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Urgente: reparar la zona euro

Angela Merkel y Emmanuel Macron, en el Consejo Europeo de junio pasado.

Andreu Missé

Diez años después del estallido de la debacle financiera, que se convirtió en crisis de deuda, la necesidad de mejorar la arquitectura financiera de la zona euro es más urgente que nunca. Las reformas previstas para evitar una recaída están atascadas y los riesgos en los mercados financieros dentro y fuera de Europa siguen al acecho. “Ninguna reforma significativa se ha puesto en práctica desde el Mecanismo Único de Resolución Bancaria creado en julio de 2014 como parte de la Unión Bancaria”, según un reciente trabajo del Centre for Economic Policy Research (CEPR).

El principal motivo del atasco que impide avanzar hacia una mayor integración de la Unión Económica y Monetaria (UEM) deriva de las profundas desavenencias entre Francia y Alemania. El Gobierno de París quiere avanzar hacia una mayor cooperación en las instituciones del euro dando pasos en la mutualización de riesgos, mientras que Berlín pone el acento en la necesidad de “mantener la responsabilidad fiscal” y “fortalecer las reformas estructurales”, según las palabras del testamento político del anterior ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble. En esencia, Berlín se resiste a cualquier iniciativa que de algún modo suponga más transferencias de recursos de los países ricos a los de menor renta.

Este escenario hay que completarlo con el paquete de iniciativas presentadas por la Comisión Europea a finales del año pasado, que en buena parte recogen las ideas del presidente francés, Emmanuel Macron. Estas ideas persiguen llevar a la práctica el lema acuñado en Maastricht (1992) de caminar hacia “una Unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa” y que se concretan en la creación de un Fondo Monetario Europeo y un ministro de Economía y Finanzas.

Pero quizá el aspecto más novedoso del panorama político actual es que, por primera vez en muchos años, el proyecto europeo cuenta con el apoyo decidido del líder de uno de los principales países. Como ha señalado el catedrático de Hacienda pública Antoni Castells, “con Macron hemos visto por primera vez que se ganan las elecciones sin esconder el europeísmo”.

La realidad es que en su discurso de Atenas de septiembre pasado el líder francés lanzó un mensaje que implica un profundo giro sobre cómo se ha gestionado la crisis en Europa. “Hemos perdido el gusto que teníamos por la cohesión social”, lamentó Macron. Puso el dedo en la llaga al añadir: “Lo hemos perdido porque nos hemos perdido en una guerra civil en el seno de Europa entre las potencias que ya no se tenían confianza”. Y abundaba: “Lo que quiero es que nos reencontremos por la reconciliación de Europa que sepa conciliar de nuevo responsabilidad y solidaridad”.

Menos cohesión social

La pérdida de la cohesión social en Europa es la herencia más dramática del balance de la crisis financiera. Los datos de Eurostat son elocuentes. En 2007, España e Italia contaban con un PIB per cápita por encima de la media europea, con el 105% y el 104%, respectivamente. Sin embargo, en 2016 los niveles de renta de ambos países habían caído hasta el 92% y el 96% de la media europea, respectivamente. En Grecia, el hundimiento de la renta ha sido más catastrófico al pasar su renta per cápita del 91% al 67%. Y para Alemania la riqueza por habitante no ha cesado de crecer durante el último decenio, desde el 116% al 123%.

El debate sobre el futuro de las instituciones europeas no puede desligarse de la evolución de las condiciones de vida y los derechos concretos de los ciudadanos en los distintos países de la Unión. El proyecto de la Unión Bancaria, por ejemplo, sigue atascado en un aspecto fundamental como es la creación del Fondo de Garantía de Depósitos Europeo (FGDE) que debe garantizar 100.000 euros de cada cuenta de ahorro de los europeos.

La desconfianza que denunciaba Macron sigue dominando las relaciones entre Estados en Europa. Las reticencias de Alemania han obligado a retrasar la entrada en funciomiento del FGDE prevista para 2024.

Las discrepancias de fondo sobre la integración europea se materializan de una manera muy concreta en las políticas del Banco Central Europeo (BCE), que se encuentran en el centro del debate. La gestión de su presidente Mario Draghi, impulsando políticas expansivas, mediante compras masivas de deuda pública y privada, a pesar de la resistencia activa del banco central alemán (Bundesbank) ha evitado el agravamiento de la crisis. La velocidad en la retirada de estos estímulos que han acumulado 2,3 billones de euros de bonos en el balance del BCE es otro de los puntos conflictivos especialmente relevante ante el relevo de Draghi en noviembre de 2019.

Créditos fallidos

Para Ernest Urtasun, eurodiputado y portavoz de Iniciativa per Catalunya Verds en el Parlamento Europeo, “la derecha alemana no quiere saber nada del FGDE. Sostienen que no están dispuestos a garantizar los depósitos de manera generalizada mientras países como Italia no limpien los balances de sus bancos de créditos fallidos”. El elevado volumen de créditos dudosos y fallidos en los balances de los bancos italianos, que oscila entre 270.000 y 300.000 millones de euros, se considera uno de los factores que está creando más inestabilidad en el sistema financiero europeo.

Alemania, añade Urtasun, “utiliza ahora un nuevo argumento de desconfianza hacia Italia al señalar la falta de respeto del Mecanismo Único de Resolución con la concesión de más de 3.000 millones de ayudas públicas para sanear los bancos italianos. Esto se ha convertido en la excusa perfecta para no tener que aceptar el FGDE. De todas formas, esta propuesta está completamente bloqueada tanto en el Consejo como en el Parlamento Europeo. En este asunto la única posibilidad que veo es la fórmula más light que sería un sistema de reaseguro europeo que funcionaría como seguro de los fondos de garantía nacionales”.

En relación con el futuro presidente del BCE, existen fuertes presiones para que el puesto sea ocupado por el actual presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, un halcón que, sin duda, pondría fin a las políticas expansivas y el rigor monetario con tipos más altos con preocupantes consecuencias para los países más endeudados. “Hay que recordar”, precisa Urtasun, “que el presidente del Bundesbank ha llevado a los tribunales la política de expansión cuantitativa de Draghi. Alemania se ha preparado muy bien para la jugada. Ha permitido que dos políticos de sur, Mário Centeno, ministro de Hacienda de Portugal y Luis de Guindos, exministro de Economía de España, ocupen dos puestos importantes como la presidencia del Eurogrupo y la vicepresidencia del BCE. Parece como si se hubiera cargado de razones para colocar a Weidmann en el BCE”.

[Este artículo ha sido publicado en el número 57 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

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