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¿Qué ha quedado del 15M?

Cientos de personas llenan la puerta del Sol en el segundo aniversario del 15M / Foto: Susana Hidalgo.

Luis Bouza

Aquellos que culpan a la crisis económica y a la falta de ejemplaridad de las instituciones de la creciente desconfianza en la política toman al 15M como síntoma. Sin embargo el 15M no fue simple hartazgo sino el comienzo de un ciclo de contestación que supone un importante cambio de actitud de los españoles ante la política.

Creo que el 15M es uno de esos días en los que se desarrolla ante nosotros la trama de la historia y cuyos detalles recordaremos cuando nos pregunten ¿dónde estabas el 15M? Yo acababa de llegar a Escocia para terminar mi tesis. Había participado en movilizaciones que sirvieron de caldo de cultivo al 15M por lo que no me sorprendió por completo el éxito de la manifestación. Fue sin embargo la reacción de mis compañeros de Nigeria, Rusia y Argelia ante la ocupación de la Puerta del Sol la que me hizo ver la dimensión histórica de este acto de desafío. No entendían cómo era posible que los desde su punto de vista privilegiados jóvenes españoles que han crecido en democracia adoptasen el método de protesta de los revolucionarios de El Cairo.

Precisamente hoy es legítimo preguntarse si el 15M ha dejado algo más que unas imágenes emocionantes de reivindicación del espacio público. Dos años después, parece que seguimos siendo “mercancía en manos de políticos y banqueros”. La crisis económica no ha hecho más que empeorar, la política española ha seguido cavando su bache y no se han creado nuevos mecanismos de participación democrática. Además el movimiento se ha dividido en una sopa de siglas enfrentadas que recuerdan al gag de los Monty Python sobre los grupúsculos de resistencia judía en La Vida de Brian. El movimiento se fractura en la primavera de 2012 entre los partidarios de crear una asociación y los que temen que dicha organización acabe inevitablemente arrastrada por la ley de hierro de la oligarquía que el movimiento critica en los partidos. La actual línea de fractura separa a los partidarios de la acción política mediante el “entrismo” o la creación de nuevos partidos y aquellos que consideran posible conseguir un cambio constitucional desde fuera de un sistema en el que no confían.

Adaptando la frase atribuida a Mauriac sobre Alemania, se decir que me gusta tanto el 15M que prefiero que haya dos. En todo caso, ¿es realista esperar que un movimiento social transforme en profundidad el sistema político? Evidentemente el sistema de partidos está tocado: si puede funcionar una nueva oferta electoral, este es el momento. Sin embargo la fragmentación del voto indignado entre varios partidos (IU, Equo, Partido X y posiblemente algún partido nuevo) tiene pocas opciones de éxito frente al PP y el PSOE y un sistema electoral con una mayoría de circunscripciones pequeñas. La segunda pata del movimiento prefiere intentar llevar a cabo los planteamientos del movimiento – propuestas de izquierdas y cambios constitucionales – sin participar directamente en las elecciones y sin emplear la violencia. Esta opción es legítima pero se enfrenta a dos dificultades enormes. En primer lugar parece casi imposible expresar un consenso constitucional alternativo sin un grado de organización excepcional y cualquier cambio se plantea a largo plazo. En segundo lugar parece difícil que el método de decisión por consenso pueda servir para aunar preferencias intransitivas es decir, se pueden compartir las propuestas de reforma constitucional y no las políticas de izquierda o viceversa.

¿Decretamos el final del 15M y pasamos a otra cosa? No tan rápido. El efecto de este movimiento en la vida política española es más profundo y menos inmediato que el ciclo político puesto que incide en las actitudes y en la organización de la sociedad civil. El 15M marca un punto y aparte en la actitud permisiva de los españoles hacia la democracia elitista y relegitima la participación política más allá de los partidos. Los estudios sobre asociacionismo y participación en España nos hablan hasta ahora de una sociedad civil inane y de una agenda política férreamente controlada por las elites. El 15M significa la entrada de la democracia española en una fase de contra-democracia de la que habla el historiador francés Pierre Rosanvallon. Le palabra francesa défiance que usa este autor no significa sólo desconfianza sino que también implica un desafío. La contra-democracia no es anti-democracia, sino una democracia en la que se organizan contrapoderes fuertes.

El 15M ha favorecido la organización de mareas, asambleas, manifestaciones, escraches, iniciativas populares y recursos ante la justicia. Esto significa que aumentan los posibles puntos de veto a las decisiones políticas. La paralización de la Ley Wert la semana pasada es un ejemplo más del efecto de la protesta ciudadana. Incluso cuando no se paraliza una medida, estos contrapoderes ciudadanos aumentan el coste político de las decisiones. Dos años después no parece que el 15M pueda o pretenda conquistar las instituciones para aplicar un programa político. Sin embargo el 15M está poniendo coto a unas instituciones representativas que han contado con controles ineficaces. De momento lo está haciendo bien. Les corresponde a las instituciones aceptar el desafío de volver a acercarse a los ciudadanos.

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