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La sed de aventuras de Jaques Brel

La sed de aventuras de Jaques Brel
Bruselas —

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Bruselas, 4 may (EFE).- Las granuladas cintas grabadas el siglo pasado le recuerdan en blanco y negro, con los brazos extendidos como alambres y sudando, cigarrillo en boca, en un escenario donde se desempeña con teatralidad y mastica cada palabra que escupe en canciones como “Ne me quitte pas” o “Amsterdam”.

Esa es la imagen más universal de Jaques Brel (1929-1978), el gran exponente belga de la “chanson française”, un género del país vecino al que contribuyó al mismo nivel que cantautores galos como Georges Brassens, Léo Ferré o Barbara.

Pero es sólo una faceta de un hombre que quiso ser considerado como autor y no sólo como cantante, que cambió una exitosa carrera musical por una discreta trayectoria cinematográfica y que acabó su vida surcando los mares en un barco movido por su instinto de libertad, hasta que un cáncer de pulmón se lo llevó por delante.

“Mi padre es belga y por lo tanto es un gran, gran, gran aventurero. Toda su vida intentó hacer las cosas como un aventurero”, explica a Efe France Brel, una de las tres hijas del artista y la que se encarga de gestionar la fundación que lleva su nombre, que cumple 40 años.

Con motivo de ese aniversario, su hija -que llama a su padre “Jacques” y no “papá” porque este así se lo pidió y ella es “una chica muy obediente”- ha montado un documental que traza, con algunas imágenes de archivo y entrevistas actuales, la última gran aventura de Brel.

“La película es una de las aventuras de su vida, uno de sus sueños. Quería comprarse un barco y atravesar el Atlántico. Siempre tuvo ese gusto por los viajes, ganas de ir más allá. Y por eso, cuando comenzó a cantar y fue a Francia, a salas pequeñas y grandes, se lo tomaba todo como si fuera una aventura, como si hubiera que hacerlo todo cada día, cada noche”, resume.

Ese Brel cantando en Francia, que es también el sempiterno esposo de las mil amantes, el cantautor de la ternura cotidiana o el galán con pronunciados labios que poco tienen que envidiar a los de Mick Jagger, es el que ha perdurado en el tiempo. Poco importa que se prodigara sólo en francés, un idioma que ha perdido presencia internacional en las últimas décadas.

“Aunque no se entienda el idioma en el que canta Brel, se siente una sinceridad y esa sinceridad da placer al alma. A la gente le gusta esa forma de simplicidad, de sinceridad”, dice su hija, de 67 años.

De familia burguesa, casado hasta el fin de sus días con “Michi” aunque no ocultaba sus relaciones con otras muchas mujeres, Brel intentó primero escribir canciones para otros.

“Mi padre, al comienzo, es un autor. Le gusta escribir los textos, contar historias. Le gusta también la música, apasionadamente. Lo que le gusta es conocer a gente y contar las aventuras de los demás. Pero se le conoció sobre todo como cantante y se sentía un poco avergonzado por ello porque le hubiera gustado que le reconocieran como a un autor”, dice France Brel.

La falta de clientela le empujó a interpretar sus propios textos, generando un magnetismo en directo que le convirtió en uno de los grandes cantantes de su época. Se entregó con pasión a ese oficio durante unos 14 años y en 1968, con sólo 39 y en el clímax de su carrera, dejó de grabar discos para dedicarse al cine y a la aviación.

Poco después se compró un velero, el Askoy, y se propuso cruzar al otro lado del Atlántico. Pero en una de las muchas escalas del viaje en Tenerife (España), al bajar del Teide, sufrió una crisis pulmonar que terminó con un diagnóstico de cáncer.

A saltos, entre Bruselas y Ginebra, se trató de la enfermedad y logró continuar su viaje, cumplir su sueño y atravesar el Atlántico, acompañado por su último gran amor, una guadalupeña llamada Maddly Blamy, que actualmente tiene 78 años y que siempre ha tenido una tortuosa relación con la familia belga del artista.

También su hija France viajó en el Askoy en la primera parte del periplo con Brel, un hombre que dentro del hogar exigía una disciplina casi castrense en una actitud muy alejada del perfil de bohemio libertario que le conocía el gran público.

“En la vida nada es fácil. Ser la hija de Jacques Brel no es fácil, ser la hija de otro tampoco. Todos nos enfrentamos a dificultades en nuestra vida. La cuestión no es saber si es más o menos fácil, lo importante es poder aceptarlo”, concede la hija de un cantante cuyos restos reposan en la Polinesia francesa, junto a los del pintor francés Paul Gaugin y a 15.647 kilómetros de su Schaerbeek natal.

Javier Albisu

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