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Jonathan Pass: “Todavía es demasiado pronto para hablar del fin de la hegemonía americana”

Jonathan Pass

Consuelo Durán

Jonathan Pass, doctor en Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales y profesor en la Universidad Pablo de Olavide (UPO), acaba de publicar 'La hegemonía americana en el siglo XXI: una nueva perspectiva neo-neogramsciana’. Inspirándose en las ideas de Antonio Gramsci, entre otros autores, presenta una teoría de la hegemonía mundial sofisticada y con raíces en el realismo crítico. Con un enfoque neo-neogramciano (NNG), aborda las dinámicas del orden mundial contemporáneo con una perspectiva que ha convencido a una de las editoriales más prestigiosas del mundo, Routledge.

Para empezar, quizás sea útil definir hegemonía.

Se suele entender como un sinónimo de dominio o preponderancia. Para los griegos clásicos, el término se entendía como dirigir o liderar. Esta última interpretación entró en el discurso moderno a través de los socialdemócratas rusos del XIX, pero aplicado a las relaciones entre las clases sociales. Para muchos izquierdistas y liberales progresistas contemporáneos, la hegemonía es un fenómeno cultural/intersubjetivo, sinónimo de liderazgo intelectual y moral. Esta perspectiva también se le atribuye a Antonio Gramsci, expuesta en su celebrado 'Cuadernos de la cárcel'. Indudablemente, lo que lo diferencia es que él destaca la importancia del consenso, pero una lectura más profunda revela que consideró que en la hegemonía la coerción siempre ésta presente.

Se ha teorizado mucho sobre la hegemonía americana, ¿qué aporta su libro en este sentido? ¿por qué es NNG?

Los neogramscianos han aportado muchas contribuciones importantes al campo, entre ellas ofreciendo un análisis sofisticado de cómo las capacidades, las ideas y las instituciones se interrelacionaron. No obstante, según su tesis transnacionalista hace mucho tiempo que no ya vivimos bajo la hegemonía americana, ni de ningún país. En el libro no comparto esta perspectiva. Todavía es demasiado pronto para hablar del fin de la hegemonía americana y existen ciertas incongruencias y omisiones en el análisis de los neogramscianos. En gran medida coinciden con los liberales y los constructivistas al definir la hegemonía en términos ideológicos, culturales, y consensuales e ignoran la importancia de la coerción. Cualquiera estudio sobre la relación de EEUU con Europa, Japón y los otros aliados durante los últimos 70 años, demuestra que nunca ha sido una relación basada puramente en el consenso: la coerción siempre ha estado latente.

¿Cuáles son las responsabilidades de una potencia hegemónica mundial?

Contando con la preeminencia económica, la obligación principal es dirigir el sistema capitalista hacia un nuevo régimen de acumulación estable y expansivo. Tiene que abrir su mercado doméstico hacia el exterior. Otras dos responsabilidades son implícitas: establecer instituciones internacionales para reestructurar las formas de otros Estados para que sean compatibles con su modelo y utilizar su supremacía militar para poner orden y proteger los intereses de la clase capitalista. De esta manera EEUU ha gozado del liderazgo sobre el mundo occidental durante más de 70 años. Tal y como he comentado, la coerción siempre está presente.

Usted está convencido de que la crisis de la hegemonía de EEUU empezó mucho antes de Donald Trump, ¿cuándo la situaría?

La hegemonía no es un estado, sino un proceso, una relación de poder muy dinámica que depende de la interacción de multitud de fuerzas. Se cuestionó por primera vez al principio de los 70, cuando el sistema capitalista entró en crisis. Con el colapso del sistema de Bretton Woods el liderazgo americano estaba en un estado crítico. Gracias a la exportación del neoliberalismo, la financialización, financialización y la revolución conservadora (que incluía el lanzamiento de la llamada Segunda Guerra Fría por parte de Ronald Reagan), EEUU volvió a recuperar el liderazgo. Durante los años de Bill Clinton esa hegemonía vivió su última edad de oro. Las grandes contradicciones del neoliberalismo y la financialización ditto resultarían insostenibles provocando inevitablemente la creación de burbujas especulativas. Desde entonces todos los presidentes -tanto George Bush hijo, como Barack Obama y Donald Trump- han recurrido a varias estrategias, tantas económicas, políticas como militares, para reafirmar la hegemonía americana. Cada vez le cuesta a Washington liderar y llevar a cabo las responsabilidades hegemónicas ya citadas. El agotamiento del régimen de acumulación queda en evidencia con la explosión de la burbuja especulativa inmobiliaria.

