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Día 38 en estado de alarma: un poco de arte

Trigal con cuervos

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Ni las cervezas se pueden tomar por Zoom ni puedes tener sexo por Skype. Bueno, esto último, a lo mejor sí. Me las estoy apañando razonablemente bien para que mi día a día no se convierta en una sucesión de ceros y unos, así que, después de diez o doce horas de teletrabajo, lo que me apetece es asomarme a la azotea para ver la puesta de sol.

Hoy, sin embargo, he sucumbido a una visita virtual por mi museo favorito: el Van Gogh de Ámsterdam. La primera vez que lo visité tenía 13 años y me quedé fascinado con aquella explosión de coloridos trazos, que vibra más que la vida misma. Y allí, entre flores y retratos, he encontrado mi cuadro favorito: Trigal con cuervos. Lo rememoro enorme, tétrico y colorido. Vivo, muy vivo. Y me recuerdo embobado mirando esos caminos verdes que se pierden en un horizonte oscuro, del que brota una aciaga bandada de cuervos, que sobrevuela un cegador campo amarillo.

Recuerdo también que mi padre se negó a comprarme el póster del cuadro. Demasiado tétrico, me dijo. Años después, lo visité por mi cuenta y coincidí con él: demasiado tétrico. Me compré La habitación de Van Gogh. Hace cinco años, lo volvimos a visitar juntos, él se acordó de mi fascinación por el cuadro, quiso regalarme una reproducción y, esta vez, fui yo el que le dio la razón.

Puede que los trazos no sobresalgan como en el museo. Puede que después no pueda tomarme una Heineken con mi padre en la terraza de un canal. Pero si la vida digital puede traerme estos recuerdos tan vívidos, a lo mejor sí merece la pena vivirla. Puede que, como la pintura de Van Gogh, vibre más que la vida misma. (La ventana de Alejandro)

Ventana mental

¿Museos on line? Suena a una de esas recomendaciones que circulan por Internet y para las que no hay horas en el día en estas jornadas en las que, por lo visto, íbamos a tener todo el tiempo del mundo.

Pero resulta que los niños a veces te obligan a abrir ventanas que no buscabas. O, más bien, nos obligamos nosotros para que ellos asomen su cabeza y miren el mundo, aunque sea desde casa.

Y así, la otra tarde me encontré recorriendo los pasillos de dos tumbas egipcias, admirando sus pinturas y aprendiendo de la historia de los allí enterrados. Bajamos escaleras, descubrimos secretos. Y así, también, me veo cumpliendo un reto familiar diario que pone el Museo de Bellas Artes de Sevilla a partir de los cuadros de su colección. Y por un rato, hablamos de Egipto, de la fascinación que despierta; de Murillo, de cómo anunciar el fin del confinamiento como si fuera la anunciación a la Virgen María, de cómo sería el cuadro en el que Santa Justa y Rufina sujetasen la Torre de Londres en vez de la Giralda.

Son momentos en los que de verdad se abre una ventana. Mental. Porque el arte lo vuelve a hacer. Incluso en estos días. (La ventana de Lucre)

No tocar

Estaba pensando que qué raro es eso de ver una exposición on line cuando no puedes verla en vivo, pero luego he recordado que, salvo contadas excepciones, en los museos no puedes tocar nada. Me ha traído a la mente esta movida una vez que en Madrid, cuando era chiquitito, me empeñé en que mi padre me llevase a ver el Guernica. ¿Por qué? No busquemos explicación. A la puerta del museo había un señor que se ofrecía a explicar el cuadro por 1.000 pesetas, y los que le decían que no se llevaban el insulto de “votaguerra”. ¿Por qué? No sé. Luego, tras un largo trasiego de mi vida lejos de museos, acudí a ver a Bécquer cara a cara en el Bellas Artes de Sevilla. No hay ningún cartel que diga que no se puede tocar el cuatro, pero igual que no tocas la Sábana Santa de Turín, el arte tampoco se toca.

Lo del Guernica, lo entenderá cualquiera que haya visto el cuadro: a 10 metros y tras una mampara. De la Mona Lisa, ni hablamos.

Por eso, si se trata de ver un museo en la pantalla, es cuestión de pensar que se está en la sala sin poder tocar nada. Otra cosa es no poder pisar el Alcázar y su olor a azahar por todas partes o tocar las piedras del anfiteatro de Itálica. Eso lo llevo fatal, pero ya queda menos. (La ventana de Fermín)

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