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Pajines, aídos y otras desigualdades

Aguado

Juan José Téllez

Ignacio Aguado, cada vez que abre twitter, mete la pata. Si hace unas horas sin ir más lejos la lió parda con su interpretación particular del inicio de la II Guerra Mundial, el líder de Ciudadanos en la Comunidad de Madrid dio en justificar la evidente falta de paridad en el ejecutivo madrileño porque “para poner 'pajines' o 'aídos' en un Gobierno, prefiero no hacerlo”.

Y si sorprendente resulta que Aguado fiche un día para la formación naranja al popular transfuga Ángel Garrido y otro apoye la investigación de Avalmadrid, mucho más sorprendente resulta el marcaje que la derecha toda mantiene sobre las dos ex ministras de José Luis Zapatero, ocho años después de que dejaran de serlo.

Suele ocurrir de tarde en tarde con algún que otro representante público: los chistes sobre Fernando Morán se multiplicaron en los años 80 quizá para encubrir su más que competente gestión al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores en un momento crítico para España. En el otro ángulo de la baraja política, a Jorge Verstrynge le dijeron de todo menos bonito cuando pasó de ser una suerte de Goebbels postmoderno a convertirse en gurú de culto de cierta nueva izquierda.

Antes de que existieran las fake news y los chats infestados de trolls, el chascarrillo asolaba la barra de los bares, hasta el punto de que Patxi Andion exigiese en una de sus canciones que “la España del chiste hay que acabarla”. Los chistes se cebaron -aún hoy lo hacen- sobre dos jóvenes ministras a las que la caverna ha culpado de todos los males del progresismo. Y, en rigor, los únicos argumentos de cargo contra ambas fueron un par de declaraciones discutibles o no, pero inanes. Así, Leire Pajín proclamó que era un acontecimiento planetario que, durante un periodo de seis meses de aquellos años precrisis, Barack Obama presidiera Estados Unidos y ZP la Unión Europea. Y contra Bibiana Aído, ya saben, pesa un pecado de lesa majestad por la invención del neologismo miembra como femenino de miembro.

Paren rotativas: a una la sacaban fumando un día por la calle, en primera plana y como si fuera un delito hacerlo, y a la otra, el alcalde de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva, llegó a asegurar que cada vez que veía sus morritos pensaba lo mismo: que era “una chica hábil que va a repartir condones a diestro y siniestro”

Una especie de libertad vigilada

Extraño resulta que varias legislaturas después sigan viéndose ambas puntual pero fielmente perseguidas, como si sufrieran una especie de libertad vigilada, que se olvida en otros casos y en otras señorías cuando los antiguos ministros terminan en el anonimato de un consejo bancario o de las eléctricas, en vez de seguir currando en proyectos feministas o de cooperación, malditos sean. Se les ningunea, se les minimizan sus apellidos o se utilizan como si fueran motes de familia: todo vale a la hora de denigrar al contrario para devaluar a sus personas y a sus ideas.

A Carmen Romero, antes que a ellas, también le buscaron las vueltas por haber enunciado aquello de “jóvenes y jovenas”. Aquí parece importar más la pureza metafísica del diccionario que los coqueteos con la Gürtel y la Púnica, o los piropos en abierto a chorizos presuntos y a evidentes descuideros de la financiación política. Pablo Casado, por ejemplo, va hablando por ahí de las navajas a porrillo en la inseguridad de Barcelona y nadie se le mofa en exceso en los medios que se las dan de serios. A Vox, casi todos los partidos le dicen con razón que la violencia machista debe tener una respuesta propia y que la violencia intrafamiliar tan sólo tiene nombre de culebrón venezolano, pero Vox termina corrigiendo a la mesa del Congreso, de manera insólita, para que no se acepte la vejación de las mujeres a la hora de saludar a un preboste iraní de visita por la Carrera de San Jerónimo.

Claro que los rapapolvos que recibiera la ex diputada por Cádiz y ex mujer de Felipe González se quedaron en juego de niños si se compara con el acoso y derribo de las leires y pajines, que aún hoy nos barruntan. ¿A qué esa saña? Uno podría pensar que se trata tan sólo de dos muñecas del pim,pam,pum, a la que la caspa golpea por su aparente vulnerabilidad. Nada más lejos de lo cierto: eran jóvenes y tercas, con la fuerza y el talento suficiente como para ganarse a pulso la antipatía de los dueños de la cosa. Leire Pajín, quizá porque como ministra de Sanidad no permitió que los intereses privados pusieran sus sucias manos sobre lo colectivo durante el tiempo que defendió dicha responsabilidad. Y a Bibiana Aído todavía la crucifican porque fue capaz de montar desde la nada un Ministerio nuevo, tan complejo como el de Igualdad, y de sacar adelante una nueva ley del aborto, treinta años después de la de 1985, adaptándola al modelo habitual de los países de nuestro entorno. Y lo hizo en una época en la que Jaime Mayor Oreja llegaba a decir que el aborto era cosa de bolcheviques.

Lo verdaderamente frágil es la lucha por la igualdad, que es la que viene recibiendo contumaces ataques que en los últimos años han pretendido echar por tierra la declaración de Beijing, la de Estambul, la memoria de Clara Campoamor y hasta el busto de Rosa Parks en su eterno autobús segregacionista. Pajines y aídos siguen formando parte de esa trinchera. A esta última, en su despacho ministerial, llegó a visitarla en cierta ocasión Eduardo Galeano: “Vengo a conocer a la valiente mujer a la que están linchando”. Siguen haciéndolo tanto tiempo después. Pero seguro que ellas prefieren un elogio de Galeano a una chorrada de Aguado, si no fuera porque esta última oculta sencillamente lo importante: que no hay paridad ni de lejos en el gobierno madrileño. Ni se le espera. Al menos, en esta legislatura.

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