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Pulgar arriba o abajo para tres niñas extranjeras en la Arena europea

Malala tiene 16 años y defiende el derecho a la educación de las niñas frente a los talibanes

María Iglesias

Una ola racista recorre Europa. Y lo hace desde y hacia todas direcciones. La maldición de los inmigrantes no se limita a morir frente al italiano mar de Lampedusa, ni en nuestro Estrecho. El extranjero, al que cantaba el egipcio oriundo de Corfú que era Moustaki, es perseguido por el partido griego Amanecer dorado, como por centenares de rusos dispuestos a vengar con sus manos la muerte de un nacional supuestamente por un foráneo.

Las autoridades de Putin escenificaron la semana pasada una cacería, más que detención, del supuesto culpable que ha acabado confesando -¡hasta la muerte de Manolete, seguramente! (amén de arrestar en 48h a casi mil inmigrantes más, a modo de escarmiento). Pero su pantomima de justicia para calmar a la plebe ha coincidido en el tiempo con otra cruel e injustificable puesta en escena, ¡esta vez francesa! Me refiero a la detención de la joven Leonarda Dibrani, de 15 años y origen kosovar, arrestada en el autobús en el que hacía una excursión escolar y deportada, tras tres años integrada y escolarizada en el instituto André Malraux de Portalier (este de Francia). ¡Si Malraux levantara la cabeza!

La expulsión de esta niña, sus cinco hermanos y madre ha sido perpetrada y defendida por un ministro del interior, Manuel Valls, hijo de emigrados españoles y miembro más valorado del gobierno del socialista de Hollande, en vísperas de elecciones municipales en las que se apunta el auge de la ultraderecha LePeniana. Y justificada por el hecho de que ¡es de etnia gitana! ¿Que la ciudadanía, en época de crisis, reclama un enemigo? ¿Que necesita señalar a un grupo como inferior para sentirse superior? ¿Que quiere culpar a alguien de sus males y los gobernantes prefieren no ser ellos sino los inmigrantes? Pues la solución es fácil. Y vieja. El otro, el extranjero, el de costumbres desconocidas, el pobre, el que tiene difícil defenderse, el estigmatizable, es blanco seguro.

La racista ultraderecha crece y empieza a mandar en la política continental. Mientras, un grupo de inmigrantes sostiene una huelga de hambre en la Puerta de Brandemburgo, altamente simbólica, dado que los nazis la convirtieron en arco de su triunfo. Reclaman asilo y equiparación en derechos al resto de ciudadanos. El presidente francés Hollande recula por las protestas contra la expulsión de Leonarda a quien ahora autoriza a volver, sin su familia. Algo que ella rechaza.

¿Y en España? Estos mismos días una noticia sobre otra niña de quince años, también inmigrante, esta vez rumana, ha pasado por los medios de comunicación como una estrella fugaz. ¿Retenemos la estela del cometa, el recuerdo borroso? Tal vez ni eso. La muchacha escapó de un prostíbulo gallego, en Padrón, tras haber huido de otro vallisoletano. Unos compatriotas la trajeron a España engañada, con el señuelo de un empleo de cuidadora infantil. Y numerosos clientes han tratado con ella en el tiempo que ha estado en nuestro país. ¿Sin mala conciencia de explotar sexualmente a una menor? ¿Sin tentación de denunciar su situación? ¿Sin que estos hechos constituyan un escándalo entre nosotros los conciudadanos de esos puteros pedófilos esclavistas? Una cosa es clara. Que resulta más sencillo ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio porque ser críticos con Grecia, Rusia o Francia aleja nuestra asunción de responsabilidades.

Pues bien, hay que coger toros por los cuernos y sartenes por los mangos como si fuéramos pulpos, o sea, a ocho manos. El caso de la chica rumana aquí en España (al que convendría seguir la pista para ver en qué situación quedará ahora) debe servir como aldabonazo contra la explotación sexual y recordatorio de la existencia de un teléfono gratuito atendido las 24 horas por policías de la Brigada Central contra la Trata de Seres Humanos (900 10 50 90) y un email (trata@policia.es) que preservan la confidencialidad de sus usuarios.

En el de la niña kosovar expulsada de Francia también tenemos un papel que jugar. Porque, dentro de la Unión Europea, pocos como los españoles y andaluces podemos tener tan claro cuán enriquecedora ha sido y es para nuestra cultura la aportación de conciudadanos de la etnia gitana. Que la concesión de la distinción del flamenco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad no sea un adorno sin contenido. No podemos permitir que con la mano derecha se otorgue este alto reconocimiento a una manifestación que no es exclusiva de los gitanos pero sí en gran medida una obra genial de tal pueblo, y con la izquierda, gobiernos conservadores (como el de Sarkozy) pero también socialistas (como el de Hollande) persigan y maltraten a los gitanos por serlo. Y quizá no estuviera de más que la comunidad andaluza y con un papel destacado colectivos gitanos, que tras tantos años y lucha han alcanzado la justa consideración, liderasen una protesta enérgica en el seno de instituciones europeas. Pienso en los Tribunales, la Comisión, el Parlamento.

El Parlamento europeo, por cierto, ha dado este mismo mes el Premio Sajarov a la libertad de expresión a Malala Yousafzai, otra menor, ésta de 16 años, paquistaní, por defender el derecho a la educación de las niñas frente a los talibanes. A ella Europa la premia, a Leonarda la echa de la escuela, a la rumana sin nombre la prostituye. ¡Qué distinta suerte para estas tres adolescentes en el circo de fieras en que se ha convertido la Unión Europea (ésa que se reclamaba Ágora de ciudadanos, pueblos y naciones)! Inevitable preguntarse de qué dependerá que el emperador gire arriba o abajo el pulgar. Y a unas las condene a las fieras, mientras a la otra la corona con los laureles de la gloria.

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