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Carlos, llámanos a la vuelta

Álvarez-Nóvoa

Amalia Bulnes

El éxito le llegó con la ceniza lamiéndole ya los cabellos, esos mismos que le otorgaban el perfil egregio de un Zeus expulsado del Olimpo; un Quijote dirigiéndose hacia el horizonte hostil y despiadado que se extendía ante sus ojos.... O simplemente, el aspecto de cualquier vecino, un vecino de torpe aliño indumentario que espera a la muerte con la inocencia intacta del niño que fue.... Y que, cómo son las cosas, le valió su primer y único Premio Goya por 'Solas'. El éxito -en su acepción menos real pero más extendida- es caprichoso, pero para el actor Carlos Álvarez fue, además, casi anecdótico. Sencillamente convirtió en una cara conocida, con sus barbas blancas de genio loco, de abuelo en los Alpes, a un hombre que llegaba ya a la vida pública laureado tras una vida de múltiples, singularísimos y casi heroicos perfiles.

Si su muerte -repentina, un golpe seco, la peor noticia de un vulgarísimo miércoles que no debía haber pasado a la historia de nadie- conmocionó ayer a tantos los que lo queríamos es porque Carlos Álvarez había sido la encarnación del éxito vital y profesional -en su acepción más real, pero menos extendida-. Si eras periodista, podías conversar con él sobre sus años de redactor jefe en la revista musical Mundo Joven -donde entrevistó a un prófugo Serrat perseguido por un franquismo agotado, sin poder darle ya alcance a la libertad-; si te interesaba la literatura, Carlos sabía contestar a los que fuimos sus pupilos las dudas, lagunas y otros intereses sobre Shakespeare, Valle-Inclán (fue Cum Laude con su tesis sobre 'Luces de bohemia'), Lope.... Lo recuerdo como un gran conversador, de una amabilidad casi genética, como inoculada, sin forzar un ápice las formas ni la sonrisa. Lo recuerdo también deshaciéndose en elogios hacia una Laia Marull jovencísima y un no menos emergente cineasta Alberto Moráis en la presentación de 'Las olas' en el Festival de Cine de Sevilla. Porque, como buen maestro, fue muy generoso, se gustaba participando en primeros proyectos -no olvidemos que, a pesar de su calidad, 'Solas' fue también una primera película, ópera prima de un desconocido Benito Zambrano-; apoyando a jóvenes actores, participando en cualquier locura imposible detrás de la cual estuviera el nombre de un amigo.

Quizás es eso lo que resume mejor su paso por la vida: le faltaron premios, le sobraron amigos. Todos le queríamos: periodistas, actores, programadores y otras subespecies de la vida cultural. Y el público, cuando lo encontró, también se enamoró de un actor creíble -no se puede decir más-, tan humano, tan verosímil que podía ser el rey Lear, Max Estrella, Juan Ramón Jiménez (uno de sus últimos trabajos) o el vecino de una frágil chica de barrio. Podía ser astur y andaluz. De él eran la Sevilla de Machado, el corral de Comedias de Lope y las viejas aulas del Instituto Andaluz del Teatro, donde formó a actores en el dificilísimo arte de enseñar primero la vida y la nobleza de los hombres buenos. Como trabajaba todo lo que aguantan las tarimas de los viejos teatros en media España, era difícil pillarlo. “Te llamo a la vuelta, cuando esté en Sevilla”, respondía casi como un mantra, entre ensayo y ensayo, ante cualquier reclamo de la prensa (que eran muchos, creánme). Y, lo más sorprendente, su mejor regalo, la grandeza de un hombre sencillo.... Siempre lo hacía.

Pues eso, Carlos, que nos llames a la vuelta. Te fuiste de gira otra vez.

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