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El capitalismo conquista el espacio: la NASA empieza a explorar el turismo

El coche puesto en órbita por Tesla y Space X | Youtube

Néstor Cenizo

Escuelas de formación de astronautas, la NASA ofreciendo pasar la noche en la estación espacial internacional y dudosas misiones a Marte. Queda poco para que el turismo espacial sea una realidad, y así ha quedado reflejado en Marbella. Hay algo paradójico en que la Costa del Sol, epicentro del turismo de sol y playa, albergue un encuentro pionero sobre el turismo espacial y submarino. Durante dos días, el director de la Estación Espacial Internacional en la NASA, formadores de astronautas y personas que quieren orbitar o llegar a Marte han explicado cómo de cerca está la Humanidad de viajar al espacio por darse el gusto. La conclusión es que el turismo espacial es una realidad, y que el protagonismo de esta revolución lo han asumido algunos multimillonarios, que han cambiado las reglas del juego de las agencias espaciales.

“La estación espacial internacional está abierta al turismo”, cuenta Sam Scimemi a un auditorio que desea oír precisamente eso. Scimemi es el director de la Estación Espacial Internacional en la NASA, y su conferencia es una de las más esperadas de SUTUS 2019 (Space & Underwater Tourism Universal Summit), “el primer evento a nivel mundial sobre turismo espacial y subacuático”, organizado por la escuela internacional de alta dirección de hotel Les Roches Marbella y Medina Media Events.

Scimemi no deja lugar a la duda en un encuentro posterior exclusivo con eldiario.es/Andalucía: la NASA quiere impulsar el turismo espacial y desarrollar una “economía en la órbita baja terrestre”. El pasado 7 de junio aprobó un plan de desarrollo comercial llamado LEO (Low-Earth Orbit Economy), para dar cobertura a los usos comerciales de su módulo en la estación espacial internacional. Es decir, en poco tiempo ese espacio exterior será un lugar donde hacer negocios, entre ellos el turístico.

“Hasta ahora la estación es sobre todo un laboratorio científico, donde hacemos experimentos. Así que hay muchas oportunidades posibilidades para hacer cosas turísticas”, comenta Scimemi. Por ejemplo, sentarse en la cúpula, desde donde hay unas vistas fabulosas de la Tierra. “Caben unas tres personas, así que habrá que hacer turnos”.

De hecho, la agencia ya ofrece todo lo que tiene allí arriba. Empresas, universidades y particulares pueden comprar tiempo de un astronauta, energía, datos o “cualquier cosa que esté disponible en la ISS”. Hay incluso tabla de precios: por cada kilo de basura generado, 3.000 dólares. Por cada kilo de material que se lleve a la estación, 3.000 euros. Cada hora que se requiera de un miembro de su tripulación, 17.500 dólares. Comida, aire y provisiones: 22.500 euros por persona y día. Cada giga enviado desde el espacio, 50 euros.

35.000 euros por una noche en la estación

Cuenta Scimemi, una pieza clave en el desarrollo de este mercado, que lo siguiente será habilitar las misiones privadas a la estación. La NASA prevé realizar dos misiones al año de hasta 30 días con doce o trece astronautas privados. “Por 35.000 euros podrán pasar una noche en la estación”, resume. Además de sus actividades comerciales permitidas, podrán colaborar en tareas rutinarias y de mantenimiento.

En el coste no está incluido el billete de ida y vuelta, que debe gestionarse con un “transportista” estadounidense. Actualmente, NASA paga a Boieing 80 millones de dólares por cada asiento de un astronauta, asegura Scimemi. Blue Origin (propiedad de Jeff Bezos, dueño de Amazon), SpaceX (de Elon Musk, Tesla), Boeing y Virgin Galactic (Richard Branson, Virgin) compiten en esta carrera. La primera misión privada tendrá lugar previsiblemente antes de que termine 2020, “tan pronto como podamos certificar a Boeing y SpaceX”.

La NASA también contempla la incorporación a la estación de módulos privados diseñados para el turismo o el rodaje de piezas audiovisuales, las investigaciones privadas y un proceso de industrialización que “permita hacer cosas en el espacio y venderlas en Tierra”. A largo plazo, comprará a las empresas que operen en el espacio bienes y servicios destinados a sus investigaciones. “En el futuro no queremos ser propietarios de una estación espacial”, advierte Scimemi.

Por su parte, Bernard Foing, responsable del Grupo Internacional de Exploración Lunar la Agencia Espacial Europea, reveló que hay proyectos en marcha para alojar a los astronautas en los tubos de lava de la superficie lunar, para lo que se han hecho ensayos en cuevas alpinas. “Ahí se puede construir un hotel subterráneo”.

Una carrera de multimillonarios

Cuando hace 50 años Neil Armstrong pisó la Luna, se asumió que otro humano acabaría hollando el suelo de planetas vecinos más pronto que tarde. No fue así. La asignación limitada de fondos para la exploración espacial, una vez que Estados Unidos se apuntó el tanto propagandístico de poner a un hombre en la Luna, es un factor que explica por qué se paró esta carrera. The Economist recordaba hace unos meses que sólo 571 personas han estado en órbita desde 1969.

Ahora, el interés personal de tres símbolos del capitalismo mundial (Richard Branson, Elon Musk y Jeff Bezos) ha regado de dinero privado los planes espaciales. Para Tony Gannon, vicepresidente de la agencia Space Florida (ver aquí entrevista), esta es la clave del boom: “Sí, dependemos de empresas privadas y de algunos emprendedores”.

