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Derrota del fascismo, Día de Europa

La presidenta del BCE, Christine Lagarde, y la canciller alemana, Angela Merkel.

Javier Aroca

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En ninguno de los orígenes de las dos efemérides, en sus fechas, estuvo España. El calendario ha querido que el final de la II Guerra Mundial se celebre un día antes que el de Europa, pero no estábamos. Sin pena ni gloria.

Los nuevos aires trumperos han pretendido reinterpretar la historia, de la postverdad a la mentira, sin complejos. Ahora va a resultar que no hubo millones de muertos y la devastación total de las vidas, la economía y la esperanza, que no sucumbieron la ilustración, la tolerancia y el pluralismo, que la lucha no fue contra el fascismo, el nazismo y el exterminio de los discrepantes. Para colmo, los reintérpretes de la historia no quieren ver la bandera roja en todo lo alto del Reichstag, a los millones de hombres y mujeres que tuvieron que soportar la invasión de su país y el sacrificio de millones de vidas.

Solo falta que nos digan, ahora con la brocha hispánica de blanqueo, que Hitler adoraba a los homosexuales, gitanos, judíos, a los republicanos españoles y, en su versión patria, que amaba los toros, los caballos, la copla, la caza y quería devolvernos Gibraltar.

No, no estábamos en la fiesta. Mientras que miles de jóvenes y militares demócratas de todo el mundo daban su vida por la libertad y la democracia, España enseñaba la foto de Franco con Hitler, mandaba una División, la Azul, a luchar con el Führer. Y ABC lo celebraba en portada. Mientras que casi todas las casas reales de Europa se ponían delante de sus pueblos en la resistencia contra el nazismo, la española -con un rey huido, por corrupto- apoyaba -borboneando- al régimen fascista de Franco, que le había hecho el favor de acabar con la República. Era cuestión de esperar. Solo La Nueve y muchos partisanos españoles en la resistencia antifascista nos salvan.

Y el Día de Europa. La mayoría de la ciudadanía ni se ha enterado. Lo que sopla de Europa no son los recuerdos ilusionantes y solidarios de Schuman, Monet, De Gasperi, Adenauer, Spinelli... Nos llega el egoísmo del antieuropeísmo y el peligro de la extrema derecha, otra vez. No habrá New Deal europeo como soñó Jacques Delors.

Los germanistas que justifican la dureza alemana por el poder de su dinero contra la levedad del Sur no quieren reconocer la historia, el rastro del dinero. Stuart Holland, el gran economista británico y diputado laborista, señaló con astucia cómo deuda en alemán se dice igual que culpa: “schuld”. Lo decía después de que Angela Merkel triunfara estableciendo límites en la deuda, con penalización, negara los eurobonos entonces propuestos por Delors, y que se introdujera en su Constitución el equilibrio presupuestario. Es la religión alemana, no sé si calvinista o una mezcla de lo primero con el catolicismo integrista de Baviera, un cóctel ciertamente explosivo. En todo caso, aquejada de amnesia por los males causados en Europa y el mundo durante dos guerras mundiales.

Y sin embargo, la mayoría de los economistas comprometidos con Europa y sus gentes no contemplan viabilidad alguna a la UE, si no es con un nivel de federalismo fiscal suficiente, y otras cosas, salario mínimo o renta mínima, entre otras cosas, como con acierto se ha propuesto desde el Gobierno español.

No tenemos memoria y, menos, Alemania. Ni se acuerdan del Acuerdo de Londres, de 1953, que redujo, mediante quitas y condonaciones, la deuda exterior alemana en algo más del 62% y el resto en cómodos plazos hasta 2010. Sí, como lo leen. Luego, vendría el Tratado del Carbón y del Acero, la permisividad monetaria, y antes Plan Marshall, y más tarde, la reunificación alemana, pagada por la UE. Y todo junto, liado en papel celofán: el milagro alemán.

Ahora, en plena pandemia sanitaria, después de la otra pandemia de la austeridad para salvar a su banca, el Tribunal Constitucional alemán lo ha vuelto a hacer. Conviene no olvidar que si tenemos un artículo 135 de la Constitución española reformado, lo fue en el contexto de la reforma de la Ley fundamental de Bonn y la postura de la Corte de Karlsruhe que arrastró tras de sí a toda Europa y sumió en la pobreza al sur europeo, ahora incapaz de soportar esta crisis sanitaria por los recortes exigidos, manu militari. Los jueces alemanes no se caracterizan por su europeísmo, como tampoco lo hicieron por su amor a la democracia en la República de Weimar.

Decía, vuelvo a citar a Stuart Holland, que mientras que los Estados miembros de la UE se endeudaban en la última crisis hasta las cejas, dedicados a salvar bancos y fondos especulativos, la UE, prácticamente, quedaba libre de deudas. Catecismo alemán.

Lo que ha hecho en estos días atrás el Tribunal Constitucional alemán es ni más ni menos que un golpe institucional contra los fundamentos profundos de la UE, de la construcción europea. Ha cuestionado, no ya el papel del Tribunal Europeo de Justicia sino su jurisprudencia constante que reafirma, una y otra vez, la primacía del derecho europeo sobre el derecho de los Estados miembros; además, la propia capacidad ius tractandi del gobierno federal alemán.

Tanto, que ha generado una respuesta contundente del propio Tribunal Europeo de Justicia y de la Comisión, advirtiendo de un expediente sancionador. Incluso la señora Lagarde, al frente del BCE, ha tenido que salir al paso de tamaña intención golpista del tribunal alemán.

En esta situación tan difícil para los europeos y para la UE, el peligro no viene de populismo de izquierda ni de un europeísmo prudente, como se ha agitado desde los agradadores, economistas o no, de la periferia imperial, sino del nacional populismo alemán; otra vez, un peligro.

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