Estos refugiados vivieron en Túnez casi un año, en tiendas de campaña en un campo de tránsito ubicado en la zona desértica de Shousha, a 12 kms de la frontera con Libia. Fue después cuando llegaron a España y fueron distribuidos en diferentes centros de acogida gestionados por el Ministerio de Empleo y por ONG. Un año después, ya tienen su propio hogar.
La odisea de Ibrahim comenzó cuando era joven en Sudán. Procedente de una familia de etnia mixta (su padre era árabe y su madre nuba), nació en Kordofán del Sur, una zona disputada y rica en petróleo, que actualmente está sometida a constantes ataques aéreos y terrestres entre grupos armados de Sudán y Sudán del Sur. La persecución de Ibrahim comenzó cuando él empezó a hablar públicamente sobre la marginación de algunas regiones del país, con falta de acceso a la educación, al agua potable, salud o carentes de infraestructuras básicas. Ibrahim fue detenido, encarcelado y torturado en varias ocasiones.
Cuando este refugiado sudanés de 53 años huyó hacia Libia, comenzó una nueva vida. Allí conoció a su esposa, con la que se casó y tiene tres hijos. Ibrahim pasó por distintos trabajos hasta que encontró un empleo más estable como responsable de cuentas y tendero. Entre tanto, su esposa, Awatif, trabajaba como cocinera, peluquera y esteticista. Pero la vida en Libia no fue siempre un camino de rosas para ellos y para muchos africanos. La gente negra a menudo era víctima de un trato racista por parte de la población local.
“Ven aquí esclavo, nos gritaba la gente en la calle a mí o a mis hijos”, explicaba Ibrahim. “Sabíamos que no podíamos responder a la provocación, pero era doloroso, porque algunos de ellos lo sentían así profundamente”.
Sin embargo, lo peor llegó estando en detención. “Cualquier cosa era un buen motivo para que los militares te enviaran a prisión” decía Ibrahim. “No puedo recordar cuántos días pasé encarcelado en Trípoli; sometido a interrogatorios interminables y torturas; perdí la noción del tiempo”, recuerda este refugiado, mostrando las cicatrices en sus muñecas de las descargas eléctricas que sufrió.
Pero ahora en España, Ibrahim se siente seguro y relajado. Está muy agradecido al Gobierno español y a ACNUR por haber ofrecido a su familia una plaza de reasentamiento. Ahora trata de no mirar al pasado.
Ibrahim y Awatif son conscientes de las dificultades económicas que atraviesa España y los retos a los que se van a enfrentar para abrirse camino en esta nueva etapa, incluso teniendo permiso de residencia y de trabajo. Pero después de lo vivido, Ibrahim confía en que las cosas vayan a mejor, aunque es consciente de la enorme tarea que tiene por delante. “Si hemos podido sobrevivir hasta ahora, yo debería poderle ofrecer a mis hijos un futuro mejor”, dijo Ibrahim.
Por María Jesús Vega, Portavoz de ACNUR en España