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Editorial: Sin izquierda catalana, el PSOE sin gobierno

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Se suele decir que los electores votan a los partidos de gobierno por lo que han hecho y a los partidos de la oposición por lo que pueden hacer. Sin embargo, a veces ocurre lo contrario. En las elecciones catalanas del próximo domingo 25 de noviembre, se resolverán dos interrogantes clave, sobre los que gravitarán el resto de resultados: si CiU obtiene mayoría absoluta o no (algo que hasta ahora las encuestas no garantizan, pero que en realidad se confirmará o no durante esta última semana de campaña) y si el PSC deja de ser el primer grupo parlamentario de la oposición. Paradójicamente, el primer interrogante no impedirá que, sea cual sea el resultado, Artur Mas salve la cara aparentemente: habrá conseguido resistir al frente del gobierno cuando hacía meses su situación política alimentaba muchas dudas. Los electores expresarán un voto prospectivo, basado más en las esperanzas depositadas en el incierto soberanismo de Mas que en la labor de gestión realizada por su ‘gobierno de los mejores’. Estará por ver cómo responde luego a esa confianza y cómo evita el riesgo de la frustración masiva que pueda generar el incumplimiento de las expectativas creadas.

En el caso del PSC se da la situación opuesta. Después de haber sido desalojado de casi todos los niveles de gobierno, su caída electoral continúa imparable. Y todo ello en el momento en el que crece la desigualdad y se degrada el estatus socioeconómico de buena parte de la clase media y asalariada. A pesar de esta situación, los votantes siguen alejándose del principal partido de izquierda catalán. No es fácil estar en la oposición en todas partes y seguir pagando el castigo de un voto retrospectivo. Pero el PSC lo consigue. Además de sus errores cometidos, el PSC parece haberse convertido en el pararrayos de la política catalana, contra el que se expresan los desencantados con la izquierda, los desencantados con la España autonómica y los desencantados con la política en general.

No obstante, los efectos de este colapso no se limitarán al espacio político socialista y rebasarán las fronteras catalanas. Sea cual sea el resultado, el 26 de noviembre se producirá una implosión de una de las claves de bóveda de nuestro sistema político: la que une el centroizquierda español mediante una coalición peculiar entre PSOE y PSC y, a través de ella, sostiene el estado autonómico tal como lo conocemos. ¿Suena muy dramático? Veamos.

En 1977 se fraguó en Cataluña un acuerdo sin precedentes: el PSOE decidió establecer una coalición electoral con el socialismo catalanista para evitar la división del voto de la II República y presentarse unidos a las elecciones generales. Este acuerdo fue una excepción en la estrategia del PSOE de no negociar candidaturas unitarias con otros partidos socialdemócratas o socialistas competidores. La estrategia salió redonda: el PSOE se quedó todo el espacio de centroizquierda y en Cataluña se convirtió en la primera fuerza electoral. La alianza culminó en la creación del PSC en 1978.

La entente PSOE-PSC es el mejor ejemplo de cómo el Estado autonómico fuerza a los partidos nacionales a adoptar acuerdos especiales en algunas Comunidades, al igual que sucedió entre IU e ICV y PP con UPN. No obstante, la influencia que el PSC ha ejercido sobre el resto de España ha sido mayor de lo que muchos ciudadanos han percibido. Desde la contribución en el gobierno en políticas esenciales (Narcís Serra yErnest Lluch transformaron la defensa y la sanidad españolas) a la influencia en la organización de partido (por ejemplo, el PSC fue el primer partido que instauró la política de cuotas en España para promocionar la presencia equitativa de mujeres en el partido y en las instituciones). Pero sin duda donde más influencia ha generado el socialismo catalán ha sido en laevolución federalizante del modelo autonómico, a través de sus aportaciones al PSOE y al impulso de la reforma autonómica. Las reformas estatutarias de la pasada década fueron el último capítulo. Sin el PSC, el Estado de las autonomías habría sido distinto.

Sin embargo, mientras todo esto sucedía, el papel de los socialistas catalanes también fue acumulando contradicciones. No sólo cuando el PSC aceptó perder su grupo parlamentario, delegando en CiU toda la visibilidad política de las Cortes Generales. También cuando Josep Borrell se convirtió en el candidato del PSOE con la oposición encubierta de los dirigentes del PSC. O cuando inició la reforma del Estatuto catalán, sin acuerdo claro con el PSOE y cediendo la iniciativa a los partidos nacionalistas, permitiendo que CiU transformara la cuestión territorial en un subasta inflamable contra el tripartito. El desafío de Chacón al postularse como líder del PSOE fue la culminación de esta peculiar relación entre ambos partidos, basada más en el entendimiento personal de sus líderes que en el establecimiento de unas reglas claras y equitativas. El PSOE-PSC podía haberse acabado convirtiendo en la CDU-CSU alemana, que tan buenos réditos sigue dando a los conservadores alemanes. Pero no lo ha sido. ¿Qué pasará en el futuro?

Gráfico 1. Votos absolutos a PSC, CiU e ICV en las elecciones autonómicas

Es altamente probable que los resultados del próximo domingo abran una catarsis en la izquierda catalana no independentista. Quizá empezarán preguntándose si prefieren seguir compitiendo por separado para dejar a CiU las mayorías electorales y regalando a PP y ERC la llave de la gobernabilidad. Aunque, como muestra el gráfico 1, el problema del centroizquierda catalán no es la competencia entre PSC e ICV. Es que la debilidad y falta de credibilidad de los socialistas catalanes expulsa votantes en todas las direcciones.

La lectura que hagan de esta realidad los aspirantes a dirigir el centroizquierda catalán en el futuro marcará el destino del PSC y del resto de partidos en Cataluña. ¿Refundación de la izquierda catalana o ‘valencianización’ de sus espíritus? ¿Se resignará el PSC a ser uno más de los partidos pequeños catalanes? ¿A competir con los otros partidos por ser el socio de un gobierno mayoritario de CiU?

Se impone actualmente la tesis que culpa de todo a la ambigüedad: se pierde por ser demasiado catalanista; por ser demasiado españolista; por no ser ni lo uno ni lo otro… Pero los partidos grandes son aquellos capaces de reunir a una mayoría social en torno a un liderazgo solvente y a un proyecto integrador, que por fuerza tiene que ser plural y ciertamente ambiguo. ¿No fue ese el proyecto que permitió superar el millón de votantes que obtuvo Pasqual Maragall en 1999 y 2003?

Los efectos no se circunscribirán a la política catalana. Si la izquierda catalana decidiera en el futuro ser algo más que una constelación de siglas y proyectos municipales, refundando el pacto de 1978, probablemente deberá hacerlo volviendo a los orígenes y replanteando también la alianza con el PSOE que se produjo en 1977. Difícilmente el socialismo español puede hoy defender un programa federal creíble para España si no es posible aplicarlo ni siquiera a su referente político en Cataluña. Por supuesto, el PSOE procurará adelantarse a los acontecimientos. Ante este dilema trascendental, algunos sugieren que el PSOE siga la estrategia de Julio Anguita ante el conflicto con IC a finales de los años 90: mejor solos y por separado. Fue el hundimiento de lo que quedaba del comunismo en Cataluña. ¿Estará dispuesto el PSOE a renunciar a obtener de nuevo el millón y medio de votos que Cataluña le dio en 2004 y 2008?

Treinta y cinco años después, debe imponerse la inteligencia de nuevo. El futuro del soberanismo catalán también depende de ello.

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