Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Día 13 del estado de alarma: el ejercicio

Día 13 del estado de alarma: el ejercicio foto luis serrano

elDiarioand

0

Siempre me ha gustado estar al aire libre, moviéndome de un lado a otro, no tener un horario fijo, llevar una vida un tanto anárquica, no parar quieto. Será por eso que me hice fotógrafo de prensa. Esto me ha mantenido en una cierta forma física todo este tiempo, ya que mi trabajo me lleva a estar de pie muchas horas y desplazarme de un sitio a otro con una bolsa que no deja de pesar sus kilos.

El ejercicio para mí siempre ha estado al aire libre. Nunca fui amigo de la gimnasia, ni mantuve nunca una relación estable con los gimnasios. Siempre me ha aburrido correr sin cruzar nunca la meta, pedalear durante horas sin llegar a ningún sitio, ni sentir el viento en la cara, remar sin notar el agua salpicandome la espalda.... Pero desde que estamos confinados en nuestras casas, y como tanta gente, me he impuesto una tabla de gimnasia. Realmente lo que hago es poner música bailonga en la tele y bailar como un loco hasta que me quedo sin fuelle. Ya sé que no es una gimnasia muy ortodoxa, pero suelto adrenalina y quemo algo de grasa. Pero, sobre todo, le doy argumentos a mi conciencia para abrir la próxima cerveza con su poquito de queso. (El balcón de Luis)

Un padre pionero

(La ventana de Javi, en Tomares) “Me están empezando a salir tetitas”. Me lo ha dicho un amigo confinado, que son los únicos amigos que se pueden tener ahora. Y es que es muy díficil, por muy lejos que estén los contenedores de basura, intentar mantener la línea durante la encerrona. Si normalmente es complicado, imaginad sin poder salir de casa, por muy largo que sea el pasillo o por muy hacia arriba que vayan las escaleras. Cuando saco la basura, por cierto, siempre me acuerdo del chiste aquel de Forges...

El caso es que, como me pasa ya bastantes veces, y eso me preocupa un poco en realidad, creo que mi padre tenía y tiene razón cuando presume de su secreto para estar en forma (lo está a sus casi 80): una pequeña tabla de gimnasia todas las mañanas. Unos movimientos cuidadosos de cuello, unas sentadillas, un meneíto de cadera... Nos hemos siempre un poco de eso en casa... ¡Un pionero mi padre!, ahora que todos los coronagurús se creen haber descubierto la pólvora difundiendo en las redes sociales los mejores ejercicios, buenos, bonitos y baratos, para mantenerse activo sin salir al exterior. Venga, vale, gracias por ello, aunque no todos tenemos todo ese tiempo para hacer todas las cosas que hacéis. Al margen de eso, echo de menos echar una carrerita, la verdad... En todo caso, los gimnasios se estarán frotando las manos porque, cuando pase todo esto, tendrán su septiembre (propósito de curso), su enero (propósito de año) y su ¿? (propósito postcoronavirus).

El vecino y yo

(La ventana de Fermín) 7.00 de la mañana. Suena el despertador. Antes que nada, veinte minutitos de flexiones, para la tableta de chocolate. Como en casa hay escaleras, las bajo y las subo varias veces al día, y después del desayuno y un rato de trabajo, es momento de correr un rato en la cinta del salón, colocada justo frente a la tele, como debe ser.

Por la tarde, como no se puede ir con los colegas al jugar al pádel, la pared del patio sirve como frontón, y con dos cajas de leche en cada mano se hacen unas pesas improvisadas magníficas del todo. Luego… me despierto, y todo ha sido un sueño, pero el vecino se ha levantado a las 7.00 y está haciendo veinte minutitos de flexiones…

“Mamá, estás haciendo el ridículo”

(La ventana de Olga) Corro desde que se llamaba footing y no running, y cuando en el paseo fluvial éramos contados los corredores que nos cruzábamos. Y por eso siempre diré que engancha, pero que lo mejor de correr es cuando acabas. Sin embargo, los cambios laborales me empezaron a descuadrar las opciones de hacerlo y comenzaron a ganar las excusas de demasiado calor, demasiado viento, demasiado de noche. En fin, que opté por volver a un gimnasio, que no pisaba uno desde que en este tipo de centros se hacía aeróbic o step, mientras que ahora todo es body. Que si body balance, body pump, body combat, body attack…

Pero hace dos semanas me cerraron el gimnasio y las calles. Ya confesé que los primeros 10 días de confinamiento he pasado de hacer deporte, pero el miércoles me busqué en Youtube una tabla de GAP (a saber: glúteos, abdominales y piernas). Elegí como instructor un chico aparente, con la expectativa siempre que tenemos de que lo que nos va a enseñar son todos sus trucos para conseguirlo. Fueron 39 minutos de sentadillas (¡qué les gusta las sentadillas a los monitores!), flexiones (¿pero no era solo tren inferior?) y planchas (¿cómo puede doler tanto estarse quieto?) que me han dejado agujetas para tres días. Pero volveré. Con la ventana cerrada, que mi hija me ha reñido porque “mamá, estás haciendo el ridículo”.

Dios Andoni

(La ventana de Alejandro) No soy creyente. Pero estos días tengo Biblia y un dios propio: Andoni. Hace un par de semanas, este visionario se escribió un hilo de Twitter con consejos para el confinamiento. Ahora mismo, ese señor es dios en este país: un marino. Es decir, un tipo que se las sabe todas para enfrentarse a meses de confinamiento en un puñado de metros cuadrados.

La cuestión es que, desde entonces, yo me he imaginado que mi casa es un barco. Una pequeño yate que, de vez en cuando, atraca para repostar, reponer avituallamiento, cumplir misiones y otras fantasías que se me pasan por la cabeza. El caso es que los consejos del amigo Andoni los estoy siguiendo a rajatabla: nada de excesos. Ni a la hora de dormir, ni de beber, ni de comer, ni de empantallarse. Y, sobre todo, nada de escatimarle horas al ejercicio ni a las sanas rutinas.

Total, que he convertido mi vida en una tabla de ejercicios constante: aprecio cada mínimo movimiento, cada escalón que subo o cada vuelta extra que le doy a la casa.

Además, cuando voy a la compra, aligero tanto el paso que Fermín Cacho estaría orgulloso de mí. Ah, y cuando saco de paseo a Khala, le doy un tirón suave a su correa y la pongo a trotar de vuelta casa. Al llegar a nuestra particular puerto, siento el sudor cayendo por mi espalda, el corazón bombeando y la sangre calentando mis músculos. Por unos segundos, los dos somos felices.

Etiquetas
stats