Hasta qué punto el ascenso del propio Donald Trump es fruto precisamente de esa crisis?

Cuando el sistema capitalista entra en crisis, suelen ser los de abajo, la clase obrera y la clase media baja, los que terminan pagando. No extraña que busquen soluciones fuera del mainstream. Dada la debilidad de la izquierda, son los populismos de derecha, como Donald Trump, UKIP, Vox etcétera, los que terminan captando muchos seguidores.

El primer aviso de esta política proteccionista de EEUU llegó precisamente por España, con la aceituna negra, y ha seguido por China y el resto de Europa. ¿Es una muestra de debilidad?

Siempre han existido tensiones comerciales entre los países capitalistas. Históricamente, cuando la economía americana está fuerte y asegurada -como durante las administraciones de George Bush padre y Bill Clinton- Washington defiende el multilateralismo. Cuando está más débil -como con las presidencias de George Bush hijo y ahora bajo Donald Trump- suele criticar a la comunidad internacional y recurrir a soluciones unilaterales.

En cualquier caso, el declive de EEUU como potencia es bastante relativo, ¿no?

Sí, los cambios estructurales suceden gradualmente. Pese a que las contradicciones del régimen neoliberal/financializado lanzado por EEUU fueron en gran parte responsables de la crisis de 2008, la ironía es que inmediatamente después todos los inversores huyeron hacia el dólar. Está claro que se han producido muchos cambios en el sistema financiero desde entonces, pero hasta que China lleve a cabo la plena internacionalización del renminbi y se liberalice la cuenta capital es “la cuenta de capital es” probable que EEUU siga disfrutando de esta posición privilegiada. Pero, además, independientemente de quién ocupe la Casa Blanca, la hegemonía cultural de EEUU goza de buena salud. Por último, obviamente, no se puede pasar por alto la importancia de su fuerza militar, que supera con creces la de su rival más cercano, China.

¿Hasta qué punto China es una amenaza para la hegemonía de EEUU?

Desde hace 40 años China lleva experimentando lo que Gramsci tachó como una revolución pasiva: una transformación socioeconómica dirigida desde arriba. Beijing sabe la importancia de mantener buenas relaciones con Washington, sobre todo porque su modelo económico de desarrollo tradicional -basado en la exportación de manufacturas baratas e intensivas en mano de obra- ha dependido del acceso a los mercados de los países más desarrollados, un sistema garantizado por la hegemonía americana. Este modelo a su vez ha servido a la misma. La crisis de 2008, junto con las grandes desigualdades sociales y regionales creadas a nivel doméstico, puso en evidencia la insostenibilidad de este modelo. Desde entonces, la cúpula del Partido Comunista de China ha puesto en marcha medidas para aumentar la demanda interna, facilitar la expansión global de sus empresas, tanto estatales como privadas, liberalizar su economía e internacionalizar el uso del yuan.

¿Hay capacidad para la convivencia entre dos potencias sin que se produzcan choques?

Existen muchos puntos de conflicto geopolítico, pero tal vez el más crítico se encuentre en el Sudeste Asiático, donde la creciente presencia económica, política y militar de China y sus reivindicaciones territoriales y marítimas no solamente les inquietan a sus vecinos, sino que chocan con EEUU. Desde 2009 Washington ha priorizado el reforzamiento de las relaciones diplomáticas con los países de la región con el fin de contener a China. Históricamente, las transiciones hegemónicas son largas, complejas y bélicas. Dependerá mucho de cómo se desarrollen las grandes contradicciones dentro de China y en concreto la dinámica de su revolución pasiva.

¿Qué quiere decir?

La hegemonía mundial depende en gran medida de “en gran medida de” la internacionalización de las fuerzas sociales internas. El creciente autoritarismo de Beijing, llegando a nuevos niveles bajo el mandado de Xi Jinping, es una indicación que la paz social no está asegurada. El gran desafío es cómo reconciliar un régimen nominalmente comunista con la realidad socioeconómica: un país capitalista salvaje con unos niveles de desigualdades desorbitados. Pese a que la clase obrera china está lejos de constituir como un actor consciente, coherente y estratégico, se ha visto un número creciente de huelgas desde 2010, mientras la clase media también se ha movilizado, por ejemplo, ¿Falta una coma aquí? por los problemas medioambientes. Incluso entre las élites políticas y económicas existen grandes tensiones sobre cómo abrir el país, cómo proyectar el poder chino y qué modelo económico dominante se debe adoptar.

