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And the loser is...

Sánchez: "No me planteo dimitir"

María Iglesias

A estas alturas, supongo a todos enterados de que las elecciones gallegas y vascas las ha perdido Pedro Sánchez. Pablo Iglesias es un perdedor también, pese al segundo puesto en Galicia y tercero en Euskadi. Y, ¿qué decir de Albert Rivera que no ha conseguido ni un diputado? Con idénticos programas, si hubieran ganado, ahora estarían recibiendo halagos, palmadas en la espalda. Peloteados. El triunfo es lo que borra la foto de Feijóo con el narco Dorado y limpia a Rajoy las manchas de Bárcenas, Barberá, Soria y demás. Bendito sea el éxito todopoderoso.

“Triunfo” es el nombre del Dios de nuestro tiempo. A veces -como Zeus/Júpiter- se llama “Dinero” o “Belleza” o “Juventud”. En el fondo siempre es “Triunfo”, “Éxito”, “Victoria”.

Nadie quiere ser un perdedor. Todos lo tememos. Porque el que pierde no dura mucho tiempo. Llega la barredora vial y lo orilla a uno a los márgenes de la historia, si era líder político, o a la cuneta social si ciudadano de a pie. Pedro Sánchez viendo venir el sábado de comité federal y cuchillos largos se ha sacado de la manga unas primarias y congreso para frenar la cuenta atrás. Sólo hay una salvación: ganar.

En paralelo, parecemos preocupados por problemas relacionados con el aplastamiento del débil. Me refiero a fenómenos como el maltrato escolar o la violencia de género. Ocupan un espacio amplio y creciente en informativos y diarios los casos de bullying y acoso sexual y crímenes contra mujeres. ¿Qué estamos haciendo mal? -nos preguntamos, desde la ciudadanía hasta una Administración que paga campañas anti-acoso en la escuela y maltrato machista-.

La respuesta: “hipocresía”. En las aulas, en los hogares, profesores y padres transmitimos a los niños el mensaje políticamente correcto de que no hay que avasallar a los demás, en particular a los frágiles. Pero los niños que nacen dotados de una fina sensibilidad para captar la realidad -como invisibles antenas receptoras de las vibraciones sociales- saben que ahí fuera, en la calle, el que pisa fuerte es el que sobresale aunque se lleve -o precisamente por eso- a otros por delante.

Existe un consenso aparente en la denuncia del rol del macho dominador de las mujeres, pero la publicidad, impunemente, clama en nuestros escaparates “Olvídate de olvidarte de mí”, bajo la amenazadora mirada del tío que anuncia el perfume “Bad” (“Malo”). El “malote” se nos inocula como atractivo frente al “hombre blando”, un “pringado”.

En mi anterior artículo escribí, a raíz del catálogo de IKEA que se anuncia como “uno de los libros más leídos del mundo”, sublevada porque en las obras creativas, en el arte, se valore la cantidad de ventas frente a la emoción, el riesgo, la originalidad, la belleza. Esa tarde, mi hija de 9 años, me pidió ayuda con un problema de Mates y ¡oh destino iluminador! me encontré con la comparativa entre cuatro bestsellers “¿Qué libro ha vendido más?” “¿Cuál menos?” “¿Qué autor es el triunfador?” “¿Cuál el perdedor?”. ¡A eso le llamo yo educación en valores! ¡Y transversalidad! A la vez que les enseñamos cálculo, los niños aprenden lo que valora su sociedad.

Nos falta todavía, no obstante, como civilización del s.XXI, crudeza. ¡Afuera caretas! Digamos a nuestros hijos y a nosotros mismos que no sólo nos da igual dejar que mueran más y más desgraciados tratando de llegar al punto privilegiado del globo que ocupamos, sino que de puertas adentro impera también la selección natural y sólo el que se adapte mejor, sobrevivirá.

Así, al asumir nuestra esencia predadora culminaremos la evolución. Alcanzaremos el refinamiento como especie, la perfección. Lástima, sin embargo, que quede una desagradable sorpresa. La vida acaba en derrota de todas maneras. Las carnes terminan flojas por más bótox y silicona que te pongas, y uno folla menos, pese a la Viagra, cuando acumula décadas. Además de que termina jubilado por meritorios ambiciosos y más preparados si es que el estrés y la mierda que comemos y respiramos no le ahorra nuestra jubilación al Estado. Lo que empieza, mal acaba.

La enseñanza de la derrota connatural a nuestro existir queda fuera del currículo escolar, como la filosofía y humanidades para potenciar materias prácticas tipo inglés, informática... pronto quizá “competitividad”. Eso nos dificulta el vivir con armonía -como lúcidamente apunta Rosa Montero en su artículo Aprender a perder . Pero a la colmena y a las abejas reina les va genial. En su esquema los individuos somos insignificantes. Lo importante es la orgía de miel, aun salpicada de sangre.

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