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Urgencias (no sólo) francesas

Jacques Attali (izquierda), François Hollande y Ségolène Royal (centro), y François Mitterrand (derecha), en 1981

Jacint Jordana

Francia es una país excepcional, en cierto modo admirable. No hay otro país igual en el mundo. Posiblemente más consciente de su distinción que cualquier otro, se enfrenta a los retos de la crisis, la Europeización y la globalización de una forma distinta al resto de los países. A los franceses les ha costado asimilar plenamente las consecuencias de la globalización –la mundialización, como dicen ellos-; no porque no estuvieran internacionalizados –como el que más, sin duda- sino por lo qué ésta implicaba de mezcla, de creciente mestizaje cultural, empresarial, político, etc., a todos los niveles.

Un libro recientemente publicado en Francia, Urgences françaises, constituye un buen diagnóstico, y al mismo tiempo un ejemplo, de tales contradicciones. Su autor, Jacques Attali, ensayista prolífico y asesor de todo tipo de políticos franceses durante las cuatro últimas décadas, hace un detallado diagnóstico de los problemas políticos, sociales y económicos actuales de Francia, nos habla de su creciente estancamiento y declive, y sugiere la necesidad una nueva revolución francesa –porque considera que Francia solo avanza a golpe de revoluciones-, como reacción para afrontar decididamente y con urgencia las calamidades que identifica.

Sin duda acertará Attali en gran parte de su análisis de la realidad francesa actual, sintetizando múltiples diagnósticos e interpretaciones ya existentes. No sólo las débiles tendencias económicas, sino la fragilidad de un estado hipertrófico, la incapacidad de atraer talento científico, cultural o económico, o el fuerte peso de los rentistas en la política nacional, se encuentran entre los muchos síntomas de la enfermedad francesa. Sus propuestas de reformas –casi una revolución- son impresionantes. Dice que nada está perdido, que todo se puede solucionar, que la grandeur francesa puede volver. Plantea diez grandes propuestas para cambiar el país. Entre ellas, cambiar las instituciones políticas, utilizar los recursos públicos de forma más eficaz, impulsar la francofonía o consolidar una política y unas instituciones Europeas de dimensión federal, por lo menos en el espacio del Euro.

En su libro, Attali no deja muy claro como hacer todos estos cambios. Viene a decir que, o bien el actual presidente de la República Francesa los impulsa inmediatamente, o bien podría producirse un cambio de tipo más revolucionario. Tampoco descarta que no pase nada, que no haya cambios, y simplemente se mantenga el declive. No obstante, parece ingenuo que no dedique más reflexiones sobre cómo funciona el proceso de cambio político en su país, y que todo lo fíe al carácter de un espíritu superior, sea el presidente, o un nuevo Cónsul plenipotenciario. De hecho, su pensamiento refleja un modo de pensar el gobierno como pura jerarquía. Una tradición muy francesa, que Attali no consigue esquivar en su libro, a pesar de que en sus primeras páginas ya reconoce que hoy en día el poder ya no lo concentra, ni mucho menos, el presidente de la República.

Estas reflexiones veraniegas sobre Urgences Françaises tal vez vengan al caso, desde un país vecino y algo más al sur, porque muchos de sus diagnósticos, y también de las propuestas que se planten, podrían aplicarse sin demasiados cambios a nuestro entorno. Aunque algunos hablan de dinamismo español frente a estancamiento francés (Stephan Richter en The Globalist), no nos engañemos, esto es no entender nada. La gravedad de la crisis ha obligado a algunos cambios importantes, y la ideología del gobierno ha impulsado otros, en distintos terrenos, pero no se han abordado reformas en profundidad, sino sólo reformas muy urgentes. La situación española, es, en el fondo, mucho más parecida a la de Francia de lo que pensamos, o queremos pensar, y posiblemente más terrible en muchos aspectos, aunque apenas nadie escriba sobre las urgencias españolas con una perspectiva ambiciosa.

Desde España, llevamos décadas sin querer ver a Francia. El país que durante siglos fue el modelo a imitar, se difuminó a partir de la transición, frente a los nuevos referentes anglo-sajones y germánicos en expansión. Las tradiciones francesas pasaron a ser vistas como las capas profundas en la construcción del nuevo Estado democrático en España, pero dejaron de ser la fuente de inspiración. No obstante, el espíritu del gobierno, el comportamiento de sus funcionarios, la economía política del país más en general, posiblemente sigan teniendo su mejor referente en el caso francés. Y como en el caso francés, seguimos sin ver, tal como lo ilustra la trampa en que cae el mismo Attali, que el gran demiurgo ilustrado no va a llegar nunca.

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