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Susana Díaz aprovecha el declive de Ciudadanos para minar su alianza con PP y Vox en el Gobierno de Andalucía

Marín agradece a Vox la retirada de la enmienda a los presupuestos de 2019, ante el presidente Juan Manuel Moreno.

Daniel Cela

El Gobierno andaluz está “encapsulado”, pero los resultados del 10N han abierto filtraciones por todas partes. La convivencia entre PP, Ciudadanos y Vox está comprometida porque el socio externo de extrema derecha esgrime ahora una robustez superior a la de sus aliados en el Palacio de San Telmo. El partido de Santiago Abascal es más fuerte en Andalucía que en cualquier otra región de España. Tenía un 0,2% del escrutinio hace tres años y ahora arrastra al 20,39% del electorado. Su victoria puede subir la factura de su apoyo al Gobierno de Juan Manuel Moreno, aunque el líder de extrema derecha ha anticipado que no aprovechará para hacerle “chantaje”. “No somos un partido chantajista como lo fue el PNV o CiU”, advirtió.

El modelo andaluz, que Pablo Casado aspiraba a exportar al resto de España, funciona gracias a dos factores principalmente: a las tres derechas les une un enemigo común, el PSOE, que llevaba 37 años ininterrumpidos gobernando Andalucía. En 11 meses de legislatura se ha emprendido un cómodo desmontaje de la estructura y el discurso socialista, incluso el logotipo institucional de la Junta de Andalucía se ha cambiado para visibilizar más “el Gobierno del cambio”. Éste es un pegamento que no pega igual de fuerte en otras comunidades donde han pactado las tres derechas, como Madrid y Murcia, porque allí el pasado que había que “cambiar” lo representaba el PP, no el PSOE.

El segundo factor es más de piel: la confianza mutua, la convivencia familiar de PP y Ciudadanos en el Palacio de San Telmo, y la distancia prudencial que mantienen con Vox como sostén externo. Los dos primeros obtuvieron una fuerza similar en las andaluzas -26 y 21 diputados- y el tercero logró una irrupción moderada (12 escaños), pero clave para sustentar al Gobierno. En este primer año de mandato, PP y Ciudadanos se han mimetizado en la Junta, algo que ha desdibujado el poder del segundo en favor del primero. Incluso el vicepresidente Juan Marín tropezó recientemente en el lapsus de llamar vicepresidente al omnipresente portavoz y consejero de Presidencia, Elías Bendodo, durante una comparecencia conjunta. “El vicepresidente eres tú”, le espetó éste. No es una simple anécdota. Los consejeros naranjas empiezan a callarse sus proyectos más emblemáticos para que Bendodo no les “reviente los titulares”, como ha ocurrido recientemente.

Este arranque de legislatura también ha servido para confirmar que el apoyo de Vox a la Junta no es gratuito, y que su “impronta” está en los dos presupuestos autonómicos que ya han pactado [2019 y 2020]. El partido de extrema derecha obsesiona al PP y a Cs. “Alguna otra pregunta de Vox”, suele quejarse el portavoz a la prensa después de cada Consejo de Gobierno. Aunque las “exigencias” de los de Abascal apenas tengan un impacto de 15 millones en las cuentas de 2020 -de un montante global de 38.500 millones- , lo cierto es que Vox logra marcar la agenda con problemas ideológicos que agitan a su electorado y, de paso, rearman a la oposición de izquierdas: el negacionismo contra la violencia de género, a la que exigen llamar violencia intrafamiliar; el apoyo económico a embarazadas para minorar los abortos; el discurso xenófobo contra los menores inmigrantes no acompañados, que asocian con la delincuencia, pese a que los datos oficiales la reducen al 0,54%; el derecho de los padres a vetar contenidos académicos de asignaturas obligatorias en las escuelas, y la introducción folklórica del estudio de la caza y los toros en el temario.

Estas propuestas han sido asumidas por PP y Ciudadanos, pero ejecutarlas y explicarlas es un peso que recae en los hombros del partido naranja, que gestiona las carteras más sociales: Igualdad, Educación, Inmigración, Justicia. El diputado andaluz de Vox Manuel Gavira ha descartado que vayan a exigir entrar en el Gobierno de Moreno ni ningún otro escenario que rompa la armonía tras el 10N. “Somos un partido responsable y leal con los acuerdos firmados”, dijo este lunes.

La estabilidad institucional

La tan aplaudida estabilidad política y económica que arrojaba la alianza de las tres derechas andaluzas está amenazada por un nuevo equilibrio de poder en el que Vox es ahora el miembro más fuerte y prometedor de la tríada, el PP se estancado y Ciudadanos se resquebraja. El paisaje después de la batalla electoral en Andalucía está cargado de incertidumbres. En el aire conviven muchas claves externas e internas, pero algunas empiezan a asomar la cabeza. La desarticulación del voto de derechas ha inyectado oxígeno al PSOE de Susana Díaz y revitalizado a su líder.

