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Olmo: un nombre de película

Ana Vázquez

Sevilla —

La mayoría de nosotros nos llamamos como nos llamamos por nuestro padre, madre, abuela, tío o pariente cercano. Como mucho, por algún amigo, un antojo de nuestros progenitores o, a lo sumo, por alguna moda de la época. Pero muy pocos le deben su onomástica a una película que no era sólo una película.

'Novecento', de Bernardo Bertollucci, era en sí misma una reivindicación de la libertad y la democracia que caló entre algunas jóvenes parejas que, allá por el año 1979, soñaban con que sus hijos vivirían en una España con más derechos de los que ellos pudieron disfrutar.

Es la historia del sevillano Olmo Figueredo, director y productor del corto documental 'Me llamo Olmo', una búsqueda personal del origen de su nombre y de otros tantos cuyos padres, como los suyos, salieron del cine con la necesidad vital de llamar a sus hijos como el líder protagonista de esta mítica película.

Visto con ojos actuales, pudiera entenderse que llamar Olmo a un hijo fuese de lo más normal habida cuenta que, a imagen y semejanza de excéntricos famosos, cada vez hay más pequeños llamados Romeo, Milan, Apple, Suri o Ella. Pero a finales de los 70, llamar Olmo a un hijo no sólo era una reivindicación política sino un imposible.

Lo sabe bien Antonio Crespo Hermosilla, autor de una carta a la ya desaparecida revista 'Triunfo' en la que, bajo el título 'Quiero que mi hijo se llame Olmo', criticaba a un juez de Linares (Jaén) por prohibirle registrar a su primogénito con el referido nombre. Finalmente, tras meses de litigio con el juez de Linares y gracias a la intervención del Ministro de Justicia de la época, registró al primer Olmo de la historia de España, Olmo Crespo. Olmo Figueredo, fue el segundo después de unos primeros meses de vida (los que van del 20 de junio en que nació al 30 de septiembre de 1980 en que pudo ser registrado) sin nombre oficial.

Esa queja a la revista 'Triunfo' forma parte del álbum de recién nacido de Figueredo. En la primera página, antes incluso de su foto, está plastificado aquel recorte de prensa que sus padres han guardado con celo por lo simbólico de su acto. Y él explica a CineAndCine: “De alguna forma, poner Olmo a su hijo significó mucho porque la transformación que se vivió políticamente en el país ellos la representaban a través de las pequeñas cosas. Llamar a su hijo Olmo, cuando el juez no lo permitía, era una forma de protestar y reivindicar cosas importantes”.

Pese a que durante la preparación del documental Figueredo ha encontrado casi a una treintena de Olmos, en su corto solo hay tres protagonistas: los padres del director, los padres de Olmo Crespo, y el padre onomástico de ambos, el gran Bernardo Bertolucci, al que el sevillano tardó casi un año en encontrar y conseguir que participara en la película. “No fue nada fácil encontrarlo, pero desde luego es uno de los momentos mágicos del documental y éste tomó otra perspectiva desde que nos respondió”, comenta aún emocionado Figueredo.

Cuando habla de él, los ojos se le iluminan como a quien sabe que su película no sería lo mismo sin su testimonio. “Hace un año aproximadamente me escribió su secretaria para decirme que Bernardo Bertolucci estaba más que encantado de recibirnos en su casa, en Roma, para que pudiéramos ver 'Novecentto' juntos. Fue un momento mágico, precioso, prácticamente de llanto. Y a día de hoy, mantenemos el contacto vía correspondencia, porque además es una persona a la que le gusta escribir cartas”, relata un entusiasta Olmo, que le ha mandado a Italia una gran caja con una copia de la cinta y caña de lomo y jamón. “Adora los productos ibéricos”, justifica. ¿Y a quién no?

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La mayoría de nosotros nos llamamos como nos llamamos por nuestro padre, madre, abuela, tío o pariente cercano. Como mucho, por algún amigo, un antojo de nuestros progenitores o, a lo sumo, por alguna moda de la época. Pero muy pocos le deben su onomástica a una película que no era sólo una película.

'Novecento', de Bernardo Bertollucci, era en sí misma una reivindicación de la libertad y la democracia que caló entre algunas jóvenes parejas que, allá por el año 1979, soñaban con que sus hijos vivirían en una España con más derechos de los que ellos pudieron disfrutar.