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La historia de Osman, o un caso que logró abrir la puerta de la burocracia española

Osman, junto a su familia en su visita a Jerez.

Francisco J. Jiménez

Osman Ahmad, un niño afgano de siete años, se hizo famoso el pasado mes de abril por la odisea que tuvo que vivir junto a su familia para llegar a España y escapar primero del infierno talibán en su país y, posteriormente, de las condiciones inhumanas que vivió en el campamento de refugiados de Idomeni (Grecia).

Gracias a la colaboración de la ONG Bomberos en Acción y a la de médicos y voluntarios consiguió sobrevivir a una situación límite provocada por su parálisis cerebral y después logró el apoyo institucional para llegar al Centro de Acogida de Refugiados (CAR) de la localidad valenciana de Mislata.

El 11 de mayo estará grabado para siempre en la memoria de la familia. Ata, el padre, Palwasha, la madre, y los hermanos de Osman, Monir y Jamil, han iniciado una nueva vida lejos de las amenazas de los talibanes, que no consentían que Atta alquilara un local a un colegio mixto porque la educación de las niñas no está permitida dentro de los preceptos de la Sharia. Esa ley islámica provocó que la familia tuviera que romper con todo para buscar en Europa la paz que se les negaba en su propio país.

Fueron más de 5.000 kilómetros en las condiciones más atroces hasta llegar a Grecia, en la frontera con Macedonia. El campamento de Idomeni era el primer paso hacia la esperanza, pero a la vez era una trampa mortal para un niño con parálisis cerebral, incapaz de comer comida sólida y expuesto a las inclemencias del tiempo en tiendas de campaña que no aislaban del barro ni de la humedad. Llegó un momento en el que Osman pesaba ocho kilos y que estaba al borde de la muerte, pero la ayuda de Bomberos en Acción obró una suerte de milagro. Consiguieron reunir 150.000 firmas y activaron el mecanismo burocrático para lograr que la familia llegara a España.

“No quiero vivir de la caridad”

En estos siete meses Osman había quedado en el olvido para la opinión pública. Un caso más de un refugiado que encuentra una salida a la tragedia, pero hace unas semanas se le volvió a ver en Jerez de la Frontera, donde fue llevado por sus padres para la entrega de premios de la Asociación Unión de Parálisis Cerebral (Upacesur) a usuarios, personalidades, organizaciones y empresas que han destacado por su colaboración con este colectivo.

Fue el reencuentro con Juanma y Ernesto, dos bomberos que ayudaron a la familia a llegar a España y con los que hay una complicidad inmensa. El agradecimiento eterno de los Mohammad se complementa con el cariño de unos profesionales que no pueden desconectar del rumbo que ha tomado la vida de Osman. “Yo le tengo que dar las gracias a los bomberos y quiero que mis hijos sean bomberos. Ahora somos muy felices en España y queremos quedarnos aquí para siempre. Ahora Osman está mucho mejor y sólo pido que me den trabajo. No quiero una casa, sólo trabajar y agradecer a la gente lo que está haciendo por nosotros. No quiero vivir de la caridad”, explica Ata, el padre.

Juan Manuel Flores, uno de los bomberos que permitió la salida de Osman del infierno griego, se quita importancia: “El mérito es de voluntarios, odontólogos, logopedas... La imagen de los bomberos es lo que prima, pero el mérito fue de todos. Cuando le dio la crisis epiléptica empezamos a movernos en las redes sociales. Nosotros no éramos conscientes de la que se estaba liando en España hasta que una periodista hizo un reportaje y ya se disparó. No teníamos ayuda de nadie y de repente conseguimos entre todos que Osman y su familia llegaran a España. Con toda seguridad habría muerto en el campo. Pesaba ocho kilos, convulsionaba día sí y no. Ahora pesa 12 kilos y todo ha cambiado”.

Pero esta historia no tendría tanto sentido si no sirviera para sensibilizar a las administraciones, la únicas que pueden abrir las fronteras. Javier, un médico que acudió a Idomeni como voluntario, tiene claro dónde está el problema: “España es de los países más solidarios, pero sólo a nivel ciudadano, hay que matizarlo. Idomeni está lleno de voluntarios españoles, sobre todo catalanes, y somos los que más donaciones de órganos hacemos, por ejemplo. Pero a nivel institucional es algo diferente”.

Los que han vivido la crudeza del campo de refugiados denuncian. Marina Ojedo, una voluntaria de Jerez, afirma que “allí, en Idomeni, estaba viviendo una realidad y cuando hablaba con mis padres o amigos por teléfono veía que estaba todo distorsionado. Un día no pasaba nada y en España decían que estaba todo ardiendo. Sin embargo, el desalojo y el estado de sitio de Idomeni se silenció. No fue una evacuación violenta, pero arrasaron a los voluntarios para que no hubiera testigos”.

“¿Qué pasa con la burocracia española?”

Javier y Marina, además, elevan la voz para quejarse de las trabas burocráticas que se encuentran para ayudar a otros muchos menores y adultos que necesitan ayuda de un modo desesperado. “Hemos hecho todos los pasos que nos han pedido para traer algún refugiado a España de los que conocimos en Idomeni. Llevamos cinco meses esperando y no hemos podido mover ni una persona. Sin embargo, si el informe lo hacen voluntarios de Alemania o Suiza, en 48 horas están fuera. Hablamos de personas muy vulnerables desde el punto de vista médico, pero no sabemos qué pasa con la burocracia española. Únicamente se trata de tramitar un salvoconducto o un visado por cuestiones humanitarias”.

La familia de Osman ya está viviendo en España, lejos de los problemas y de la cruda realidad, pero la vinculación no cesa. Juan Manuel Flores admite que “por mucho que vayas preparado para mantenerte al margen de todo, al final generas una empatía por cercanía o proximidad física. El padre de Osman curraba con nosotros picando, poniendo toldos o cosiendo las tiendas de campaña. El roce hace el cariño y aunque quieras coger perspectiva, caes. Lo malo es que es imposible ayudar a todos y eso te afecta, pero no podíamos venirnos abajo porque ellos estaban peor”.

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