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¿Primarias? Según y cómo

Ley partidos

Alfredo Retortillo

Entre las propuestas de regeneración política y democrática, las elecciones primarias se sitúan a veces demasiado cerca de lo que podríamos calificar como postureo reformista. «Que hagan primarias» viene a ser el nuevo «que cambien la ley D'Hondt». No es cuestión menor -como no lo es la reforma del sistema electoral- ni debiera echarse en saco roto. Pero -por eso mismo- debería evitar el trazo grueso y no soslayar su consideración a la luz de los objetivos que se persiguen, sus ventajas e inconvenientes, o las condiciones necesarias para que resulten realmente eficaces. El último ejemplo, importante por la personalidad de los firmantes y por el ruido mediático generado, es el Manifiesto por una nueva ley de partidos políticos, enseguida presentado como el “Manifiesto de los Cien”, mucho más pegadizo.

Lo peor en este tipo de iniciativas de rápido impacto mediático suele ser que, junto a la denuncia cierta de problemas graves y complejos, presentan invariablemente una esquemática propuesta de soluciones simples. En el caso que nos ocupa, el Manifiesto se resume en 7 puntos de reforma para que la Ley de Partidos incluya normas que -se subraya- son muy comunes en las democracias europeas. No se dice cuáles democracias europeas sean esas, ni siquiera cuando se afirma -con no mucho tino- que el problema específico del caso español es dejar el control a la autoregulación de los partidos. Pues bien, en el quinto lugar de ese listado aparece el nuevo mantra: “Elección de los candidatos a cargos representativos por elecciones primarias”.

En su escueta formulación quizá parezca una sugerencia modesta dentro de la lista, pero si consideramos un momento su literalidad, percibimos su enormidad. En todos los partidos, todos los candidatos, a todos los cargos representativos, serán elegidos por elecciones primarias. Un cargo rerpresentativo es un concejal, por ejemplo. Un parlamentario autonómico. Un diputado. Ahí lo tienen: todos los concejales, todos los parlamentarios autonómicos, todos los diputados y senadores. Otrosí, todos los candidatos a todos esos cargos serán elegidos por elecciones primarias. The-Mother-of-God!

Cuando en mayo de 2010, David Cameron y Nick Clegg presentaron el programa de gobierno de la coalición liberal-conservadora, incluyeron también medidas de regeneración democrática. Entre otras, y a partir de las experiencias tories de Totnes y Gosport en 2009, la de promover elecciones primarias. En concreto, el programa se comprometía a financiar con dinero público elecciones primarias en 200 distritos, el 30% del total de escaños de la Cámara de los Comunes. La iniciativa se dirigía especialmente a los distritos conocidos como safe seats o bastiones electorales, fenómeno típico del sistema británico, donde encontramos muchos distritos que no han cambiado de color político desde la II Guerra Mundial y que prácticamente aseguran de por vida el escaño al parlamentario del distrito. El objetivo de regenerar la vida política, renovar el vínculo entre electores y elegidos, incentivar la accountability de estos últimos, encontraba así expresión concreta en el uso de elecciones primarias para promover la competición política -siquiera intrapartidista- allí donde apenas existía.

El ejemplo británico debiera servirnos para establecer dos premisas. Primera, es difícil inventar a estas alturas la pólvora, por la sencilla razón de que ya está inventada. Segunda, en la propuesta de reformas del sistema político, aun limitadas a este o aquel elemento, el diablo está siempre en los detalles. La cuestión no es «primarias sí o no», sino «primarias según y cómo». Abramos un diálogo y no le temamos a los matices. En términos de debate público democrático, lo pernicioso a mi juicio es plantear la disyuntiva en el abismo, entre el Don Tancredo inmovilista y el Niño del Quimicefa, siempre dispuesto a renovar el mantel de la abuela aunque sea calcinándolo. Asumir que tal o cual reforma tendrá efectos salvíficos, y desde luego será mejor que lo que (no) hay, sin considerar los equilibrios que altera -o los nuevos que promueve- en otras partes del sistema, suele ser camino abonado al fracaso. Es exigible, por tanto, entrar en los detalles. Veamos algunos.

