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La herestética en el debate sobre Cataluña

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Juan Rodríguez Teruel

El debate soberanista ha adquirido una posición central en el panorama catalán desde hace más de una década, pero su predominio ha tenido efectos especialmente intensos en los últimos años, hasta el punto de que ha eclipsado completamente el resto de temas en un contexto de medidas impopulares (recortes, privatizaciones…) para afrontar la crisis económica.

Lo suficiente como para que esto haya permitido que los efectos los recortes del gobierno catalán o de la corrupción de CDC hayan repercutido menos negativamente en el apoyo al presidente Mas de lo que cabría esperar.

Esto es lo que Willliam Riker denominó la estrategia “herestética” o de la ‘manipulación política’: cómo fijar la atención de los ciudadanos sobre temas que benefician al gobierno sin alterar necesariamente el orden de las preferencias políticas de los ciudadanos. Así se produce un efecto de pantalla que tapa o neutraliza otros temas que a priori serían más relevantes para los ciudadanos pero más perjudiciales para las expectativas del gobierno.

Esto explica que, según las encuestas del CIS o del CEO catalán, los temas más importantes para los catalanes sean la economía, el paro o la corrupción, y sin embargo, desde hace dos años, la agenda política catalana está monopolizada por el soberanismo y, en el trasfondo, la competencia electoral entre CDC y ERC.

El empleo de mecansimos herestéticos es muy común entre actores políticos para condicionar decisiones y votaciones (mediante el control de la agenda, la introducción de nuevas dimensiones, etc.). Pensemos en el uso de la candidatura olímpica en Madrid en los últimos años, en el recurso al anticatalanismo en la política valenciana, o la estrategia de Bush de convertir las elecciones presidenciales de 2004 en un plebiscito sobre la Guerra de Irak.

Son temas que desvían la atención de los votantes de aquellos otros que realmente les importan cuando la economía va mal o el gobierno tiene pocos resultados que ofrecer. Al fin y al cabo, todos los gobiernos tratan de centrar el debate en aquello que les puede beneficiar y dejar al margen los que resulten más costosos en apoyo electoral.

Y es fácil de entender su uso en el caso catalán, donde, como en la mayoría de Comunidades Autónomas, la capacidad de elaborar políticas públicas ha quedado socavada por la caída de ingresos y los problemas de financiación autonómica. Solo un dato: entre 2009 y 2012 el descenso en el gasto de sanidad y educación fue de 20 puntos. Un recorte mucho mayor que el que ha realizado el gobierno central en pensiones o prestaciones sociales.

Lo llamativo del caso catalán es cómo la fijación del debate soberanista no solo está condicionando la valoración del gobierno de Mas y de sus políticas, sino que también ha fragmentado el espacio de izquierdas, y ha llevado el sistemas de partidos catalán al borde de la implosión.

Por supuesto, el éxito del empleo de la herestética no es eterno, y funciona hasta que los actores rivales consiguen alterar la agenda política o introducir nuevos temas o dimensiones en el debate.

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