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28-F, elegía por la bailaora de WhatsApp

OPINIÓN | 28-F, Elegía por la bailaora de WhatsApp, por @jjtellezrubio

Juan José Téllez

En tiempos de chunda chunda y aguilucho, de esteladas en tocata y fuga, a Andalucía, nos han cambiado a Matilde Coral por Isadora Duncan y no nos hemos dado ni cuenta. Mientras que la comunidad valenciana lucha con justicia por incorporar la paella a la dieta de los emojis, la vivaracha bailaora andaluza de WhatsApp ha sido sustituida por una suerte de danzarina a punto de perpetrar una versión de Salomé o de West Side Story.

Una de las principales señas de identidad de Andalucía desaparece de la noche a la mañana como si fueran lágrimas en la lluvia, como si nunca hubiéramos visto arder naves en las puertas de la autonomía, como un probable anticipo de lo que sería una reorganización del mapa español en donde volviésemos a la España invertebrada e invertebrable de Ortega y Gasset, en donde viajáramos en el tiempo otra vez hacia el monopoly de la restauración que situaba en la Villa y Corte, en Cataluña y en el País Vasco los ejes fundamentales del reparto de la tarta estatal.

Hemos perdido a la feliz muñequita de nuestros mensajes festivos, al símbolo del carpe diem, del viva la vida y del viva la virgen, con perdón de aquellos que aprecian una blasfemia en cualquier pregón del carnaval.

Claro que también perdimos el cuerpo de Blas Infante y la pista que llevaba hacia el asesino de José Manuel García Caparrós. Si WhatsApp nos roba un personaje, ¿qué decir de los chiquicientos millones de euros que la Hacienda estatal es incapaz de devolverle a la Andalucía del llanto que lucha por dejar de ser la España de charanga y pandereta, la de los graciosos a los que se entiende perfectamente en una sitcom pero no así en una serie de culto como “La Peste”?

Sin embargo, no nos llamemos a engaño. Los andaluces estábamos advertidos. Hace tres años, la revista GQ nos alertaba sobre ese falso espejismo: “Ya lo sentimos, pero el popular emoji que responde al código 'dancer' no es una flamenca, sino una mujer con un traje para bailar salsa (o algo similar). De hecho, si amplías la imagen te darás cuenta de que no lleva peineta ni castañuelas (esto último, básicamente, porque no tiene manos, sino muñones)”.

“Es más –añadían, imperturbables, los expertos en emoticonos--, el boceto original representaba a un hombre vestido a la moda disco de los 70 que replica los movimientos travoltianos en 'Fiebre de sábado noche'. Pero para que no te lleves un disgusto, te adelantamos que puedes seguir utilizando este emoji con el mismo significado que tenía hasta ahora: ”Me voy a poner como Las Grecas“.

La bailaora ha desaparecido como si fuera el impuesto de sucesiones o el corredor mediterráneo del ferrocarril que debiera unir nuestra tierra con los mercados europeos. No ha habido reacciones por parte del Consejo de Gobierno ni por parte de la oposición. Unos y otros andan, en estos días, construyendo castillos en el aire en aras de una financiación que se debate, a su vez, entre el chocolate del oro y las cuentas del Gran Capitán.

También desaparecieron nuestros sueños y nadie habla de ello en las paradas de autobús. Mientras el País Vasco y Navarra se parecen a Noruega o Cataluña parece un vodevil, Andalucía ha dejado de parecerse a sí misma. Ya no veo ni a hombres ni a mujeres que quieran darle luz a nadie, sino banderas rojigualdas en los balcones, como si volviera a jugar esta tarde la Selección Española de Fútbol: “ Yo no los vi sacar la banderita/contra los ladrones contra los recortes/o con las pensiones/nunca los vi colgarla/por la sanidad/y por tantos paraos que no pueden más”, escriben su editorial “Los ángeles de la guarda” sobre el aire libre del carnaval de Cádiz.

Si ya en su día nos dejamos mangar la mezquita de Córdoba a manos de un obispado convertido en notaría, si desguazamos la industria pesquera, la cava de los gitanos de Triana o la Constitución de Cádiz; si nos tangaron en las capitulaciones de Santa Fe, nos preguntamos todavía de quien son esos olivos y las carabelas volvieron a Huelva, cargadas de banqueros genoveses, lo peor no es que desaparezca la bailaora, tan diminuta, caperucita tan nuestra, tan desmelenada. Lo peor es que desaparece nuestra memoria colectiva: el 4 de diciembre, que festejaba las manifestaciones multitudinarias de 1977, se convirtió en un triste cumpleaños de burgerking.

Y el próximo 28 de febrero probablemente sólo haya festejos oficiales y nadie salga a la calle a preguntar quién nos robó el mes de abril, la danzarina roja, a indagar cuánto nos costará y quienes pagarán el pato de arreglar el lio de Cataluña, las cuentas de Bankia, de la Gurtel, de los Ere verdaderamente fraudulentos. Mientras, sin bailaora que valga, en el teléfono móvil de la actualidad sólo queda sitio para hablar del procés, de la prisión permanente revisable reconstruida por unos cuantos canallas sobre un puñado de cadáveres y sacándole rédito político al dolor de varias familias destrozadas.

Alguien también nos ha desteñido las banderas blanquiverdes y nos han cambiado la canción de Carlos Cano por el himno de Marta Sánchez. Los balcones se pueblan de colores rojigualdas y Santiago cierra España al ritmo del tangay o de las burlerías. Hasta el PSOE se recentraliza mientras que lo único que parece crecer, en el ballet de las encuestas, es la supremacía de la derecha, se llame como se llame.

Los andaluces ya no queremos volver a ser lo que fuimos. Nos hemos resignado, eso parece, a no tener porvenir y ni siquiera ya nos preocupa que nos quiten lo bailado en ese doméstico país de los smartfones, en su raro imperio de caritas redondas y amarillas. Descanse en paz ese diminuto torbellino de color rojo, esa bata de cola que alegraba los mensajes; que la tierra del olvido le sea leve a nuestra la realidad nacional de Andalucía, nuestra declaración unilateral de sueños posibles que sellamos en las urnas hace más o menos treinta y ocho años.

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