¿Qué cambiaría para el mundo una hegemonía de China?

Un país hegemónico trata de rehacer el mundo en su propia imagen: es evidente que 'Pax China', si algún día se produce, tendría unas características muy diferentes a las de 'Pax Americana'.

¿Qué papel le queda a Rusia?

Tras años de 'terapia de choque' neoliberal desastrosa, recomendada por EEUU, las relaciones rusas-estadounidenses empezaron a empeorar con la llegada al poder de Vladímir Putin en 2000. La prioridad geopolítica del Kremlin pasó a ser garantizar la seguridad regional ante una ampliación continua de la OTAN hacia el este. Huelga decir que para nada pretendo defender el régimen de Vladimir Putin, pero uno se puede plantear, por ejemplo, cómo reaccionaría EEUU si Rusia o China decidieran establecer bases militares en Canadá, México o Cuba. Como en el caso de Venezuela, llama la atención el marcado sesgo político de los medios de comunicación corporativos occidentales hacia Rusia, casi todos de manera uniforme, sin cuestionar, la división simplista entre los países buenos (los que gustan a Washington) y los malos (los que no).

Por cierto, Venezuela se ha alzado los últimos como una fuerza antihegemónica, ¿por eso ha terminado de esta manera la política en dicho país?

Venezuela sufre lo que se llama el síndrome mal holandés: la dependencia absoluta de una sola exportación. Uno de los fallos más grande del gobierno de Hugo Chávez fue que no consiguió diversificar la economía. Para echar más leña, en los últimos años EEUU ha estado presionado a su estado cliente, Arabia Saudita, a que aumentara la producción con el fin expreso de debilitar a las económicas de sus bestias negras (Venezuela, Rusia e Irán). Las duras sanciones económicas que Washington acaba de imponer a Caracas obviamente tienen como objetivo un cambio de régimen.

¿Y por qué?

EEUU siempre se ha reservado el derecho de intervenir en la política interna de los países del continente y siempre con el apoyo de las élites indígenas. Que Venezuela es el país del mundo con mayores reservas del petróleo no es un dato irrelevante, por supuesto. Está claro que, igual que les ha pasado en China, Rusia, Irán, Corea del Norte o Turquía, Caracas está en el punto de mira de los medios de comunicación occidentales porque ha caído en desgracia por no adherirse a la ortodoxia neoliberal.

¿Qué piensa de las relaciones de la UE con la hegemonía americana?

Por ahora, sigue bajo la hegemonía americana. Pero desde la crisis de 2008, el auge de China, y las declaraciones y acciones erráticas y unilaterales de Trump, existe cierta especulación en cuanto al futuro de las relaciones transatlánticas. De todas formas, sufre los mismos graves problemas que EEUU: la desigualdad, el desempleo, la deuda, el empeoramiento de los servicios públicos, la inseguridad ciudadana, el racismo y la xenofobia, el auge de la ultraderecha...

Y el Brexit no ayuda...

De hecho, no se puede comprender el Brexit fuera de ese contexto. Como residente en España desde hace tiempo, evidentemente estoy en contra del Brexit, pero no por razones puramente personales. Sabemos todos que la UE está lejos de ser perfecto, pero en conjunto creo que el proyecto de integración ha sido beneficioso. Si las fuerzas conservadoras detrás de la campaña del Brexit se salen con la suya, temo por la estabilidad social de Reino Unido.

Dada la inspiración de su libro, es inevitable preguntarle por Podemos, que tiene en Antonio Gramsci su padre espiritual. ¿Qué le está pasando?

No me considero ningún experto en la política española y menos de un partido en particular. Por lo que tengo entendido, entre la cúpula de Podemos hay una tendencia de conceptualizar la hegemonía en términos principalmente culturales. Que se puede conseguir la emancipación social a través de una transformación de la conciencia colectiva. Gramsci tacharía esta estrategia de ingenua. Por otra parte, es un indicio de cuánto hemos girado hacia la derecha que el modelo económico keynesiano propuesto por Podemos se considere tan revolucionario ahora. Como cualquier partido de izquierda dentro del sistema capitalista, Podemos se enfrenta al problema estructural de siempre: mientras más se institucionalice dentro del parlamentarismo liberal y más cerca al ejercicio de poder se encuentre, más tiene que servir los intereses de capital y más estrecha la gama de opciones políticas reales.

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