Andalucía pinta poco

La confección de las listas para las próximas elecciones generales nos ha dejado toda una exhibición de autoridad de los líderes de la nueva hornada. Sin miramientos, han hecho lo que han querido mediante el plumazo jerárquico. Y no les ha importado nada que tal alarde de mando se haya llevado por delante sus propias prédicas y principios; lo que, a la postre, deviene en una refutación de ellos mismos. Pero tras desbrozar las rencillas de las belicosas tribus de los partidos -narradas copiosamente por los cronistas-, hay una lectura de este proceso muy preocupante que no escapa a ninguna formación: Andalucía pinta poco.

Sorprende la naturalidad con la que en los últimos años se ha ido interiorizando la lógica del centralismo, que aterrizó abruptamente con la crisis económica y ha laminado de forma feroz la vindicación territorial hasta reducirla a una tímida resistencia. Las autonomías han acusado la montaraz campaña de desprestigio que ha minimizado logros y magnificado errores. Su caricatura es la del despilfarro. Sin duda, ha contribuido el movimiento independentista de Cataluña y la consiguiente explosión nacionalista española, aunque todo empezó mucho antes.

Por ejemplo, cuando se desmantelaron las delegaciones regionales de los principales periódicos y muchos medios de comunicación terminaron en la picota. Casi de un día para otro, se esfumaron las noticias de interés regional, presentadas a partir de entonces desde los códigos del prisma capitalino, muy contaminado de prejuicios y simplezas. Sabemos más de los atascos de Madrid que de los de nuestras ciudades. Llueve en Madrid, y se colapsa España entera, si bien es verdad que en cuanto al calor seguimos teniendo la exclusiva: la omnipresente entrevista a la abuela desdentada debajo de un termómetro turulato que marca 50 grados.

Si antes era complicado librarse del tópico y el encasillamiento, díganme ahora, cuando solo prima el espectáculo, y los actores de la comunidad apenas llegan a interpretar el papel de esos personajes instrumentales de las películas cuyo único cometido en el guión es resaltar y dar la réplica al protagonista. Esos que no tienen perfil, profundidad, ni historia, y están ahí solo para dar empaque a la estrella principal.

Lo que antes se planteaba con muchos rodeos y paños calientes, ahora se ejecuta sin empacho alguno, con una franqueza que desarma. Ahí tenemos el todopoderoso PSOE andaluz, al que han postrado desde el Comité Federal con unas listas repletas de desconocidos y sin guardar las apariencias. A ver quién se lo hacía hace años a Manuel Chaves, o a los secretarios provinciales, que en los congresos eran capaces de rebasar la claras del día repitiendo el nombre de su candidato como una oración hasta convencer por hartazgo.

Qué decir del PP andaluz. Pablo Casado ni siquiera ha tenido en cuenta la proeza de Juan Manuel Moreno Bonilla de alcanzar la cima de la presidencia de la Junta habiendo perdido 24 escaños en apenas cinco años. Debe estimar que el poder real de gobernar la comunidad más poblada es una anécdota. Cómo digerir, si no, que le hayan colocado de número uno en Huelva a Juan José Cortés, de profesión padre de Mariluz (la niña asesinada en 2008), quien para colmo se vio envuelto no hace mucho en una reyerta en la que solucionaron unos problemillas a tiros.

Hasta el ávido Bendodo se ha enterado casi por la prensa de que en los carteles le habían puesto un nombre que no le dieron a mirar. Como en la copla. Estaría entretenido rebuscando en sus cajones prodigiosos, donde engorda a paletadas la herencia recibida, a ver si consigue hacer una bola que le tape San Telmo durante el ciclo electoral. Baste añadir, que en los 19 años que estuvo Javier Arenas al frente de los populares andaluces, ni Álvarez Cascos cuando era el autoritario fontanero del partido ni el mismísimo Aznar dispusieron jamás sobre su territorio.

La muy combativa y autonimista Adelante Andalucía (Unidos Podemos), por su parte, se ha desdicho en menos de lo que se santigua un cura loco de su propósito de formar grupo propio en el Congreso de los Diputados, lo que le ha valido una estampida coyuntural de sus decepcionados componentes andalucistas.

Sobre Ciudadanos poco hay que comentar, pues Rivera, desde el minuto uno, en esta tierra ha hecho y deshecho a su antojo, incluido los gobiernos, siempre al servicio de su calendario personal, tan tornadizo como su discurso y su política de alianzas.

La propia gestación del nuevo Ejecutivo andaluz, fraguada en Madrid por dirigentes de allí -y refrendada tras las cortinas por los de aquí-, ya nos dejó una fotografía descorazonadora del cariz vicario del poder andaluz. A los andaluces siempre nos ha costado mucho tener una voz en política. Somos los únicos que accedimos a la autonomía tras superar una endiablada carrera de obstáculos. Por eso lastima contemplar cómo, al menos en los partidos, Andalucía pinta poco. Al paso que llevamos, nada.