En la misma noche electoral, la ex presidenta de la Junta apeló directamente a Ciudadanos para pedirle que reconsidere su estrategia de alianzas. El pacto de Gobierno con PP y Vox ha destrozado a los naranjas, vino a decir Díaz, que considera que los andaluces les “premiaron” cuando se asoció con el PSOE en la pasada legislatura, y ha sido castigado ahora por “blanquear a la extrema derecha”. Díaz le ofrece una salida al vicepresidente de la Junta y líder regional de Ciudadanos, Juan Marín, y a la vez se ofrece una segunda oportunidad a sí misma para recuperar el poder.

El equipo de la ex presidenta aspira a una segunda vida, esgrimiendo que aún es la fuerza más votada: lo fue en las andaluzas y lo es en las generales. La verdad es que su aumento de un escaño se debe más al efecto de la Ley Electoral que al apoyo de los votantes. La vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, defiende que al PSOE le ha perjudicado que bajara la participación, “porque cuando la izquierda va masivamente a votar, los socialistas siempre salimos beneficiados”. Pero en Andalucía la participación ha bajado dos puntos (68,2%) y el efecto ha sido el contrario: los socialistas han perdido 148.000 votos respecto a abril, y sin embargo han pasado de 24 a 25 escaños.

En el epicentro del debate postelectoral andaluz está Ciudadanos. El partido de Albert Rivera está extinguido a escala nacional, su presidente y fundador ha dimitido, su peso en el Congreso es un reducto de lo que era: de 57 a 10 diputados, tres de ellos andaluces. Hasta ahora, Ciudadanos Andalucía no ha existido con autonomía orgánica propia, porque siempre ha dependido de una dirección nacional que hizo del centralismo su mayor fortaleza. Esa robustez ha desaparecido y se abre ahora un escenario en el que la ejecutiva andaluza de Ciudadanos puede volar sola, puede reordenar sus prioridades, puede elevar la voz en Madrid -de cara al futuro congreso extraordinario- y puede, incluso, reconsiderar sus alianzas con la extrema derecha y volver al centro, donde consiguió sus mejores resultados.

Éste es el análisis exprés que hace Susana Díaz la noche del 10N, ratificado este lunes por la ejecutiva del PSOE andaluz. La socialista fantasea con que la placa tectónica de las elecciones provoque un corrimiento de tierra bajo los pies de su antiguo socio y devuelva a Ciudadanos del lado de la socialdemocracia. Dicho de forma brusca: espera que se fracture el Gobierno andaluz, bien desde dentro, bien desde fuera mediante la amenaza de una moción de censura. Y que los naranjas vuelvan a pactar con el PSOE, con la connivencia necesaria de Adelante Andalucía (la coalición Podemos-IU). Esto último es un escenario precipitado y ficticio en este momento, pero hasta ayer sonaba marciano, y hoy existe como posibilidad. No significa que vaya a ocurrir, pero sí que Ciudadanos puede manejar esa opción para defenderse del exceso de presión que sufrirá ahora por parte de un Vox muy crecido.

Nuevo paisaje político andaluz

Andalucía ha votado mayoritariamente a la derecha en la cuarta cita electoral en 11 meses. El reparto de escaños en bloques está más equilibrado que hace seis meses. PSOE y Unidas Podemos suman 31 diputados juntos, mientras que PP, Ciudadanos y Vox logran los otros 30. En abril, el porcentaje del bloque de izquierdas era del 50,1% y el de derechas del 48,1%. La diferencia era de 11.759 votos. Ahora, las tres derechas aventajan a las izquierdas en más de 109.900 papeletas.

Con todo, la hipótesis de que el partido naranja reconsidere sus alianzas, como espera el PSOE, choca con dos impedimentos claros para divisar un cambio drástico en el paisaje político andaluz: el primero es que necesitaría de la connivencia de la coalición que dirige Teresa Rodríguez, y esto es dificilísimo, puesto que la líder andaluza de Podemos ve en Ciudadanos un trasunto disfrazado de la extrema derecha. “Son más peligrosos que Vox, porque no se les ve venir”, llegó a decir tras las elecciones andaluzas del 2 de diciembre.

El segundo impedimento, y no menos importante, es que una parte significativa de Ciudadanos en Andalucía está mucho más cómoda aliada con el PP y Vox de lo que lo estaba con el PSOE. Es más, en estos 11 meses de legislatura, los más duros diputados naranjas del Parlamento han dinamitado los puentes y quemado las naves que le unían al socialismo. La política de tierra quemada del ala dura de Ciudadanos ha consistido en ejercer de opositores viscerales al ex Gobierno del PSOE, al que antes apoyaban, y cargar contra sus antiguos socios con más virulencia de la que usa el propio PP. “Hemos hecho muchas cosas mal. Muchas. Y es momento de hacer autocrítica y trabajar con más fuerza que nunca para volver a recuperar la confianza de los españoles. Les hemos fallado. España necesita un partido de centro moderado y fuerte que equilibre los excesos extremistas”, escribió este lunes el diputado cordobés y senador naranja, Fran Carrillo.

Con la muerte política de su líder, Albert Rivera, estas dos almas que habitan en Ciudadanos pelearán por definir cuál será el camino a seguir en el futuro. Y de él dependerá, en parte, el futuro del Gobierno andaluz.

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