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Día 51 en estado de alarma: pelos y peluquerías

Primer día de peluquerías abiertas Fase cero /Foto: Luis Serrano

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Mi madre es de esas personas a las que su peluquería puso en la lista de espera antes de que llamara para pedir cita, y supongo que se quedaría pensando si debía estar agradecida u ofendida de que hubiera pensado que a ella le iba a hacer falta tan desesperadamente. El caso es que este lunes ha hecho uso de su cita, como me ha contado con entusiasmo a su salida de un establecimiento que seguramente olería todavía más a química de lo habitual.

Su crónica: “Todos con mascarillas, gel desinfectante a la entrada y salida. Desinfecta los sillones cuando alguien se levanta. Tienen una máquina desinfectante de peines...Ni un pelo en el suelo y nada de revistas...”. Nada de revistas, repito, igual que en los bares no habrá periódicos de mano en mano. Un mazazo a la impresión.

Pero hablaba de mi madre. Cuento lo de ella porque las peluquerías son territorio inhóspito para mí, por lo que espero que cuando no tenga más remedio que ir, ya ni lleven mascarillas. Le pido que me mande una fotografía para ver cómo ha quedado (como muchos, todavía tengo que limitarme a ver a mis padres a través de una pantalla). Pero me contesta que habitualmente se la pide a su peluquera, y esta vez la ha visto tan desbordada de trabajo que le ha dado apuro entretenerla, que ya me la mandará cuando mi padre se despierte de la siesta y se la haga. Pensará mi madre que un ‘selfie’ no recogerá lo suficientemente bien el resultado de este ritual con sabor a experiencia. (La ventana de Olga)

¡Rupert, te necesito!

¡Cómo y de qué manera nos está cambiando la vida esta pandemia y este larguísimo confinamiento! Cuándo íbamos a pensar que abrirían los telediarios, uno y otro día, con las peluquerías como noticia principal. No se hablaba tanto de los peluqueros desde que Llongueras abriera su primera peluquería unisex en España allá por el 72. Porque, en un principio, dijeron que eran de primera necesidad y podrían permanecer abiertas junto a supermercados y farmacias. Después tuvieron que cerrar, como bares y restaurantes, y ahora que en esta fase pueden abrir con cita previa y precauciones todas, la cola de clientes llamando va en aumento.

Cuando salimos a aplaudir a las 8 es uno de los temas de conversación preferido entre los vecinos. “Menos mal que ya abren la peluquería, porque tengo unos canas que parece que me he teñido el pelo de blanco y me he dejado las puntas rubias”. Y es que, al parecer, las peluquerías son servicios prácticamente de primera necesidad. Cosas que hemos aprendido con el estado de alarma. Porque si nos hubieran preguntado sobre ésto hace un año, no creo que nadie hubiera pensado en ellas. Hasta que, cuando te pegas dos meses encerrado, te ves reflejado en el espejo y eres El Conde de Montecristo o Tom Hanks haciendo de náufrago. Entonces vas y gritas ¡Rupert te necesito! (Para entender ésto más de uno va a tener que tirar de hemeroteca).

Me he pasado por unas cuantas peluquerías y ha sido curioso ver a clientes y peluqueros con la mascarilla mirándose en el espejo, los bolsos metidos en bolsas de plástico, unos distanciados de otros, el jefe contestando al teléfono que no para de sonar...Un poco marciano todo, como está siendo esta situación. Yo, de momento, puedo aguantar con unos cuantos tijeretazos por aquí y por allá, ventajas de tener un pelo rebelde, y como decía mi vecina Isabelita, que me pelaba de niño, “la pelá, buena o mala, a los 15 días iguala”. (La ventana de Luis)

Soy un hombre nuevo

Esta mañana, a las 9.00 -sí, a las 9.00 en punto- estaba sentado en el sillón en manos de mi José de mi alma. Es mi peluquero hace años. Quedar con él es muy sencillo: le envías un Whatsapp y él te contesta a las tres semanas. O bien le llamas y nunca coge el móvil. Conociendo a mi José como le conozco, cuando vi por primera vez en la tele a Fernando Simón, que la casa todavía olía a mantecados, le mandé un mensaje a José para reservar sitio en sus manos. Desde aquel día, he gastado tres baterías del iPhone mandándole mensajes, hasta que esta mañana a las 8.30, -sí, esta mañana a las 8.30- me contestó: “Oye, que a las 9”. Ver ese mensaje fue como ver la Gioconda en vivo, como aquel gol de Raúl ante el Manchester aquel Miércoles Santo, como cuando Penélope abrió el sobre del Óscar y el nombre de Pedroooooo.

Sí, me he puesto en las manos de José y ahora soy un hombre nuevo, que ha rejuvenecido siglos en minutos, que ha vuelto a la vida, que ahora va por la vida con confianza y estilo. Gracias, José, pero activa el timbre del Whatsapp, por tus muelas. (La ventana de Fermín)

Coco, Luna y Milky

La semana pasada el Gobierno proyectó en nuestros maltrechos ánimos una tímida luz de esperanza: una desescalada por fases llena de buenas nuevas. Pero, ante todo, la gran noticia que esperábamos los más vanidosos: ¡Ya podíamos pedir cita con el peluquero! Mi querido Juan Carlos, el único barbero que sabe tratar los cuatro pelos que me quedan, me respondió al momento: ¡Álex, lo primero que puedo darte es el miércoles 6 a las dos de la tarde! Acepté del tirón.

Sin embargo, los humanos no somos los únicos que lucimos melenaza de náufrago. Coco, Luna y Milky también han pedido cita, según me cuenta mi hermano Alberto, que montó hace un par de años un entrañable negocio: Peladogs, una peluquería canina sobre las ruedas de una furgoneta customizada.

Durante las próximas semanas, Alberto circulará por las calles de Sevilla y medio Aljfarafe, con las baterías de sus maquinillas cargadas hasta las trancas y las tijeras bien afiladas. Con la agenda tan repleta como la de los peluqueros de clientela humana, él también despejará flequillos, despejará orejitas de molestos pelos y, sobre todo, los liberará de un pelaje sofocante y lleno de nudos. Los peludos yorkshires, bichones malteses y perros de agua serán los que más agradezcan que la desescalada también haya llegado para ellos. (La ventana de Alejandro)

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