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“Titiriteros, abiertamente y con gusto”

Enrique Lanz y Yanibel Martínez

Miguel A. Ortega Lucas

“De aldea en aldea, / el viento lo lleva / siguiendo el sendero. / Su patria es el mundo. / Como un vagabundo / va el titiritero…”. Joan Manuel Serrat –otro juglar del camino– saludaba en su vieja canción la figura de esos nómadas repentinos que durante tanto tiempo llegaron a las plazas de los pueblos, a las tardes y las noches de la miseria, a ofrecer una limosna de belleza a cambio de lo poco que hubiera; de cualquier cosa. Siguieron caminando, también, sobre el polvo de esa España arrasada que sepultó, como tantas otras cosas, el trabajo del artista Hermenegildo Lanz (Granada, 1893-1949): el creador luminoso impulsor, en otras muchas cosas, de La Barraca de Lorca, otro sueño nómada de antes de la guerra. La dictadura silenció a Lanz (y lo acabó matando silenciosamente, con 55 años), pero su legado sigue vivo, hoy, reflejado en gran parte en la compañía Títeres Etéctera, con la que su nieto Enrique Lanz y la cubana Yanisbel Victoria Martínez siguen llevando el misterio y la belleza, no a las plazas de los pueblos, sino a los teatros de medio mundo.

Fundada en la misma Granada en 1981, la impresionante labor de Etcétera fue reconocida, a finales de 2014, con el Premio Nacional de Artes Escénicas para la Infancia y la Juventud; una categoría aparte del Nacional de Teatro creada en 2009, a pesar de que –sostiene Yanisbel– las obras de títeres “podrían encajar en cualquier ámbito”, como vienen demostrando ellos mismos. Sólo los propios sentidos del espectador –con la mirada del niño en la vieja plaza– pueden descubrir de qué habla esta disciplina artística que Etcétera intenta (y consigue) transmitir con el idioma de las emociones más hondas, siguiendo el linaje de aquel vagabundo que cantaba “tus sueños y tus miserias”.

Enrique, el legado de su abuelo, Hermenegildo Lanz, quedó virtualmente barrido tras la guerra civil. Me gustaría que me contara cómo pudo influirle, si se considera heredero o deudor de su obra.

E. Lanz: Sin duda lo que preferiría resaltar de la figura de mi abuelo es su defensa de los valores éticos; su afán de trabajar por el bien común. Era alguien que luchaba para defender una plaza, la memoria de un escritor, o la formación de los obreros más humildes. Y me fascinaba de pequeño saber que gran parte de las cosas que me rodeaban en casa las había hecho él. Preguntaba ¿quién hizo este mueble?: “Tu abuelo”. ¿quién hizo este mueble?¿Y esas rejas, y el grabado, y los juguetes, y las herramientas, y la escalera?¿Y esas rejas, y el grabado, y los juguetes,: “Tu abuelo”. Es alguien que hizo de todo, desde un mantón para su mujer hasta el diseño de su propia casa. Comprender que alguien con sus propias manos podía crear y fabricar cosas maravillosas y útiles me resultaba emocionante. Y esa idea desde luego tiene mucho que ver con todo lo que yo he pretendido ser y hacer. Yo no conocí a mi abuelo; murió quince años antes de mi nacimiento. Pero por supuesto que su ejemplo me ha permeado, y en ese sentido soy heredero y deudor.

El teatro de títeres es de las manifestaciones artísticas más antiguas de la Tierra. ¿Qué es lo que buscan ustedes en este oficio?

Yanisbel V. M.: En mi caso, crecí muy cerca de un teatro de títeres. Cuando comencé a estudiar en el Instituto Superior de Arte de La Habana, el títere llegó de forma natural. Sentía que con él podía crear universos más ricos que con los actores, inventarme un mundo a mi antojo. Enseguida entendí que era mucho más difícil de lo que parecía, y que para hacerlo medianamente bien había que dedicarse a él por completo. En este oficio yo busco comunicarme a través de emociones únicas. Mi deseo es que el espectador necesite el teatro como un trozo de pan, el aire o un abrazo; que perciba esa sensación cercana al enamoramiento, cuando experimentamos una felicidad casi misteriosa.

