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Cuidado con el relato, Europa

Luis Bouza

Hoy conmemoramos la declaración Schuman que dio origen al proceso de integración europea en 1950. A la luz de la reconciliación, la prosperidad y el fin de las dictaduras que predominaban en la Europa de los 50, la visión de Schuman fue un éxito. Sin embargo también hay que reconocer que la UE no ha estado a la altura de las circunstancias desde el inicio de la crisis del euro. Para los ciudadanos de Grecia y Portugal, la UE es cada vez más un poder ciego que impone sacrificios al servicio de Berlín. Pero para los alemanes y holandeses la UE comienza a perfilarse como un ente irresponsable que les obliga a arriesgar su propio bienestar a favor de países derrochadores e irresponsables. En la propia España, considerada durante mucho tiempo como referente del “europeísmo” la desconfianza hacia la UE ha aumentado en más de 50 puntos porcentuales desde 2007.

Las instituciones europeas reconocen desde hace más de una década que están lejos de las preocupaciones de los ciudadanos y han tratado de colmar esta brecha a través de cambios institucionales y mediante una política de comunicación. La UE ha pasado los últimos doce años reformando sus instituciones para responder más directamente al mandato de los ciudadanos. Sin llegar a ser un sistema parlamentario hoy las instituciones de la UE responden directa (Parlamento y Consejo) o indirectamente (Comisión) a la voluntad expresada en las urnas. Y sin embargo la distancia con los ciudadanos sólo ha cambiado para peor. Más que de un déficit democrático susceptible de ser solucionado con reformas institucionales, hoy debemos hablar de una crisis de legitimidad sistémica: Europa carece de demos y de kratos.

Además de las mencionadas reformas institucionales, la UE también ha tratado de mejorar su política de comunicación, aunque los resultados están entre lo insignificante y lo errático. En esta dirección van dos ejemplos recientes de una nueva moda intelectual que dice que lo que falla es el relato. En enero de este año un grupo de intelectuales europeos reunidos en torno al polemista francés Bernard Henri-Lévy lanzó un manifiesto y un debate sobre el tema “Europa o el caos”. Hace unas semanas el presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, pronunciaba el discurso “Un nuevo relato para Europa” en el que anima a los intelectuales europeos a comprometerse en la demostración que la UE es ante todo una unión cultural y de valores. El manifiesto de los intelectuales y el de Barroso coinciden en que Europa necesita un nuevo relato debido al cambio generacional. Hasta hace poco la mayoría de Europeos justificaban la integración europea para evitar una nueva guerra. Hoy la mayor parte de nosotros no ha conocido la guerra y necesitaríamos un relato más propio del mundo globalizado actual.

Este enfoque no es exclusivo de las instituciones de la UE. También es frecuente leerlo en España en relación con la crisis económica y de democracia. El relato es una ideología “light”: una elaboración selectiva de hechos a los que se les da una coherencia narrativa. No pretendo decir que los relatos no sean legítimos: puesto que el activismo político es una parte ínfima del quehacer de la mayoría, los relatos simplifican el mundo social y permiten que los ciudadanos puedan tomar decisiones sobre la dirección de su comunidad política. Aunque adoptemos un sano relativismo y aceptemos que nunca podemos entender el mundo de manera enteramente objetiva, hay que ser cautos puesto que todo relato es una selección interesada sobre la realidad.

Por lo tanto decir que se necesita un nuevo relato para Europa es en sí mismo un relato. Y es selectivo e interesado al decir que en generaciones anteriores los europeos apoyaban la integración europea. Se puede decir más bien que en la mayor parte de los Estados miembros la integración europea ha sido un asunto de alta política de Estado sobre la que los diferentes partidos mostraban pocas diferencias y los ciudadanos les dejaban hacer en lo que se ha venido a llamar el consenso permisivo. Lo que está cambiando hoy es que la opinión pública empieza a expresarse más crítica con la UE y muestra un mayor desafecto.

Ante ello, cabe evaluar de dos maneras la propuesta de elaborar un nuevo relato para Europa. El discurso de Barroso es preocupante en la medida en que se identifica el escepticismo con la incomprensión y la crítica con el populismo. Si se trata de volver a los felices 60 en los que se podían tomar decisiones en nombre de Europa pero sin los europeos, este giro narrativo no responde a las necesidades actuales de legitimidad de la UE sino a una concepción antigua de la misma. Sin embargo, también puede servir para señalar que es necesario que todas las fuerzas políticas estructuren relatos diferentes para explicar a los ciudadanos su visión de Europa. Sin duda el consenso era necesario en las primeras décadas de integración en las que se trataba de construir un espacio común.

También necesitamos mantener el consenso en torno a nuestros valores fundamentales. Pero quizá hoy tengamos que aceptar la politización de la UE: necesitamos nuestro mapa de ruta –izquierda y derecha, eficacia y solidaridad, federalismo y centralismo– para que los ciudadanos elijan lo que prefieren. De todas formas, ya está sucediendo: ¿cómo no relacionar las recetas de austeridad con la predominancia conservadora en el Consejo, el Parlamento y la Comisión? Necesitamos un verdadero debate para saber qué relato propone cada fuerza política sobre el empleo, la deuda, la solidaridad, el medio ambiente o la ampliación y que se gobierne Europa en función de las mayorías y coaliciones que se puedan alcanzar en cada momento. ¿Estamos dispuestos a vernos en minoría en ciertas ocasiones –y por lo tanto “gobernados desde el extranjero”– para aclarar el panorama político europeo? A mí me parece un paso fundamental, pero ese es otro relato.

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