscarle un espacio seguro si no puede volver a la calle. Cada rescate trastoca nuestra vida cotidiana, nos obliga a encajar un tetris en casa, con nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestra energía.

Pero esos no son todos. También hay gatos que se han perdido, que se salieron del transportín en el camino al veterinario, que se escurrieron por la puerta en un descuido, que se cayeron por la ventana o por la terraza al querer cazar a un pájaro o una mosca… O que de vez en cuando salían a dar un paseo y un buen día no volvieron. De este tipo nos llegan avisos todos los días. También los hay abandonados, los hemos visto incluso con su transportín, su cama y sus juguetes en medio de un solar. Y todos esos, en contra de lo que muchos creen, rara vez sobreviven en la calle. Acostumbrados a la vida en una casa no saben buscar comida ni refugio, y son extraños para las colonias felinas establecidas, cuyos miembros atacarán a cualquier gato que pretenda acoplarse sin más en su territorio.

Sacar a todos esos gatos de la calle, junto a los cachorros que antes de acostumbrarse a la ley del asfalto pueden tener una oportunidad de ser 'gatos de casa', es una labor que hacemos nosotras, particulares, asociaciones, protectoras, la mayoría de ellas sin ningún tipo de ayuda pública, tirando de nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestra energía, nuestras lágrimas. Los animales que rescatamos no constan en ningún sitio, no están en ninguna estadística. Y son incontables.

Todos esos gatos de la calle también son nuestros gatos. Son, en realidad, de todos. Mucha gente no lo entiende. Muchos nunca han visto un gato feral, otros pasan a su lado sin inmutarse, sin saber si están bien o no, dando por hecho que no están mal, sin preguntarse si tienen comida, agua, qué pasa cuando enferman, cuando construyen en un solar donde tienen su hogar, cuando derriban una casa en ruinas donde se refugian, sin caer en la cuenta de que esa colonia quizá está ahí desde antes de que construyeran el edificio, de que esos gatos sienten y padecen exactamente igual que los que viven en nuestra casa, a los que mimamos y les damos todos los cuidados. No pedimos que a nadie le gusten los gatos, los gustos son libres. Exigimos que se les respete, que no se haga su vida más dura de lo que ya es, que podamos ayudarlos y mejorar la convivencia con los humanos y con los demás animales con los que comparten espacios.

Exigimos que las administraciones, que a veces miran a otro lado y otras veces se comportan como sus peores enemigos, como ha estado ocurriendo en Almería y en otros municipios, no obstaculicen la labor de quienes realizan rescates y otras labores de protección animal; que cumplan la ley en la parte que les corresponde, que no dejen de prestar auxilio a los animales en apuros y que no nos ponga las cosas más difíciles de lo que ya son. Exigimos a Madrid Salud, organismo competente para realizar esta labor en Madrid, ciudad cuya situación conozco bien en esta materia, que se comprometa con las personas y entidades que prestan un servicio que su departamento no puede prestar por falta de medios, de personal y de recursos.

Pedimos que los vecinos sensibles que puedan hacerlo se impliquen, siempre hay formas de hacerlo. Pedimos casas de acogida, veterinarios sensibilizados, campañas de fomento de la adopción y adoptantes responsables. Ofrecemos seguir poniendo todo de nuestra parte para que nuestras calles y nuestros barrios no sean mortales para nadie y podamos respirar convivencia y respeto. La situación actual en muchos municipios, también en Madrid, es insostenible, y el pasotismo de la administración es tal que no nos queda más remedio que parar hasta que las condiciones mejoren. La SPAP va a tramitar cada incidente por la vía administrativa legal que corresponda y, si los responsables no cumplen sus funciones, exigirá responsabilidades a las personas y administraciones competentes. Para ello solicita la colaboración ciudadana para que ningún caso quede sin documentar y ninguna persona o animal desamparado quede en el anonimato y en el olvido.

Hemos asumido que los gatos de la calle son también nuestros gatos, y como tales vamos a seguir defendiéndolos, tengamos más o menos apoyo de las administraciones. Por eso esos premios Gatópolis a Los Cuatro de la Empanadilla, a los veterinarios Miguel y Jenny, al hasta hace pocos días concejal del distrito de Moratalaz, Pablo Carmona, y a la abogada Arancha Sanz ha sido una ocasión para conjurarnos con ese objetivo: vamos a ser una milicia en las calles para construir un mundo mejor para todos, humanos y demás animales, y ese mundo mejor debe comenzar en nuestro propio barrio defendiendo a los más débiles.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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