Sam Scimemi admite que la participación de los magnates “ha impulsado el interés” en la exploración espacial y prevé que la competencia permitirá reducir el coste a largo plazo. “Hay que tener en cuenta que el transporte es el mayor coste, así que esperamos que provean acceso a más personas”, señala.

Accidentes, basura y una legislación insuficiente

Puede que cierto impulso megalómano esté alimentando una emulación de la carrera espacial que no está exenta de riesgos. En 2014, un piloto que realizaba un vuelo experimental de Virgin Galactic falleció tras estrellarse su aeronave en el desierto de Mojave.

Además, Tony Gannon admite que no se han establecido normas suficientes respecto al uso de los recursos espaciales o el funcionamiento de futuras comunidades. “Si vienes como turista al módulo americano, se aplica la ley americana”, rebate Scimemi durante el encuentro con este medio: “Todos los socios tenemos la responsabilidad identificada, de modo que cuando firmes un contrato de transporte, todos esos acuerdos tendrán que estar incluidos”.

La basura espacial es otro problema. ¿Provocará el uso privado del espacio un incremento de la basura especial, que ya es un peligro? “Por ahora estamos concentrados en limitar la cantidad de restos, y la NASA pone unos límites muy estrictos. Por supuesto, hacemos también un trabajo para evitarlo, moviendo las naves y satélites, especialmente la estación espacial internacional”, replica Scimemi. Sin embargo, hay un riesgo cierto en que esta industria llegue al espacio sin que existan normas claras.

Negocios espaciales

El desarrollo de la industria ha atraído a curiosos, soñadores y aventureros, y está generando nuevos negocios. Harris Corporation, que empezó diseñando sistemas de comunicación para las misiones Apollo, está centrada ahora en la utilización de tecnologías de impresión 3D en el espacio. En colaboración con Nano Dimension, pretende desarrollar circuitos y sistemas integrados en un sistema de radiofrecuencia, imprimiendo a nivel micrométrico. “Se trata de fabricar en el espacio las herramientas que nos permitirán vivir en Marte o la Luna”, comenta Arthur Paolella, científico jefe de la compañía.

El objetivo a largo plazo es que se pueda construir un hábitat en la superficie lunar a partir de impresoras 3D, con el consiguiente ahorro para las misiones en el coste del transporte. Antes, hay que solventar problemas vinculados a la variabilidad de las temperaturas, la gravedad o la radiación, desarrollar máquinas que puedan trabajar en esos entornos, y disponer de material duradero que sobreviva a un lanzamiento.

Otro sector es la formación de astronautas. Nancy Vermeulen, astrofísica y piloto, dirige la Space Training Academy en Bélgica, pionera en desarrollar un programa de capacitación que incluye la simulación más cercana posible a un vuelo espacial. “Trabajamos con un simulador aeroespacial y con un avión a gravedad 0. Si entrenan bien, estarán más capacitados y tendrán más capacidad para disfrutar del viaje”, explica. Ofrece programas de formación de un mes por 15.000 euros.

Por su parte, Ana Bru es propietaria de una agencia de viajes que tiene un acuerdo con Virgin Galactic para comercializar vuelos suborbitales. Si todo va bien, ella misma será la primera mujer española que viaje al espacio. “Es importante que se vaya democratizando el espacio con nuevas iniciativas factibles”, señala.

Mars One, un proyecto con futuro incierto

Hay otros proyectos de realización más incierta. En febrero de este año se conoció que Mars One, que aspira a establecer la primera colonia humana en Marte, está en quiebra . Arreciaron entonces las acusaciones de fraude. Ángel Jané, uno de los 100 voluntarios preseleccionados, defiende su viabilidad con la retórica del explorador visionario que se enfrenta a los profesionales del pesimismo. “Yo soy una persona que quiere ser positivista. Problemas podemos hablar de los que queráis”, responde a los periodistas.

Jané cree que entrevistas como esta podrán venderse por un millón de euros cuando el despegue esté cercano, pero no explica cómo Mars One va a pagar un proyecto que cifra en al menos 6.000 millones, si cae en bancarrota por no poder pagar una deuda de un millón de euros. “Va a haber novedades, que no puedo dar porque es confidencial. Mars One sigue en pie, y estamos recibiendo correos de Bas Lansdorp [el promotor de la iniciativa]”, asegura. “El dinero está, sólo tiene que cambiar de manos”, añade.

Tampoco está claro cómo se solventarían las dudas que genera entre muchos científicos, entre algunos del MIT, que emitió un contundente informe sobre la inviabilidad técnica del proyecto. “Para eso están los ingenieros, que tienen que hacer todos los cálculos”, dice, antes de aludir a una miríada de soluciones frente a la radiación, que van de cubrir la base marciana con agua a instalarla bajo tierra, pasando por generar un campo magnético de protección.

En estos momentos parece difícil que Mars One cumpla con su cronograma, que fija para 2022 el envío de una misión de demostración no tripulada, y para 2031 la primera misión con cuatro tripulantes. “Vivimos tiempos locos. Igual que se envía un descapotable con un dummy a orbitar en el espacio, puede venir un multimillonario que quiere pasar a la historia poniendo su dinero aquí”.

El problema para Mars One es que es un proyecto construido sobre la confianza, y de momento no genera la suficiente. Los multimillonarios están poniendo su dinero en el espacio, pero no tan lejos como para llegar, de momento, a Marte.

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