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Día 15 del estado de alarma: la evolución de los aplausos

FOTO_ LUIS SERRANO

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Hay una pareja de chicas que nos ha fallado viernes y sábado. Otra vez. Sospechamos que se van de fin de semana. Pero, ojo cuidao, que no somos de la Stasi. Ni de la Gestapo… pero es que son las chiquillas que le ponen música a los aplausos de las ocho.

Que, a ver, menos mal que alguien, en esta calle estrecha, ha puesto la mesa del DJ. Y los vecinos les estamos muy agradecidos, pero es que, si no salen un día, raro. Si no salen dos, rarísimo. Pero es que ya, si faltan cuatro, y los cuatro caen en fin de semana, empezamos a sospechar que están en Matalascañas. Y seguro que allí también aplauden y ponen musiquita.

Es lo que tiene esto de asomarse a los balcones. O de subir furtivamente cinco minutitos a la azotea para aplaudir… que al final nos conocemos todos las caras. Por la zona de San Julián, la cosa no ha decaído. Pero, eso sí, aquí cada uno va a su rollo.

A dos calles, empiezan cinco minutos antes, luego llegamos nosotros y, al final, escuchamos a los de la Ronda Capuchinos. Total, que esto es un caos: vamos a ver, señores y señoras, ¿no tienen usted relojes?Yo creo que es el ansia. Que nos puede. El ansia por defender la sanidad pública. Verás tú cuando esto acabe y toque salir a manifestarse con la marea blanca. ¡Aquello va a ser una fiesta! (La ventana de Ale)

Lo que creía que tocaba

(La ventana de Olga) Cambié las viejas ventanas por unas de PVC con triple barrera poco antes del confinamiento, por lo que no he podido todavía disfrutar de su eficacia para amortiguar el ruido de una de las calles con más bares y más transitadas del casco antiguo. El silencio me lo ha regalado esta reclusión a la que nos hemos visto abocados todos. De todas formas, deben de funcionar porque no me chivan cuando los vecinos han salido a aplaudir, y se me olvida casi siempre. Con las antiguas un ruido de este tipo -dentro de que mi vecindario es comedido comparado con lo que he visto por redes sociales- se hubiera colado con insolencia incluso con las ventanas cerradas.

Súmese a esto que he ido viendo cómo los aplausos se han ido adelantando cada vez más, en una indisciplina propia de vecinos deseando tener un plan fuera, y que han pasado de asomar tímidamente los brazos a sacar medio tronco por los balcones. Tanto que, robándole minutos al reloj, han conseguido que este domingo se haya adelantado una hora esta convocatoria de seguimiento desigual y objetivo indeterminado, por lo que cuando he salido he aplaudido por lo que creía que tocaba: sanitarios, fuerzas de seguridad, tenderos, transportistas, limpiadores, cuidadores, técnicos de electrodomésticos, butaneros, electricistas y hasta desatascadores, que todos pueden ser servicios esenciales, entren o no en la lista que prometió el Gobierno de España para esta segunda fase del encierro.

Pero hoy no aplaudo por ninguno de ellos, sino por el compañero que lleva varios días en la UCI. Por todas las demás familias que tienen a un ser querido ingresado, y con la esperanza unida a un par de llamadas telefónicas cada día. Por los que no han podido despedirse de sus seres queridos. Por la anciana que vivía sola y que seguramente lleva muerta varios días en casa y todavía nadie se ha dado cuenta.

La infantería de la pelea

Hemos aplaudido de día. Qué cosas más rara. Obviamente, los pijamas han sido sustituidos por chandals como mínimo. Aplaudir en las calles sin edificios es distinto. Los pueblos, al final, son distintos. Hoy ha sido la primera vez que la Policía Local nos ha acompañado con sus sirenas. Maribel, Mari Carmen, Marcos, todos hemos aplaudido, sin saber qué va a pasar en los próximos 15 días.

La complicidad de vivir en un pueblo pequeño te ayuda. Hemos tomado el fresco en la calle clandestinamente durante unos minutos. Anoche, una de las niñas sacó una flauta para amenizar lo que entonces era la noche. Sí, hemos vuelto a aplaudir por la infantería de la pelea contra el virus, la que realmente lo merece.

La abuela de Arturo

“Cómo ha triunfado el que se inventó lo de los aplausos, ¿no?”. Marta lo expresa mientras acabamos de emocionarnos otro día más tras salir a la ventana enrejada y aplaudir junto a los niños pensando en todas las personas que se dejan la piel por cuidar de los demás, por los que están sufriendo en sus carnes o en las más cercanas la enfermedad, o por los que la soledad les redunda. Por más días que pasen, los pelos se ponen en pie, entran ganas de llorar y las teclas ahora se ponen temblonas.

Esta parte de Tomares es muy tranquila y no hay estridencias, pero ahí está fiel la abuela de Arturo, aplaudiendo a la puerta de su casa y lanzándonos besos, o Lola desde la ventana. Los niños le han puesto menos entusiasmo que otros días, quizá porque de noche todo es más fácil, o más difícil según se mire. El que ideó lo de los aplausos ha “triunfado”, sí, pero qué bonito es que una cosa tan sencilla una millones de corazones por unos segundos y sirva para dar simplemente las gracias a personas que se lo merecen tanto. De bien nacidos... (La ventana de Javi)

“Ya te estaba echando en falta”

(El balcón de Luis) La verdad es que no daba un duro por la permanencia de los aplausos. Cuando todo esto comenzó, pensé que en un principio era la novedad pero que, transcurrido un tiempo, y esto iba para largo, la gente acabaría cansándose. Nada más lejos de la realidad, al menos en el cruce de las calles donde vivo. Aquí ha ido en aumento y ya somos familia numerosa, pero de las de antes. Somos un grupo heterogéneo, mayores, medianos, varios matrimonios con bebés y niños pequeños, que saludan con las manos entusiasmados, esperando que respondas a su saludo y dicen “holaaaa” con una voz muy fina alargando la “a” hasta el infinito.

Se han sumado pitos, tambores y, alguna vez, música. Al final, en ese cuadrado grande que forman las dos calles, nos saludamos y contamos que estemos todos. Es una forma de saber que todo está en orden, que todos estamos bien. Mi vecina Pepi termina siempre los aplausos diciéndome “Eh Luis, un día menos” y hace el gesto de la X en el aire, como tachando el día en el calendario. El otro día me retrasé apenas un minuto en salir a la azotea “ya te estaba echando en falta”, me grita desde el otro lado de la calle, “a ver si le ha pasado a éste algo, le estaba diciendo yo a mi marido” . Tanto es así, que ayer me entraron ganas de ir al baño justo antes de salir, hice de tripas corazón, nunca mejor dicho, y me aguanté por miedo al celo de mi vecina. Ya me veía yo a la policía y a los del 061 echando la puerta abajo y encontrándome para nada presentable “voy, voy, es sólo un minuto”.

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