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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Día 45 en estado de alarma: los bares

Bares/foto: Luis Serrano

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“Bares, qué lugares, tan gratos para conversar, no hay como el calor del amor en un bar, decía el estribillo de la canción que Jaime Urrutia, solista de Gabinete Caligari, cantaba con voz engolada. No habría que decir mucho más. Porque para eso están ya las canciones de los 80, con las que me he hecho unas cuantas crónicas de estas ventanas. Ventajas de tener algunos años de más. A la vuelta de los años, sería el mismo Jaime Urrutia quien me entregara un premio de fotografía, acabando los dos, como no podía ser de otra manera, en la barra de un bar. Hoy todo eso se me antoja ciencia ficción.

Bares ¿para cuándo? La eterna  pregunta. Le decía ayer a mi amigo Fermín mientras hablaba por Skype: “¿Sabes que te pueden mandar los caracoles a casa?” . “¿Y para qué quiero yo caracoles en casa? Lo que quiero es sentarme en un velador y dejarme de tanto Skype. Además, los caracoles hasta mitad de mayo no están buenos”.

Bares, ¿para cuándo? Porque la calle sin bares, no es calle. Sin veladores, sin barra, sin botellines, sin tapa de ensaladilla, sin un cortado y tostadas de aceite y jamón, es menos calle y, por supuesto, mucho menos interesante.  Levantar el brazo en la barra del Vizcaíno, haciendo la V con los dedos, y recibir a cambio dos cervezas heladas, mientras la calle está llena de gente al sol, tomando cañas y charlando amigablemente es la esencia de un sábado a la mañana.

¿Y para cuándo los bares? De qué te sirve salir a comprar ropa, pintura o una caja de tornillos, si a la vuelta no  puedes hacer escala técnica en un bar.  Para qué vas al cine si no puedes comentar a la salida la película con unas cañas. Qué sería de la redacción de este periódico sin un botellín en verano. Porque sin bares, no hay vuelta a la normalidad o, por lo menos, a una normalidad normal. (La ventana de Luis)

¿A qué bares?

“Uno de los síntomas del confinamiento es el aturdimiento de los sentidos. Nos hemos acostumbrado a recibir menos horas de sol, de luz, de viento, de ruido, de contacto humano. Nos hemos habituado a salir apenas unos minutos al día, a transitar entre dos o tres sombras cabizbajas, como la nuestra, en el supermercado. A tirar la basura sin oír más que el sonido sordo de la bolsa al caer en el fondo del contenedor.

Ahora hay quien nos promete en Andalucía que en unas pocas semanas volveremos a los bares, pero ¿a qué bares? ¿A bares llenos de sombras avergonzadas, escondidas, sospechosas? Nos dicen, como magos con chisteras de pega, que volverán las playas, los restaurantes, las tiendas. Pero ¿qué playas, qué restaurantes, qué tiendas? ¿a qué coste?

Entiendo, entiendo perfectamente la agonía del sector turístico, de la hostelería, del comercio. Pero, ¿no es muy pronto? ¿No están estos políticos engañando al sector de la hostelería, dándoles coba para ganar tiempo, o para culpar al Gobierno si luego sus promesas no se cumplen? Y luego, ¿en qué escenario apocalíptico nos apetecerá tomarnos una cerveza separados por una mampara, o a gritos desde dos metros de distancia? ¿Merecerá la pena de este extraño sucedáneo entre vídeochat y locutorio de cárcel?

Mi sensación, o mi miedo, es que esta desescalada que ahora comienza puede ser casi tan traumática como el confinamiento. Porque nos expondrá a la verdadera dimensión de esta pesadilla, de la soledad, del silencio, de la oscuridad de la que hasta ahora hemos estado escondidos, cada uno de nosotros, en nuestra madriguera. (La ventana de Ángela)

Habas con poleo

Jaleo, habas con poleo y una única mujer, mi madre Celia. El Guapi, un bar de pueblo, los ochenta. Un sabor nuevo. Cazón en adobo en un bar que ya no existe, bajo una casa que ya no habito. Coca Cola, el elixir prohibido. La Expo olía a pollo frito. Dulce de leche, comida cubana y la mejor hamburguesa. La vuelta al mundo con ochos años.

Fritanga, montaditos y atún en una Tarifa adolescente. Cócteles de garrafón y nombres sicalípticos en el Burbujas. Junto al río. Había otro en Los Remedios: mi primera novia y un bolso robado. Más botellones que bares en la universidad. Sushi, kebabs y cerveza. Berlín.

Irene. Sevilla. La carrillada de La Torre. El pollo frito de Santa Marta. Los vinos del Cateca. El piripi de Blanco Cerrillo. La bulla del Vizcaíno. El serranito de Las Columnas. El taco de chicharrón y pulpo del Mano de Santo. El tiradito del Maravilla. El “hola, gordo” de Lo que Diga la Sole. El sushi de Jerónimo de Córdoba. Las costillitas a la miel del Eslava. ¿La última cerveza? Con garbanzos y cine africano en una cantina universitaria. (La ventana de Alejandro)

No serán como antes

Hay quien pide urgentemente la reapertura de los bares para que no terminemos todos alcohólicos porque el confinamiento ha descontrolado la ingesta de bebidas espirituosas en casa. El plan de la nueva anomalía -que es lo que sigue al confinamiento- lo hemos conocido este martes y nos ha liado todavía más, aunque una cosa ha quedado clara, por si ya no lo estaba: los bares no serán como antes.

Está lo de la mampara, que nos va a hacer hablar todavía más alto de lo que ya acostumbramos en estos establecimientos. Está lo de prohibir el plato para compartir, que esto sí puede ser una ventaja cuando en el grupo está el rata de turno. Están los turnos, que en eso de los 30 minutos para desayunar veo doble intención. Están los límites por mesa, que nos dejan sin días para quedar con tanta gente con la que queremos compartir cañas. ¿Y qué me decís de las barras de bar? Vertederos de amor, como describe la canción.

Todo eso en los que abran, porque son muchos los que ya no lo harán en un país que encabeza el ranking mundial con tres bares por cada 1.000 habitantes. Deseo que sean los menos los que hayan echado la persiana para siempre. Yo, mientras tenga trabajo, voy a aportar lo que pueda y seguiré yendo a los bares. (La ventana de Olga)

Los echamos de menos

Mi infancia son recuerdos de bares de Sevilla… Me gustas cuando sales, porque estás en los bares… Con cien cervezas por barra, tapa en popa a toda vela… Perdido, como un quinto en día de permiso, así estoy yo sin bar… Bésame mucho, como si fuera esta noche el último bar… No preguntes lo que un bar puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por un bar… 

Sí, los echamos de menos, y lo sabemos. Queda un día menos para verlos, y lo tenemos que reconocer. Nos cuesta estar lejos de nuestros bares, y ellos también nos extrañan. Los hemos abandonado, cuando ellos jamás lo haría. Sí, sabes que estás deseando entrar de nuevo en tu bar y pedir una copa de vino, fresquita, directa del grifo y con toda su espuma, o lo que sea. (La ventana de Fermín)

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