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Spanish-Chinese horror story

Despiden al presidente del diario chino que desafió a la censura en portada. /Foto: EFE

María Iglesias

Cantón, China. Miércoles. Un periódico desafía a la dictadura con un titular de tres caracteres. “Por favor, liberadlo”, pide en alusión al redactor que ha destapado en quince reportajes el falseamiento de cuentas de la segunda empresa de materiales de construcción, participada por la Administración. Veinticuatro horas después, el redactor admite su culpa: haber escrito sus textos difamatorios a cambio de sobornos. El periódico se retracta y echan a su director.

Madrid, España. Sábado. El presentador del informativo de la televisión pública nacional lee la noticia de la confesión de su colega y la rectificación del diario. Apenas veinte segundos. Y pasa al vídeo siguiente. Un suceso, algo de gastronomía creativa o de folclor local. Sin pestañear.

La falta de cuestionamiento me sobresalta. Me espanta. Me aterra. No digo yo que se sea una Jessica Fletcher (¡Un Pepe Carvalho sería ya mucho esperar!), pero ¿ni una mención al tufo a podrido? ¿O es que el locutor, pelo-clic-de-Playmobil, es un ciborg? No hay conexión con la corresponsal. Tampoco ella informa el lunes del atentado en la Plaza de Tiananmen. Empezó fuerte cubriendo protestas de la población rural que malvive en las capitales, pero últimamente la entretienen con encargos de VTRs de curiosidades mortuorias con motivo del 1 de noviembre.

Otros periodistas y medios internacionales sí han cuestionado la versión oficial. Valga apuntar el análisis del corresponsal en Pekín de la BBC, Damian Grammaticas, quien señala que “es imposible saber si la confesión fue forzada, aunque expertos aseguran que rutinariamente hay coerción en las confesiones pese a estar prohibidas por ley”.

China parece lejos. Como horizonte, me refiero. Pero, la tenemos más cerca que cualquiera de las tiendas que regentan sus paisanos a la vuelta de nuestras esquinas. El sistema socio-político chino es, en el globalizado s.XXI, el caballo ganador. Como anhelaban los maoístas españoles claves en la resistencia antifascista y, sin embargo, ¡de forma tan distinta!

Cuando el politólogo norteamericano Francis Fukuyama publicó su El fin de la historia, en 1992, proclamando la victoria final en la Guerra Fría del modelo capitalista tras el ocaso del Este, ¿no sabía, no preveía u ocultaba que habría un estadio más? Una ¿mutación? ¿híbrido? Un engendro nacido de lo peor de las estirpes enfrentadas: el capitalismo chino. (“Implacable capitalismo” titulaba el sábado Jesús Ferrero, en Babelia, su reseña de la novela china El sueño de la aldea Ding inspirada en legalización de la venta de sangre en la República Popular en los 90 y la pandemia de SIDA que causó).

Por eso, el enemigo de Occidente es Cuba, Venezuela, pero no China, pese a ser la mayor potencia comunista y la más expansiva. Y no me refiero a la compra sistemática de África. Sino a la reciente propuesta hecha pública por la agencia oficial de noticias china de “desamericanizar el mundo” y “crear otra moneda de reserva capaz de sustituir al dólar y llegar así a un nuevo orden mundial”.

No hay reacciones de recelo entre los líderes capitalistas. Llevan años aplaudiendo y jaleando a sus homólogos, los jerarcas chinos de “El Partido”. Los visitan, invitan, participan en sus fiestas (como los Juegos Olímpicos de 2008). Se rinden a sus encantos desde el inaccesible Obama a nuestra María Dolores de Cospedal de andar por casa. Y hacen la vista gorda al pisoteo sistemático de derechos humanos. ¿Qué sigue siendo del Premio Nobel de la Paz 2010, Liu Xiaobo y su esposa Liu Xia, él recluido desde 2008 y ella en arresto domiciliario desde 2010? Y es sólo un ejemplo.

Supuestamente el mundo libre mira a otro lado para mendigar migajas de inversión. De fondo hay fascinación, deslumbramiento por el modelo, un sistema hiperproductivo, con bajísimos salarios, larguísimos horarios, sin derechos (con la posibilidad de encerrar, hacer desaparecer o ejecutar a los disidentes). Líderes empresariales españoles, como Juan Roig (Mercadona) ya ponen el paradigma chino de ejemplo.

Y empresarios menores siguen la senda, claro. Los gurús no hablan en vano. El dueño desde 2007 del decano de la prensa sevillana, El Correo de Andalucía, Alfonso Gallardo, que redujo su plantilla de 105 periodistas en 2008 a 53, que les ha obligado a bajarse varias veces el sueldo y perpetrado ERE y ERTE, lleva desde verano escatimando el salario a sus empleados y ahora ha vendido el periódico, ¡por un euro! a un tal Diego Castrejón condenado a un año de prisión por estafa. Dentro de la crisis económica mundial, la de la prensa es caso especial y complejo. El drama de estos compañeros es concreto. Este lunes a las 12.00 en el Ayuntamiento harán una asamblea pública para darlo a conocer y seguir luchando por sus empleos.

Pero abordar el tema de fondo requiere que nos planteemos cómo hemos permitido que todo se reduzca a objeto de consumo: la información, la literatura, el cine, la música, la danza. En el infinito taller chino en que hemos aceptado convertirnos (por la vía de agachar la cerviz y confiar en que el negrero se conformaría y no iría a más) todas las industrias culturales están sufriendo un descalabro. Según información reciente de la SGAE la más perjudicada ha sido la danza cuyos ingresos cayeron un 43%. Pero no se libra nadie (ni -añado- la Sanidad, la Educación, la Justicia; todo tiene que rentar). ¿No extraña lo que tarda en llegar la nueva película de Amenábar? ¿Nos perderemos, por falta de dinero, todo lo que estaba llamado a ofrecernos? ¿Sólo los libros que den réditos, Crepúsculos y Sombras (de Grey) sobrevivirán? ¿Es el mundo que queremos? ¿Resistirse, oponerse es ingenuo buenismo, minoritario, llamado a fracasar?

“Todos los países espían, hacerse el sorprendido es una hipocresía” decía -cita no literal- la subdirectora de La Razón en la SER a propósito del escándalo de escuchas de la CIA. Y en esta ciénaga es en la que vivimos. Ciénaga de cinismo que nos acerca el Imperio del Sol Naciente como ocaso de la civilización de ordenamiento jurídico garantista, de Estado de Derecho, de democracia que nos habíamos dado, no sin esfuerzo. Y ciénaga de indiferencia, como demostró el presentador-clic-replicante al referirse a su colega periodista al otro lado del mundo, Chen Yongzhou, a los compañeros de su periódico, el New Express, como si fueran ellos los autómatas sin sangre.

Lo escribo sin hostilidad personal, pero con incontenible e indignado asombro de que se ejerza de tal manera tan gran responsabilidad. La anécdota, por desgracia, se alza en categoría día a día. Sumamos capítulos, en este caso uno de Cuentos chinos, a nuestra particular Spanish horror story.

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