Hace unos años cundió en determinados sectores españoles el llamar titiriteros a quienes salieran a la calle a reivindicar cualquier cosa, como un insulto. ¿Creen que es una prueba, quizás, del desprecio hacia la cultura que hay aquí? Cuando explican a qué se dedican, ¿cuál es la reacción de la gente?titiriteros

E. L.: Creo que eso respondió a un intento por degradar a los actores hasta el estrato más bajo de su oficio, que, para estas personas ignorantes, es el titiritero. Porque el colectivo del teatro fue bastante reivindicativo y su voz se oía más que la de otros sectores. Lo que denota es que en este país hay aún mucho trabajo de alfabetización por hacer. En muchos sentidos. Aunque estos personajes a los que te refieres difícilmente tengan arreglo. Como en otros temas, lo mejor es empezar por la educación. En nuestro gremio hay quien prefiere esquivar la palabra titiritero haciéndose llamar por ejemplo “artista visual”titiritero. Yo manifiesto abiertamente y con gusto que soy titiritero. Gran parte de mi trabajo y esfuerzo ha ido encaminado a mostrar al público que el teatro de títeres puede salir de sus guetos reductores y estar presente en cualquier tipo de escenario, en producciones de música, ópera…

Y. V. M.: A veces decirlo es casi una provocación, un ejercicio para encontrar expresiones de asombro y hasta de repulsa muy notorias. Hay un artículo de Elvira Lindo que se llama así, Titiriteros, en el que nos menciona. Pero esta consideración de que nuestro oficio es lo más bajo no es nueva. En el siglo XIII, Alfonso X el Sabio jerarquizó los “oficios histriónicos”, y en la categoría más baja estaban los cazurros, que eran los que exhibían animales amaestrados, y títeres. Pero yo invito, a quien use el término titiritero como insulto, a coger un títere, por ejemplo uno de guante (que la gente cree que son muy fáciles); que lo sostenga cinco, diez minutos, y después hablamos. Estoy segura de que muchos cambiarían de idea si tomaran conciencia del esfuerzo que es animarlo. Pero ya sabemos que la ignorancia es muy osada, ¿no?

Sin embargo, pareciera que al poder le interesan precisamente los ciudadanos títeres: ¿Quieren que seamos sus títeres, y ellos –irónicamente– los titiriteros?

E. L. : Y sin embargo no saben que ni con un títere puedes hacer lo que quieras. El títere también se expresa con cierta autonomía. Muchas veces es el títere el que te ofrece las posibilidades por las que tú puedes transitar a lo largo de un espectáculo. Los titiriteros lo sabemos muy bien.

¿Qué opinión les merece el tratamiento de los gobiernos hacia las artes escénicas y la cultura en general? Por su experiencia internacional seguro que tienen elementos para comparar. Yanisbel es cubana, sin ir más lejos.

Y. V. M.: Es un gran tema. En todas las épocas han estado los títeres en tensión con el poder, sea religioso o político. Desde la Edad Media, cuando fuimos echados de los templos, o en la Revolución Cultural china. Aquí en España es curioso que, según los investigadores, fue en el franquismo cuando la palabra títere volvió a emplearse con fuerza, y de hecho la actividad titiritera aumentó en la posguerra, creándose grupos para adoctrinar a los jóvenes por numerosas provincias. En Cuba, a finales de los años 60 y comienzos de los 70, durante el llamado Quinquenio Gris, los titiriteros y muchos artistas e intelectuales sufrieron una gran censura que dejó a nuestro teatro totalmente huérfano y enfermo. Afortunadamente la historia ha sabido reparar este daño.

E. L.: Las artes escénicas y el poder son los dos extremos de una cuerda que debe mantenerse en su justa tensión. Sin embargo esto no sucede siempre. Hay oasis donde el poder hace bandera de la cultura, como en Francia; otros donde ni siquiera hay ministerio de Cultura, como en Suiza; otros donde el hecho escénico es el caldo en la vida de la gente, aunque ni se apoye ni se ataque… Pero en ningún caso es algo indiferente.

¿Qué les dirían a los jóvenes que se planteen una carrera artística pero que piensen, a la postre, que mejor buscarse “un curro que les dé currode comer”?

E. L.: Si piensan eso desde luego le diríamos que se dedicaran a otra cosa. No sólo en el arte, sino en cualquier actividad humana, hace falta pasión, convencimiento; por tanto quien no lo tenga de forma casi ciega es mejor que no lo haga y siga buscando una actividad profesional que le haga sentir más necesario.

Y. V. M.: Les diría que si realmente les apasiona, les va la vida en ello, que no flaqueen, aunque la familia y la sociedad les inciten a optar por caminos “más seguros”. Hacer una obra artística es algo que por lo general responde a una necesidad muy visceral, un compromiso con tu condición de ser y estar en este mundo; no lo puedes evitar porque es un impulso primigenio, como el hambre, el amor o la sed… Hacer una carrera profesional es otra cosa, y eso nunca ha sido algo fácil para la mayor parte de los artistas. Por la cercanía citaría a Manuel de Falla: su obra conoció un enorme éxito en vida de él, sus piezas fueron editadas e interpretadas en el mundo entero, y sin embargo cuando uno lee su correspondencia salta a la vista que las necesidades económicas, suyas y de muchos colaboradores, eran constantes. Él no flaqueó, a pesar de las penurias, de las varias guerras que le tocó vivir, de las enfermedades que padeció, del exilio… Hoy, cien años después, escuchamos su Amor Brujo, o alguna otra de sus obras, y nos emociona hondamente.

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