La iniciativa del gobierno británico estimaba el coste para las arcas públicas en 8 millones de libras (40 mil libras por distrito). Tenemos aquí dos precisiones. En primer lugar, las elecciones primarias cuestan dinero; y cuanto más “democráticas” sean, más caras serán. En segundo lugar, se opta por una financiación pública de las primarias. Si lo que se pretende es imponer por ley la realización de primarias, parece lógico pensar que en ese marco su organización y financiación serían públicas. En México, sin embargo, las primarias fueron adoptadas voluntariamente por el PAN y el PRD como una forma de diferenciarse en calidad democrática del PRI, que no las utiliza. Así, su financiación y organización es particular a cada uno de los partidos, lo que en ocasiones es fuente de conflicto y polémica en relación a las garantías y la limpieza del proceso.

El caso es que es esta una manta corta, con tres inquilinos y ninguno en el medio. Si se pretende que arrope por el lado de debilitar el control de los aparatos, la financiación no puede estar en manos de los partidos. Si -para evitar el control partidista-, se opta por una financiación y organización públicas, añadimos una fuente de gasto en el mismo momento en que se dice que la política y los partidos son caros. Si, por último, para evitar gasto público, se deja la búsqueda de financiación a los candidatos individuales -caso de Estados Unidos- aun cuando la organización y control de las primarias sea pública para una mayor garantía, el problema es entonces dirimir hasta qué punto son los financiadores quienes deciden los candidatos y no al revés. Interrogantes todos ellos que no pueden resolverse en una noche de amores primarios, sobre todo si carecemos de experiencia.

La propuesta de Cameron y Clegg no ha tenido de momento mayor recorrido -las próximas elecciones legislativas tendrán lugar en 2015-, de modo que la mejor pista sobre las primarias en Reino Unido se encuentra en el documento de campaña del partido conservador, Big ideas to give Britain real change, que perfilaba nueve reformas políticas, la segunda de ellas la adopción de primarias. Además de la financiación pública, se establece que las primarias serán abiertas a todos los electores del distrito (no solo a militantes), el comité local del partido admitirá un máximo de 4 candidatos a primarias, y la campaña tendría una duración de 20 días y un límite de gasto para cada candidato de 200 libras. Todo ello (pre-selección, campaña corta, etc.), plantea serias dudas acerca del efecto real de las primarias sobre la endogamia y el control del aparato en la selección de las candidaturas. Por contraste, en México, con un contexto político y partidista muy diferente y con opciones casi diametralmente opuestas en relación a las primarias, Kathleen Bruhn observa efectos contrarios a los buscados originalmente, resultando en una peor selección de candidatos y en mayores incentivos a la corrupción.

¿Quiere esto decir que debiéramos abandonar la idea de las primarias? En absoluto. Es suficiente con dejar de pretender que conocemos el bálsamo de Fierabrás y que si no se aplica es por culpa de los de siempre. Es obvio que en toda Europa -en unos sitios más y en otros menos- además de la crisis económica vivimos una crisis política en su triple vertiente institucional, de actores (sobre todo los partidos) y ciudadana. Es obvio también que su solución no vendrá sin más de la mano de aligerar las apreturas económicas, y que es necesario acometer una profunda reflexión y un amplio programa de reformas políticas. Pero no dejemos la impresión tecnócrata, tan en boga, de que con apretar unos tornillos -a los partidos- desaparecerán nuestros problemas. Entre otras razones, porque vuelve a situar la responsabilidad de la política en los partidos, origen de muchos de nuestros males.

Si, para finalizar, volvemos a considerar el objetivo de las elecciones primarias, ¿no sería más sencillo modificar la ley electoral en lo referente a la forma de votación, de modo que aun conservando las listas se contemple alguna de las variantes de voto preferencial? Claro que en ese caso, cuando nos preguntásemos sobre las condiciones para que fueran eficaces, no nos bastaría con adivinar la maldad partidista en la confección de listas, sino que habríamos de considerar también qué hacen los medios con la información política y electoral y/o qué hacen los ciudadanos con el voto. Los partidos se han anquilosado y deben cambiar. Cierto. Pero no solo ellos.

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