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¿Un Podemos chino?

Agnes Chow, una de las cofundadoras de Demosisto, junto a Alex Chow y Lester Shum, y a la izquierda, Chan/ Foto: Mar Llera

Mar Llera

A pesar de nuestro arraigado complejo autocrítico, la marca España vende en la arena internacional. No tanto por lo que significa nuestra resiliente trayectoria macroeconómica o por el éxito de algunas de nuestras empresas, cuanto por el alcance de la voz de nuestra ciudadanía. Acabamos de celebrar el quinto aniversario del 15-M y echamos una mirada al mundo desde esa Puerta del Sol que pudo abrirse tras una Primavera Árabe finalmente abortada.

Los gritos de “¡No nos representan!” fueron poco después traducidos al inglés por el Movimiento Occupy Wall Street y más tarde al cantonés por el Movimiento de los Paraguas de Hong Kong, para terminar inspirando las recientes vigilias francesas de Nuit Débout. En Taiwán, los testigos de la Revolución de los Girasoles que acaba de propiciar un cambio de Gobierno siguen  también de cerca los pasos de nuestra nueva transición. Recientemente he tenido oportunidad de reflexionar sobre este tema en el Parlamento de Hong Kong, en la histórica Wistaria Tea House de Taipéi, así como en varios encuentros privados con académicos y políticos de esa otra parte del mundo.

Joshua Wong, Agnes Chow y otros líderes estudiantiles que protagonizaron las ocupaciones de Hong Kong en 2014, acaban de fundar un nuevo partido: Demosisto. Algunos lo consideran el Podemos chino. La insospechada movilización y concienciación ciudadanas que evidenció el Movimiento de los Paraguas inspira hoy organizaciones como ésta, que sueñan con transformar todo ese capital social en motor de cambio político, de modo parecido a lo que sucedió con nuestro 15-M. Agnes Chow, cofundadora, nos lo ha descrito así: “Queremos incidir en los procesos políticos, no solamente alcanzar una serie de objetivos finales. Deseamos modificar las estructuras de  organización, deliberación y toma de decisiones que son habituales dentro de los partidos democráticos. Nuestro objetivo no es simplemente obtener representación parlamentaria en las próximas elecciones de septiembre, sino renovar las dinámicas de empoderamiento ciudadano con un modelo más horizontal y participativo. En este sentido, nos interesa mucho Podemos”.

Si analizamos la actual transformación de la arena política en Hong Kong de la mano del Prof. Joseph Yu-shek Cheng, descubrimos sorprendentes coincidencias con nuestro país. El incremento de las desigualdades socio-económicas, el deterioro de las condiciones laborales, la caída de los salarios, la disminución de oportunidades de ascenso en la escala social, las disonancias del mercado inmobiliario y el descenso del nivel de vida que afecta particularmente a las clases trabajadoras y a las nuevas generaciones son fenómenos convergentes en sociedades tan diversas como la hongkonesa y la española. Esto significa que, más allá de las políticas restrictivas de un partido político concreto, el capitalismo global asfixia con su mano de hierro todo lo que toca, tanto en Occidente como en Oriente. El desafío, por tanto, tiene mayor envergadura de lo que algunos consideran.

Lo ideal y lo real

Sin embargo, Demosisto quizá no sabe que Podemos se está debatiendo en una dialéctica que cada día enfrenta el ideal y lo real, el empoderamiento ciudadano y la autoridad del líder, el pluralismo y la cohesión, lo deseable y lo realizable, las exigencias éticas y las conveniencias del poder. La batalla es dura y a pesar de los últimos movimientos estabilizadores creo que va a ser sostenida en el tiempo. El Podemos que ha propiciado una dinámica inédita de participación ciudadana en círculos y asambleas se parece poco al que ha criticado Emilio Delgado Orgaz al presentar su dimisión como Secretario de Organización del Consejo Autonómico de Madrid, el pasado 7 de marzo. Y la plataforma transversal de deliberación y empoderamiento ciudadano que dio carta de legitimidad al partido poco tiene que ver con destituciones repentinas como la de Sergio Pascual, tan solo una semana después. Si a eso se añaden las propuestas de “coordinar” a jueces y policías desde la Vicepresidencia del Gobierno con que Iglesias quería apoyar la investidura de Sánchez el pasado febrero, o iniciativas como la Agencia de Integridad y Ética Pública de Aragón, que difumina las fronteras entre los tres poderes atribuyéndose algunas funciones propias del judicial, resulta evidente que algunas contradicciones de Podemos se encuentran en los antípodas del proyecto Demosisto.

Además, el contexto en Hong Kong es todavía más duro que en nuestro país. Los nuevos partidos se rebelan contra el comunismo capitalista chino –si se me permite el oxímoron-, que refuerza el totalitarismo financiero con el totalitarismo político. La ex colonia británica conjuga los vectores antiguo-nuevo, pacífico-violento, nacionalista-localista en una falla múltiple. La brecha intergeneracional se vive allí de un modo excesivo, casi dramático. Las organizaciones tradicionales que han abogado durante décadas por la democracia en Hong Kong  –partido laborista, partido demócrata y partido cívico, entre otros–, arriesgando la libertad y seguridad de sus promotores, son tachados de inútiles, anquilosados en una zozobra redundante incapaz de suscitar emoción y transformación. La identidad china es cada día más cuestionada: algunos la defienden con vehemencia, mientras otros desean independizarse de Pekín o al menos ejercer el derecho a la autodeterminación. Aunque no es el caso de Demosisto, ciertas organizaciones localistas se mofan incluso de las estrategias pacíficas y optan por una contundencia que en la práctica significa legitimar la violencia, como revelaron los disturbios de la Fishball Revolution el pasado febrero.

El panorama es, por tanto, muy confuso y complejo. Y si algo deberían aprender de nosotros los nuevos partidos hongkoneses es que la fragmentación resulta ingobernable.

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