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Estado de gracias

Gracias

Valentín García

“¡¡Muchísimas gracias!!”

Por sonreírme cuando tengo dolor o pretendo disimular el miedo, por explicarme mi cáncer para que lo entienda, por haberme operado con éxito, por pincharme sin que me duela, por llevarme y traerme, por cuidarme, por escucharme y por callar, por levantarte tú, por los mensajes de whatsapp, por buscarme un sillón tranquilo para darme la sesión de quimio; gracias hasta por decirme en la consulta de Urgencias que tengo cáncer y desplegar una impagable humanidad mientras me hundía por la noticia, gracias por… por cientos, por miles de razones.

Desde que tengo cáncer, GRACIAS es la palabra más digo cada día. Seguro. Y me encanta, porque me siento a gusto mostrando gratitud a quien hace algo por mí aunque sea ése su trabajo y a quien lo hace movido por el cariño. Pero no siempre me resulta fácil.

En estos 18 meses que llevo en el “Estado de Gracias”, he recibido mucho más de lo que he dado, lo que me deja además en una situación de deuda permanente que no me dará tiempo a devolver aunque me curara ahora mismo y viviera mil años. Por eso en ocasiones no encuentro una forma adecuada de mostrar mi agradecimiento.

Me ocurre por ejemplo con mi entorno más cercano, es decir mi familia y mis amigos. No paran de acumular ocasiones en su haber y su correspondiente apunte en mi debe. Mi familia es mi primer escudo y mi brazo principal: compañía, gestiones, conversación perfecta en cada momento, apoyo con mis hijos, llamadas en el momento oportuno (o inoportuno), adaptar las citas a mis horarios, fuerzas y necesidades… la lista es variadísima e interminable. Otro ejemplo con algo que me da la vida cada día: mis amigos, Los Desorganizaos, llevan desde el principio saludando todas las mañanas y cada uno de ellos en nuestro grupo de whatsapp con un “¡¡Buenos días, #yomecuro!!”. El primero Pepe, a eso de las 6.30 de la mañana, antes de irse a dejar como nuevas las casas de Villamanrique. Y así todos, todos los días. Menudo chute. ¿Qué hago, les doy las gracias cada día? Me dirían, me dicen, que no sea pesado con eso.

Después llego a la redacción de Canal Sur Radio y en cuanto abro la puerta mis compañeros inmediatamente me preguntan: ¿Cómo estás hoy? Son las 7 de la mañana, y no es una pregunta al aire porque esperan ese parte médico con atención a pesar de que están a tope y algunos llevan horas trabajando. Todos, absolutamente todos incluidos mis jefes, están pendientes de no pedirme lo que no tengo fuerzas para hacer. Y Jorge y Jose Mari tendrán un ojo en el ordenador y otro en mí. ¿Cómo puedo corresponderles?

¿Y a quien más me cuida? Aquí corono, la mega top cum laude es Cris, mi novia. Se come toooooooooodos los marrones -y hay para dar y regalar- de mi cáncer. ¡Además sonríe! Su dulzura es tan infinita como la lista de cosas que ha hecho, hace y hará por mí. Necesitaría mil ediciones de diario.es para contarles. “No me des las gracias”, suele responderme. Entonces, ¿qué le digo yo?

Me pregunto cómo los enfermos deberíamos mostrar la gratitud debida a nuestros principales cuidadores. Yo no sé cómo, pero sí sé que siempre será insuficiente, y por eso no siempre me siento bien porque temo caer en convertirme en un desagradecido -y para mí eso es terrible- si me quedo corto.

Otro de mis desasosiegos son los agradecimientos que no he dado como me hubiera gustado. En el transcurso de la enfermedad hay momentos en los que uno no está en condiciones de decir lo más adecuado, e incluso está en las mejores condiciones para meter la pata. El cáncer es una enfermedad larga que da para muchas vicisitudes, que uno observa en su justa dimensión a toro pasado, y no sabes si es mejor callar que dar las gracias tan tarde. Son gracias enconadas que espero ir dando cuando vea la oportunidad.

Tantas gracias… A veces siento una fatiga de darlas, la verdad. Unido ésto a la fatiga que causa el mismo cáncer y a la fatiga del tratamiento, y unido a que todo va envuelto en una pequeña dosis de retórica optimista, hay días que creo que mi principal papel es el de un pobrecito enfermo a quien todos tienen que ayudar. Me tratan de un modo diferente al resto, y distinto a cómo lo hacían antes del diagnóstico. Es entonces cuando recuerdo que no estaba en el centro sino en un lado, cuando no necesitaba ayuda, cuando el teléfono sonaba menos, cuando no daba ni un poco de pena, cuando sentía que me querían por ser quien soy y no por el cáncer que tengo dentro. Afortunadamente ese pensamiento se me pasa pronto y vuelvo a un hecho indiscutible: soy un tipo con mucha suerte al tener a tantos que hacen tanto por mí. Así que… ¡¡Muchísimas gracias!!

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