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La “recuperación” de la Eurozona: tenemos un problema

G1

Jorge Galindo

Este ilustrativo gráfico elaborado por Haver Analytics para Goldman Sachs lleva circulando por sus informes toda la segunda mitad de 2014. Cuenta una historia tan clara como descorazonadora: cuando se compara la Eurozona con otras regiones en el presente o con otras crisis financieras en el pasado, la recuperación posterior palidece, por no decir que apenas existe. Mientras que la remontada que vino inmediatamente a renglón seguido del crack fue común a todos, en un cierto punto (2010, 2011) los países del euro simplemente pierden el tren y se quedan atascados.

Como no podía ser de otra manera, la evolución en el tiempo coincide con la fase soberana de la crisis. La caída en desgracia de Grecia, Irlanda, Portugal primero, España e Italia después marca el punto de inflexión que diferenció a la Eurozona del resto de países desarrollados. Las razones son más políticas que económicas.

Las recetas conocidas y compartidas por la mayoría de Estados fueron aplicadas de manera más o menos general, a pesar de que la crisis se llevase a Gobiernos por delante: combinar gasto fiscal y estímulo monetario con reformas estructurales. El énfasis fue mayor o menor en cada aspecto dependiendo de la orientación ideológica del partido al mando, pero la línea general fue mixta. En la zona euro, por contra, la asimetría entre niveles de decisión (política monetaria centralizada y política fiscal propia de cada país, sin entidad política supranacional) ha dejado a toda la región bloqueada en una negociación imposible entre acreedores y deudores, donde por el momento solo los primeros son capaces de imponer su criterio sin que exista apenas contrapartida en forma de estímulo (salvo las ya famosas palabras de Draghi en verano de 2012).

El resultado ha sido una senda del PIB europeo que se parece a una tímida W que no acaba de salir del hoyo, dejándonos un poco por debajo del nivel anterior a la crisis, y con la exasperante sensación de que los políticos no son capaces de hacer nada por sacar la situación adelante. Un sentimiento que, por desgracia para los partidos tradicionales, se torna muy real a la hora de meter la papeleta en la urna.

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