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Mafalda, niña 50 años después

Mafalda, en el salón de casa / N.C.

Néstor Cenizo

“Los niños representan a través del registro de la comedia lo que les sucede a los mayores en el de la tragedia”. Esta es una cita de Tomás Eloy Martínez y con ella se abre la exposición que La Térmica de Málaga dedica a Mafalda, niña en la tragedia de la dictadura argentina. Quino (Joaquín Lavado Tejón, 1932) la dibujó por primera vez hace 50 años, pero Mafalda sigue siendo la niña que con sus preguntas  demuestra que cargamos con la tragedia. En el libro de agradecimientos, atiborrado de muestras de solidaridad con los dibujantes de Charlie Hebdo, alguien escribió que lo mejor de Mafalda es que nunca creció. Digamos, entonces, que el calendario se equivoca  y que Mafalda sigue teniendo seis años. Martínez, periodista y escritor argentino exiliado por las amenazas de la Triple A, sabía de lo que hablaba. Su mensaje vale tanto hoy como valía ayer. Con risas se dice mejor.

La muestra (hasta el 15 de febrero), coordinada con la Alianza Francesa y con el gran festival europeo de la historieta, el de Angulema, es un recorrido por los espacios de la casa de Mafalda con parada en la escuela. El colegio es en el universo de Quino escenario de preguntas, más que contenedor de respuestas.

Mafalda es inquieta y con su cuestionamiento de una realidad hostil e injusta, se convierte en la mala conciencia de un mundo de adultos con el peor de los males: la resignación. Las preguntas no son impertinentes porque cuestionan lo que los adultos se acostumbraron a ver. Los facsímiles de las 120 tiras que aquí se muestran llaman a la sonrisa, pero también a removerse de la incomodidad.

El recorrido comienza con una presentación de los personajes infantiles, el motor de las tiras de Quino. Mafalda, su hermano Guille, Felipe, Susana, Miguelito, Manolito y Libertad, cada uno con sus filias y sus fobias, son los lúcidos, los perspicaces, los que intuyen lo que esconde la pasividad de sus mayores.

Hechas las presentaciones, al visitante se le hace pasar al salón de la casa, dominado por un globo terráqueo, verdadero objeto de preocupación de Mafalda, que lo mira desde el sillón. Pocas frases resumen mejor la rebeldía de Mafalda (la rebeldía, en general) que esta: “¡Bajen el mundo, que me quiero bajar!”.

En la cocina hay sopa, mal que pese. “El odio de Mafalda hacia la sopa es una alegoría. La sopa es algo que por obligación tiene uno que engullir cada día en contra de su propia voluntad, de la misma forma que sufrimos la opresión. Los argentinos entendían muy bien ese tipo de alusiones”, explica Quino en uno de los textos que acompañan la exposición.

Y luego, el cuarto de estar, con la tele que lo preside. Al principio, la ilusión; después, la decepción. Sentada frente al televisor apagado, Mafalda responde: “Es que me gustaría permitirme el lujo de poder pensar mientras me siento a verla”.

Quino, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación el año pasado, dejó de dibujar Mafalda en 1974. La explicación sigue vigente, y tiene que ver con la censura, el fanatismo, la tinta y las balas: “Durante el gobierno de Juan Perón, las redacciones de Buenos Aires me informaban: nada de militares, nada de religión, nada amoral como por ejemplo el adulterio (…) Los dibujantes argentinos nunca sabían si sus ilustraciones se publicarían (...) Las tensiones aumentaron hasta volverse realmente insoportable con la aparición de las guerrillas y con los emergentes movimientos de liberación”.

Los asesinos de un policía muerto durante un atraco dejaron junto al cuerpo una tira de Mafalda sobre el ajedrez, arrogándose el papel de las piezas negras. “Me fui de Argentina en 1976 porque muchos de nuestros amigos habían desaparecido o estaban muertos. En cuanto a mí, dejé de dibujar Mafalda en 1973 porque el nivel de violencia era ya tal que me quedaban dos opciones: o bien traicionaba al personaje al no seguir evocando sus ideas o arriesgaba tanto que la situación ya se hacía insoportable”.

Dicen en La Térmica que no recuerdan un éxito así en sus muestras y que cuatro libros de agradecimientos y dedicatorias son la prueba. Las tiras de Quino valen aquí y ahora.  Esa cría locuaz será porteña, pero también ciudadana intemporal del mundo. “Gracias por enseñarnos a pensar”, la loa alguien. A los 50 años Mafalda sigue hecha una niña.

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